02 diciembre, 2007

El Profeta de la misericordia universal

El principio de la existencia fue un acto de misericordia y compasión sin el cual el universo hubiese sido un caos. Todo llegó a la existencia a través de la compasión y así sigue existiendo en armonía.
Los sabios musulmanes dicen que el universo es el hálito del Compasivo. En otras palabras, el universo fue creado para manifestar el Nombre Divino “el Compasivo”. Su subsistencia depende del mismo nombre. Este nombre se manifiesta así mismo como el Proveedor, por el cual los seres vivos reciben el alimento que necesitan para sobrevivir.
La vida es la bendición más importante y manifiesta de Allah Todopoderoso. La vida eterna y verdadera es la del Más Allá. Para poder merecer esta vida agradando a Allah, Él ha mandado Profetas y Escrituras reveladas por compasión a la humanidad. Por ello, al mencionar Su bendición a la humanidad en la Sura al-Rahman (el Misericordioso), comienza diciendo: Al-Rahman. Ha enseñado el Corán, ha creado al hombre y le ha enseñado a hablar (55:1-4).
Todos los aspectos de esta vida son un ensayo para la próxima, y toda criatura está ocupada en este fin. El orden es evidente en cada esfuerzo, y la compasión reside en cada logro. Algunos acontecimientos “naturales” o convulsiones sociales pueden parecer desagradables al principio, pero no debemos considerarlas como incompatibles con la compasión. Son como oscuras nubes o como rayos y truenos que, aunque aterradores, nos traen buenas nuevas de lluvia. De este modo, el universo entero glorifica al Compasivo.
Los sabios musulmanes consideran el Corán un “libro creado” emanado de Su Atributo de Voluntad. Escribir un libro que la gente no pueda comprender hubiese sido en vano. Por lo tanto, creó a Muhammad para decir a la gente qué significa realmente el universo y para transmitir Sus Preceptos en el Corán a través de Muhammad, a fin de que podamos saber qué se espera de nosotros. Únicamente siguiendo esos Preceptos podemos obtener una vida eterna feliz. El Corán es la última y más completa Revelación Divina; el Islam es la forma última, perfecta y universal de Religión Divina; y el Profeta Muhammad es la representación de la Compasión Divina, enviado por Allah como misericordia para los mundos.
El Profeta Muhammad es como un manantial de agua pura en el corazón de un desierto, una fuente de luz en una oscuridad que todo lo envuelve. Quien acuda a este manantial, podrá tomar tanta agua como necesite para saciar su sed, purificarse de todos sus pecados e iluminarse con la luz de la fe. La misericordia era como una llave mágica en sus manos, ya que con ella abrió corazones tan endurecidos y herrumbrados que nadie pensó que pudiesen abrirse. Pero él incluso hizo algo más: encendió una antorcha de fe en ellos.
El Mensajero predicó el Islam, la religión de la misericordia universal. Sin embargo, algunos auto-proclamados humanistas dicen que el Islam es la “religión de la espada”. Esto es totalmente falso. Arman mucho revuelo cuando los animales son exterminados o cuando uno de los suyos es herido, pero permanecen en silencio cuando los musulmanes son masacrados. Su mundo está construido sobre el interés personal. Hemos de señalar que abusar del sentimiento de compasión es tan dañino y, a veces, más dañino que no tener ni siquiera compasión.
Amputar un miembro con gangrena es un acto de compasión para todo el cuerpo. Del mismo modo, el hidrógeno y el oxígeno cuando son mezclados en proporciones adecuadas dan agua, la más vital de las sustancias. Sin embargo, cuando la proporción cambia, cada elemento continúa siendo combustible.
De la misma manera, es importante distribuir la compasión e identificar quién la merece, ya que la “compasión para un lobo agudiza su apetito, y no estando satisfecho con lo que recibe, exige más”. La compasión con los malhechores les hace más agresivos y les anima a que actúen contra los demás. De hecho, la verdadera compasión exige que a dicha gente se le impida hacer el mal. Cuando el Mensajero dijo a sus Compañeros que ayudasen a la gente cuando fuesen justos o injustos, le pidieron que explicase esta aparente paradoja. Él respondió: “Les ayudas evitando que hagan injusticias”. Por lo tanto, la compasión exige que a los que causan problemas se les prive de los medios para ello o que se les impida causarlos. Si no, finalmente tomarían el control y actuarían a placer.
La compasión del Mensajero abarca a cada criatura. En su papel como general invencible y diestro estadista, sabía que permitir a gente cruel y sedienta de sangre que controlase a los demás sería la más terrible forma de tiranía imaginable. Por lo tanto, por compasión, vio necesario que los corderos pudiesen vivir a salvo de los ataques de los lobos. Deseaba que todos fuesen guiados. De hecho esa era su mayor preocupación: Y tal vez te vayas a consumir de pena en pos de ellos si no creen en este relato (18:6).
¿Pero cómo debía tratar a los que persistían en la incredulidad y luchaban contra él y su Mensaje para destruirlos? Tenía que luchar contra dicha gente, pues la misericordia universal abarca a todas las criaturas. Por eso, cuando fue malherido en Uhud, levantó sus manos y suplicó: “Allah, perdona a mi gente, pues no saben”.[1]
Los mecanos, su propia gente, le causaron tanto sufrimiento, que al final tuvo que emigrar a Medina. Incluso después, los cinco años siguientes no fueron para nada tranquilos. Sin embargo, cuando conquistó La Meca sin derramamiento de sangre en el vigésimo primer año de su Profecía, preguntó a los incrédulos de La Meca: “¿Cómo esperáis que os trate?”. Todos respondieron al unísono: “Eres un noble, hijo de un noble”. Entonces, les comunicó su decisión: “Podéis marchar, no habrá reproche alguno sobre vosotros en este día. Que Allah os perdone. Él es el Más Compasivo de los Compasivos”.[2]
El Sultán Mehmed el Conquistador dijo lo mismo cuando derrotó a los Bizantinos tras conquistar Estambul ochocientos veinticinco años después. Esa es la compasión universal del Islam.
El Mensajero mostró el más alto grado de compasión hacia los creyentes:
En verdad que os ha llegado un Mensajero salido de vosotros mismos; es penoso para él que sufráis algún mal, está empeñado en vosotros y con los creyentes es benévolo y compasivo (9:128).
Bajó sobre los creyentes sus alas de ternura a través de la misericordia (15:88). Era el guardián de los creyentes y para ellos él estaba antes que ellos mismos (33:6). A la muerte de uno de los Compañeros, preguntó a los que se hallaban en el funeral si el difunto había dejado alguna deuda. Cuando se enteró de que así era, mencionó el anterior verso y anunció que los deudores debían de dirigirse a él para recibir su pago.[3]
Su compasión incluso abarcaba a los hipócritas y a los incrédulos. Sabía quiénes eran los hipócritas, pero nunca los identificaba, pues ello les habría privado de los derechos de ciudadanía que habían adquirido por su confesión externa de fe y práctica. Al vivir entre musulmanes su incredulidad en la vida eterna podría reducirse o convertirse en duda, y por lo tanto disminuir así su miedo a la muerte y el dolor que causa la afirmación de una inexistencia eterna tras la muerte.
Allah no mandó una destrucción colectiva sobre los incrédulos, a pesar de que en el pasado erradicó a muchos de ellos: Pero Allah no los castigaría mientras tú estuvieras entre ellos ni tampoco tendría por qué castigarlos mientras pidieran perdón (8:33). Este versículo se refiere a los incrédulos de cualquier era. Allah no destruirá a toda la gente mientras que los que siguen al Mensajero sigan vivos. Además, ha dejado la puerta del arrepentimiento abierta hasta el Día del Juicio Final. Cualquiera puede aceptar el Islam o pedirle perdón a Allah, pese a lo pecador que uno se considere que es.
Por esa razón, la animadversión del musulmán hacia los incrédulos es una forma de compasión. Omar vio a un sacerdote de ochenta años y se puso a sollozar. Cuando se le preguntó por qué había hecho eso, respondió: “Allah le ha dado una vida tan larga y no ha podido encontrar el camino verdadero”. Omar era discípulo del Mensajero, el cual dijo: “No he sido enviado para maldecir a la gente, sino como misericordia”[4] y:
Soy Muhammad, Ahmad (el alabado) y Muqaffi (el Último Profeta); soy Asir (el último Profeta ante cuya presencia los muertos serán resucitados); el Profeta del arrepentimiento (el Profeta para quien la puerta del arrepentimiento siempre quedará abierta), y el Profeta de la misericordia.[5]
El Arcángel Gabriel también se benefició de la misericordia del Corán. Una vez el Profeta preguntó a Gabriel si había participado de la misericordia contenida del Corán. Gabriel respondió que así era y dijo: “No tenía certeza sobre qué iba a ser de mí. Sin embargo, cuando el versículo: Obedecido en los Cielos y digno de confianza y seguridad (81:21) fue revelado, me sentí seguro”.[6] Cuando Maiz fue castigado por su adulterio, un Compañero se excedió verbalmente con él. El Mensajero frunció el ceño y le dijo: “Has hablado mal de tu amigo a sus espaldas; pues su arrepentimiento pidiéndole perdón a Allah por su pecado sería suficiente para perdonar a todos los pecadores del mundo”.[7]
El Mensajero era particularmente compasivo con los niños. Siempre que veía a un niño llorar, se sentaba junto a él o ella y compartía sus sentimientos. Sentía el dolor de una madre por su hijo más que la propia madre. Una vez dijo: “Me pongo a rezar y me gustaría prolongar la oración. Sin embargo, oigo a un niño llorar y acorto la oración para aliviar la ansiedad de la madre”.[8]
Tomaba a los niños en sus brazos y los abrazaba. Una vez, abrazando a sus queridos nietos Hasan y Husayn, Aqra ibn Habis le dijo: “Tengo diez hijos y nunca he besado a ninguno de ellos”. El Mensajero respondió: “Aquél que no tenga compasión, no será compadecido él tampoco”.[9] Según otra versión, añadió: “¿Qué puedo yo hacer por ti si Allah te ha despojado de compasión?”.[10]
Dijo: “Compadeced a aquellos en la Tierra que los de los Cielos os compadecerán”.[11] Cuando Sad ibn Ubada se puso enfermo, el Mensajero le visitó en su casa. Al ver a su fiel Compañero en un estado tan lamentable, empezó a llorar y dijo: “Allah no castiga por derramar lágrimas de pena, sino que castiga por esto” señalando a su lengua.[12] Cuando Osman ibn Madun murió, lloró profusamente. Durante el funeral una mujer comentó: “Osman ha volado como un pájaro hacia el Paraíso”. Incluso en ese estado de tristeza el Profeta no perdió su compostura y corrigió a la mujer: “¿Cómo sabes eso? Ni siquiera yo lo sé y soy un Profeta”.[13]
Un miembro del clan de los Banu Muqarrin golpeó una vez a su criada. Ella informó al Mensajero, que mandó llamar al amo. Le dijo: “La has golpeado sin justificación alguna. Libérala”.[14] Liberar a un esclavo era mejor para el amo que ser castigado en el Más Allá por dicho acto. El Mensajero siempre protegió y apoyó a las viudas, los huérfanos, los pobres y los desvalidos incluso antes de anunciar su Profecía. Cuando regresó a su casa en estado de excitación desde el Monte Hira tras recibir su primera Revelación, su esposa Jadiya le dijo: “Espero que seas el Profeta de esta Umma, pues siempre dices la verdad, cumples tus promesas, apoyas a tus familiares, ayudas a los pobres y a los débiles y acoges de buen grado a los invitados”.[15]
Su compasión incluso abarcaba a los animales. Nos hizo saber que: “Una prostituta fue guiada a la verdad por Allah y entró en el Paraíso por haberle dado agua a un perro que moría de sed. Otra mujer entró en el Infierno por haber dejado a un gato morir de hambre”.[16] Mientras regresaban de una campaña militar, algunos Compañeros sacaron unos polluelos de su nido para acariciarlos. La madre de los polluelos, al no encontrarlos en el nido, empezó a volar alrededor emitiendo sonidos de angustia. Cuando se le informó de ello, el Mensajero se enfadó y ordenó que los polluelos fuesen devueltos al nido.[17]
Una vez le dijo a sus Compañeros que Allah le reprochó a un Profeta del pasado el haber incendiado un hormiguero.[18] Estando en Mina, algunos de los Compañeros atacaron una serpiente para matarla. Sin embargo, consiguió escapar. Viendo eso desde lejos, el Mensajero comentó: “Se ha salvado de vuestro mal igual que vosotros os habéis salvado del de ella”.[19] Ibn Abbas informó que el Mensajero vio a un hombre afilando su cuchillo ante la oveja que iba a degollar y preguntó: “¿Quieres matarla varias veces?”.[20]
Abdallah ibn Yafar narró lo siguiente:
El Mensajero fue a un jardín de Medina con algunos Compañeros. Un camello esquelético se hallaba en un rincón. Al ver al Mensajero empezó a llorar. El Mensajero fue a él y tras pararse un rato a su lado, advirtió severamente al propietario que le alimentase convenientemente.[21]
Su amor y compasión por las criaturas es muy diferente al de los auto-proclamados humanistas de hoy en día. Era sincero y equilibrado en este aspecto. Era un Profeta educado por Allah, Creador y Sustentador de todos los seres, para guía y felicidad de la humanidad, los genios y la armonía de la existencia. Como tal, vivió para los demás y fue misericordioso con todos los seres: fue la manifestación de la Compasión.

[1] Bujari, “Anbiya” 54; Muslim, “Yihad” 104.
[2] Ibn Hisham, Sira, 4:55; Ibn Kazir, Al-Bidaya, 4:344.
[3] Muslim, “Fara’iz,’ 14; Bujari, “Istiqraz,” 11.
[4] Muslim, “Birr” 87.
[5] Ibn Hanbal, 4:395; Muslim, “Fadail” 126.
[6] Qadi ‘Iyad, Al-Shifa’, 1:17.
[7] Muslim, “Hudud” 17-23; Bujari, “Hudud” 28.
[8] Bujari, “Azan” 65; Muslim, “Salat” 192.
[9] Bujari, “Adab” 18.
[10] Bujari, “Adab” 18; Muslim, “Fadail” 64; Ibn Maya, “Adab” 3.
[11] Tirmizi, “Birr” 16.
[12] Bujari, “Yana’iz” 45; Muslim, “Yana’iz” 12.
[13] Bujari, “Yana’iz” 3.
[14] Muslim, “Ayman,” 31, 33; Ibn Hanbal, 3:447.
[15] Ibn Sad, Tabaqat, 1:195.
[16] Bujari, “Anbiya” 54; “Musaqat” 9; Muslim, “Salam” 153; Ibn Hanbal, 2:507.
[17] Abu Dawud, “Adab” 164; “Yihad” 112; Ibn Hanbal, 1:404.
[18] Bujari, “Yihad” 153; Muslim, “Salam” 147.
[19] Nasa’i, “Hayy” 114; Ibn Hanbal, 1:385.
[20] Hakim, Mustadrak, 4:231, 233.
[21] Suyuti, Al-Jasa’is al-Kubra, 2:95; Hayzami, Majma‘, 9:9.

Su amabilidad y tolerancia

La amabilidad es otra dimensión de su carácter. Era un espejo brillante donde Allah reflejaba Su Misericordia. La amabilidad es un reflejo de la compasión. Allah hizo a Su Mensajero amable y dulce, lo cual le permitió superar muchos obstáculos y hacer que muchos abrazaran el Islam.
Tras una Victoria en Badr, la batalla de Uhud fue una gran prueba para la joven comunidad musulmana. A pesar de que el Profeta quiso luchar en las afueras de Medina, la mayoría de los musulmanes deseaban luchar a campo abierto. Cuando ambos ejércitos se encontraron al pie del Monte Uhud, el Mensajero situó cincuenta arqueros en el paso de Aynayn y les ordenó que no se moviesen sin su permiso, incluso si veían que los musulmanes habían vencido definitivamente.
El ejército musulmán, con sólo un tercio de hombres y dotación que el enemigo, casi derrotaron al principio a los politeístas de La Meca. Al ver al enemigo escapar, los arqueros se olvidaron de la orden del Profeta y abandonaron sus puestos. Jalid ibn Walid, el comandante de la caballería de La Meca, se percató de ello y, cabalgando alrededor de la montaña, atacó a los musulmanes por la retaguardia. Los soldados enemigos que escapaban se dieron la vuelta y atraparon a los musulmanes entre dos frentes. Empezaron a ser derrotados, muriendo como mártires mas de setenta musulmanes y siendo herido también el Mensajero.
Pudo haber reprochado a los que buscaron satisfacer sus deseos y a los arqueros que abandonaron sus puestos, pero no lo hizo. En vez de ello, mostró indulgencia:
Por una misericordia de Allah, fuiste suave con ellos; si hubieras sido áspero, de corazón duro, se habrían alejado de tu alrededor. Así pues, perdónalos, pide perdón por ellos y consúltales en las decisiones, y cuando te hayas decidido confíate a Allah. Es verdad que Allah ama a los que ponen su confianza en Él (3:159).
Estos versos muestran dos requisitos esenciales para el liderazgo: afabilidad e indulgencia hacia los que hacen errores bien intencionados, y la importancia de consultar en cuestiones de administración pública.
Esta afabilidad y capacidad de perdonar era el reflejo de los Nombres de Allah, el Afable, Clemente, el Perdonador. Allah no deja de proveer a la gente a pesar de su rebelión e incredulidad. A pesar de que la mayoría de la gente Le desobedece obrando con incredulidad al asociar implícita o explícitamente asociados a Allah, o incumpliendo Sus mandamientos, el Sol sigue enviándoles su calor y luz, las nubes llenas de lluvia les auxilian, y la tierra no deja de alimentarles con sus frutos y plantas. La Clemencia y la Indulgencia de Allah se reflejan a través de la compasión, la afabilidad y la indulgencia del Mensajero.
Al igual que Abraham, al quien decía que se parecía, el Mensajero era afable, suplicante, clemente y siempre entregado en cuerpo y alma a Allah (11:75), dulce con los creyentes y lleno de piedad y compasión hacia ellos (9:128). Abraham nunca se enfadaba con la gente, a pesar de cuanto le atormentaran. Quería el bien incluso para sus enemigos; Le imploraba a Allah y derramaba lágrimas en Su Presencia. Al ser un hombre de paz y salvación, Allah ordenó al fuego que fuera fresco y seguro (21:69).
Al igual que él, el Mensajero nunca se enfadaba con nadie por lo que le hubieran hecho. Cuando su esposa Aisha fue calumniada, no consideró castigar a los calumniadores incluso después de que el Corán la exculpase. Los beduinos a veces se comportaban con él maleducadamente; pero él ni siquiera les fruncía el ceño. A pesar de ser extremadamente sensible, siempre mostraba paciencia tanto con el amigo como con el enemigo.
Por ejemplo, cuando estaba distribuyendo el botín de guerra tras la Batalla de Hunayn, Zu al-Huwaysira protestó: “Sé justo, Muhammad”. Esto fue un insulto imperdonable, pues el Profeta había sido enviado a establecer la justicia. No soportando dicha ofensa, Omar pidió permiso para matar a “ese hipócrita” en el sitio. Sin embargo, el Mensajero sólo respondió: “¿Quién va a ser justo si yo no lo soy? Si yo no soy justo, estaría extraviado y malogrado”.[1] Según otro posible significado de esa expresión, habría dicho: “Si no soy justo, al seguirme tu gente se extraviará y malogrará”.[2] Además de ello, hizo ver que ese hombre participaría más tarde en movimientos sediciosos. Ello se hizo realidad durante el califato de Ali: Zu al-Huwaysira fue encontrado muerto entre los Jariyitas tras la batalla de Nahrawan.
Anas ibn Malik relató que una judía ofreció un cordero asado al Mensajero tras la conquista de Jaibar. Justo antes de que tomase el primer bocado, se detuvo y dijo a los demás que no lo comiesen y pronunció: “Este cordero me dice que ha sido envenenado”. Sin embargo, un compañero llamado Bishr murió tras haber tomado un bocado (lo tomó antes de que el Mensajero hubiese hablado). El Mensajero mandó llamar a la mujer y le preguntó por qué había envenenado la carne. Ella respondió, si eres realmente un Profeta, el veneno no te habría afectado. Y si no lo eres quería librar a la gente de tu mal. “El Mensajero la perdonó por haber conspirado para matarle.[3] Según otras fuentes, los familiares de Bishr exigieron que la mujer fuese castigada y así fue.
Una vez, el Profeta se dirigía a casa tras haber estado hablando con sus Compañeros en la mezquita. Entonces, un beduino le tiró fuertemente del cuello y dijo con rudeza: “¡Muhammad, dame lo que me debes! ¡Carga mis dos camellos! ¡Pues no los vas a cargar con tu riqueza ni con la de tu padre!”. Sin mostrar signos de haber sido ofendido, dijo a los otros: “Dadle lo que quiere”.[4]
Zayd ibn Sanan narró lo siguiente:
Antes de abrazar el Islam, el Mensajero tomó prestado de mí algo de dinero. Fui a él a cobrar mi deuda antes de su debido plazo y le insulté: “¡Hijos de Abd al-Muttalib, sois muy reacios a pagar vuestras deudas!”. Omar se enfadó mucho y me gritó: “¡Enemigo de Allah! ¡Si no fuese por el trato que hay entre nosotros y la comunidad judía, te cortaría la cabeza! ¡Háblale al Mensajero con educación!”. Sin embargo, el Mensajero me sonrió y volviéndose hacia Omar dijo: “Págale y añádele a ello veinte galones por haberle asustado”.
Omar narró así el resto de la historia:
Estábamos juntos. En el camino, Zayd dijo repentinamente: “Omar, estabas enfadado conmigo; pero yo encontré en él todos los rasgos que debería de tener el Último Profeta según figuraban en el Antiguo Testamento. Contiene este versículo: Su afabilidad sobrepasa su ira. La insolencia extrema sólo le hace crecer en afabilidad y en paciencia. Para probar su paciencia, le provoqué deliberadamente. Ahora estoy convencido que él es el Último Profeta cuya venida estaba predicha en la Torá. Por lo tanto, creo y doy fe de que él es el Último Profeta”.[5]
Su afabilidad y paciencia fueron suficientes para que se convirtiese Zayd ibn Sanan, un erudito judío.
El Mensajero era extremadamente meticuloso practicando el Islam. Nadie le podía igualar en oraciones supererogatorias. A pesar de no cometer pecados, pasaba más de la mitad de la noche rezando y llorando, y a veces ayunaba durante dos o tres días consecutivos. A cada momento avanzaba un paso hacia la “alabada meta” que Allah le había concedido. Era muy tolerante con los demás. Para no cargar a su comunidad, no hacía las oraciones supererogatorias en la mezquita. Cuando la gente se quejó de un imán que prolongaba la oración, el Profeta subió al púlpito y dijo: “¡Gente! Hacéis que la gente odie la oración. Cuando dirijáis el rezo no la prolonguéis, pues hay quien está enfermo, es viejo o tiene necesidades”.[6] Una vez, su congregación se quejó de Muaz ibn Yabal, diciendo que prolongaba la oración nocturna. El amor del Profeta por Muaz no le impidió preguntarle a Muaz tres veces si es que era un alborotador.[7]
La afabilidad del Mensajero y su paciencia conquistaron los corazones y preservaron la unidad musulmana. Tal y como figura en el Corán, si hubiese sido duro de corazón, la gente le habría dejado. Sin embargo, los que le vieron y escucharon fueron tan impregnados de manifestaciones Divinas que se convirtieron en santos. Por ejemplo, Jalid ibn Walid fue el general coraichí que infligió una derrota a los musulmanes en Uhud. Sin embargo, al no ser incluido en el ejército que salió el día después de su conversión, se disgustó tanto que lloró.
Al igual que Jalid, Ikrima y Amr ibn al-As estuvieron entre aquellos que causaron gran daño al Mensajero y a los musulmanes. Tras sus conversiones, cada uno de ellos se convirtió en una espada del Islam desenvainada contra los incrédulos. Ibn Hisham, el hermano de Abu Yahl, se convirtió al Islam poco después de que el Mensajero falleciese. Fue un musulmán tan sincero que antes de morir mártir en Yarmuk, no bebió el agua que Hudayfa al-Adawi le ofrecía; pues pidió que antes se la diesen a un musulmán que allí cerca gemía pidiendo agua. Murió anteponiéndose un hermano musulmán a sí mismo.[8]
Dicha gente alcanzó elevados rangos en el iluminado entorno del Mensajero. Se convirtieron en sus Compañeros, considerados y respetados como la virtuosa gente después de los Profetas por casi todos los musulmanes desde los primeros días del Islam. Explicando esta grandeza, Said Nursi, el gran revitalizador musulmán del siglo XX, dice:
Me pregunto por qué grandes santos como Muhyiddin ibn Arabi no lograron alcanzar la categoría de los compañeros. Un día Allah me permitió realizar en la oración una postración que nunca pude repetir. Llegué a la conclusión de que es imposible alcanzar el rango de los Compañeros ya que todas sus postraciones eran como aquella postración en significado y mérito.[9]
El Mensajero educó a los Compañeros. Su grandeza radica en que, a pesar de los pocos que eran, transmitieron con éxito el Islam a los confines de Asia y África en pocas décadas. En dichos lugares, el Islam quedó tan enraizado que a pesar de los esfuerzos concertados por parte de las superpotencias de cada época para extinguir el Islam, sigue ganando empuje y representa la única alternativa realista para la salvación humana. Los Compañeros fueron transformados de su miserable estado antes del Islam al estado de ser guías y maestros de una considerable parte de la humanidad hasta el Día del Juicio Final, la vanguardia de la más magnífica civilización de la historia.
Además, el Mensajero era totalmente equilibrado. Su compasión universal no le impidió ejecutar la justicia Divina, y su afabilidad y paciencia hicieron que nunca transgrediese ninguna de las reglas islámicas o que se humillase a sí mismo. Por ejemplo, en una batalla, Usama ibn Zayd derribó a un soldado enemigo al suelo. Cuando estuvo a punto de matarle, el hombre declaró su creencia en el Islam. Creyendo que sólo lo hizo por miedo a una muerte inminente, Usama le mató. Cuando el Mensajero fue informado del incidente, reprendió severamente a Usama, y le dijo: “¿Le abriste el corazón para ver (que lo que sospechabas era verdad)?”. Repitió esa frase tantas veces, que Usama dijo luego: “Hubiese deseado no haberme hecho musulmán aún el día que fui tan severamente reprendido”.[10]
Asimismo, una vez Abu Zarr se enfadó tanto con Bilal que le insultó y le dijo: “¡Hijo de negra!”. Bilal fue al Mensajero y le contó llorando el incidente. El Mensajero le reprochó a Abu Zarr diciéndole: “¿Todavía tienes restos de la Yahiliya?”. Lleno de arrepentimiento, abu Zarr se tiró al suelo y dijo: “No voy a levantar mi cabeza (queriendo decir que no se levantaría) hasta que no ponga Bilal su pie sobre la misma y pase por encima de ella”. Bilal le perdonó y se reconciliaron.[11] Ésa era la hermandad y humanidad que el Islam creó entre gente que una vez fue salvaje.

[1] Muslim, “Zakat” 142, 148; Bujari, “Adab” 95; “Manaqib” 25.
[2] Bujari, “Adab” 95; Muslim, “Zakat” 142.
[3] Bujari, “Hiba” 28; Abu Dawud, “Diyat” 6.
[4] Abu Dawud, “Adab” 1; Nasa’i, “Qasama” 24.
[5] Suyuti, Al-Jasa’is, 1:26; Ibn Hayar, Al-Isaba, 1:566.
[6] Bujari, “‘Ilm” 28; “Azan” 61.
[7] Muslim, “Salat” 179; Nasa’i, “Iftitah” 71; Bujari, “Adab” 74.
[8] Hakim, Mustadrak, 3:242.
[9] Said Nursi, Sözler (Istanbul: 1986), 459.
[10] Muslim, “Iman” 158; Ibn Maya, “Fitan” 1.
[11] Bujari, “Iman” 22.

Su generosidad

El Mensajero es el espejo más pulido en el que los Nombres y Atributos de Allah se reflejan en su más alto grado. Como perfecta manifestación de esos Nombres y Atributos, la personificación del Corán y del Islam, él es la mayor y más decisiva y absoluta prueba de la Existencia de Allah, de Su Unidad y de la verdad del Islam y el Corán. Los que le veían recordaban a Allah automáticamente. Cada una de sus virtudes reflejaba un Nombre o un Atributo de Allah y era una prueba de su Profecía. Al igual que su afabilidad y paciencia, su generosidad era otra dimensión de su excelencia, inigualable personalidad y un reflejo y una prueba de su Profecía.
La gente de Arabia era conocida por su generosidad incluso antes del Islam. Cuando leemos la poesía pre-islámica, vemos que los árabes se jactaban de su generosidad. Sin embargo, su generosidad no era por amor a Allah ni por motivos altruistas; era más bien por orgullo personal, pero la generosidad del Mensajero era puramente por amor a Allah. Él no la mencionaba ni le gustaba que se mencionase. Cuando un poeta le alababa por su generosidad, atribuía a Allah todo lo bueno que tenía o hacía. Nunca se atribuía a sí mismo sus virtudes y sus buenas acciones.
Al Mensajero le gustaba distribuir lo que tenía. Practicó el comercio hasta que fue Profeta, y poseyó una considerable riqueza. Luego, él y su rica esposa Jadiya gastaron todo en el camino de Allah. Cuando Jadiya murió, no tenía dinero para su sudario. El Mensajero tuvo que pedir prestado dinero para enterrar a su propia esposa, la primera persona en abrazar el Islam y la primera persona en seguirle.[1]
Si el Mensajero lo hubiese deseado, podría haber sido el hombre más rico de La Meca. Pero rechazó dichas ofertas sin pensárselo dos veces. A pesar de que Allah ordenó que una quinta parte del botín de guerra se pusiese a disposición del Mensajero, él nunca lo gastó en sí mismo o en su familia. Tanto él como su familia vivieron austeramente y sobrevivían a base de escasas provisiones, ya que él siempre daba preferencia a los demás. Por ejemplo, su parte del botín de Hunayn fueron cuarenta mil ovejas, veinticuatro mil camellos y dieciséis toneladas de plata.
Safwan ibn Umayya, de quien el Mensajero tomó prestadas algunas armas, miró el botín con codicia y desconcierto. Consciente de ello, el Mensajero le dio tantos camellos como quiso. Estupefacto ante tal generosidad, Safwan corrió hacia su gente y les dijo: “¡Gente, aceptad el Islam sin duda, pues Muhammad da como sólo puede dar el que no teme a la pobreza y confía plenamente en Allah!”. Esa generosidad fue suficiente para guiar hacia la verdad a Safwan y a su gente, que justo hasta ese día habían sido los más implacables enemigos del Islam.[2]
El Mensajero se concebía a sí mismo como un viajero en este mundo. Una vez dijo: “¿Qué me conecta a este mundo? Soy como un viajero que se sienta a la sombra de un árbol y luego continúa su camino”.[3] Según él, el mundo es como un árbol bajo el cual la gente está a la sombra. Nadie vive aquí para siempre, por lo tanto, la gente se ha de preparar para la segunda parte del viaje, que acabará en el Paraíso o en el Infierno.
El Mensajero fue enviado para guiar a la gente a la verdad. Y a ese fin dedicó su vida y sus posesiones. Una vez, Omar le vio echado sobre una estera áspera y lloró. Cuando el Mensajero le preguntó por qué estaba llorando, Omar le respondió: “Mensajero de Allah, mientras los reyes duermen en mullidos lechos de plumas, tú te acuestas en esta rígida estera. Tú eres el Mensajero de Allah, y por ello mereces una vida fácil más que ningún otro”. El Mensajero respondió: “¿No crees que los lujos de esta vida deben de ser para ellos y los de la Próxima para nosotros?”.[4]
El Islam no aprueba la vida monástica. Vino a establecer la justicia y el bienestar humano, pero advierte del abuso. Por lo tanto, muchos musulmanes han elegido una vida ascética. Aunque algunos musulmanes se hicieron ricos tras la muerte del Mensajero, otros como Abu Bakr, Omar y Ali prefirieron una vida austera. Esto fue en parte porque sintieron la necesidad de vivir como su gente más pobre, y en parte porque seguían estrictamente el ejemplo del Profeta. Durante su califato, a Abu Bakr se le ofreció un vaso de agua fría para romper su ayuno en Ramadán. Acercó el vaso a sus labios y empezó repentinamente a llorar. Cuando se le preguntó, respondió: “Un día, el Mensajero bebió un vaso de agua fría como éste que se le había ofrecido y lloró. Dijo que Allah dice: “Un día seréis preguntados por cada deleite”. Seremos preguntados por esta agua. Lo he recordado y he llorado”.[5]
En los primeros tiempos de su califato, Abu Bakr se ganaba la vida ordeñando las ovejas de una mujer. Más tarde le fue otorgado un pequeño salario. En su lecho de muerte, dio una vasija a los que le rodeaban y les pidió que se lo diesen al nuevo califa tras su muerte. Omar fue su sucesor, cuando rompió la vasija, había algunas monedas y una carta en la que ponía: “He vivido según el nivel de vida de los más pobres de Medina, y he puesto en esta vasija lo que me sobraba de mi salario. Por lo tanto, estas monedas pertenecen al tesoro público donde deben ser devueltas. “Al leer la carta, Omar lloró e hizo el siguiente comentario: “Abu Bakr, has dejado un peso insoportable sobre los hombros de tus sucesores”.[6]
El Mensajero era, en palabras de Anas, la más linda y generosa persona”.[7] Yabir ibn Samura transmitió lo siguiente:
Una vez estábamos sentados en la mezquita y la luna llena brillaba sobre nosotros. El Mensajero entró. Miré primero a la luna y luego a su rostro. Juro por Allah que su rostro brillaba más que la luna”.[8]
El Mensajero nunca rechazó a nadie y, como dijo Farazdak, sólo pronunciaba la palabra “no” cuando recitaba la profesión de fe (No hay más dios que Allah y Muhammad es Su Mensajero) al rezar. Una vez, un beduino vino y le pidió algo al Mensajero. El Mensajero accedió a su petición. El beduino siguió pidiendo, el Mensajero siguió dándole hasta que no le quedó nada. Cuando el beduino le volvió a pedir, le prometió que le volvería a dar cuando tuviese. Enfadado por tal grosería, Omar le dijo al Mensajero: “Se te ha pedido y has dado. Se te ha vuelto a pedir y has dado, ¡hasta que se te ha vuelto a pedir una vez más y has tenido que prometer!”. Omar quería decir que el Mensajero no debía hacer las cosas tan difíciles para sí mismo. El Mensajero no aprobó las palabras de Omar. Abdallah ibn Hudafa al-Sahmi se puso de pie y dijo: “¡Mensajero, da sin temor a que te empobrezca el Dueño del Trono de Honor!”. Complacido con dichas palabras, el Mensajero declaró: “¡Me ha sido ordenado hacer eso!”[9]
Nunca rechazaba una petición, pues fue él el que dijo: “El generoso está cerca de Allah, el Paraíso y la gente, pero lejos del Fuego. El miserable está lejos de Allah, el Paraíso y la gente, pero cerca del Fuego”.[10] Y dijo: “¡Gente! Ciertamente Allah ha elegido para vosotros el Islam como religión. Mejorar vuestra práctica del mismo a través de la generosidad y los buenos modales”.[11] Su misericordia ascendió al cielo como vapor y luego llovió como generosidad, de tal modo que los corazones endurecidos fueron hechos suficientemente fértiles como para que brotasen de ellos “buenos árboles cuyas raíces son firmes y cuyas ramas están en los Cielos, y que dan su fruto en cada estación con permiso de su Señor”.

[1] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 3:158-9.
[2] Ibn Hisham, 4:135; Ibn Hayar, Al-Isaba, 2:187; Muslim, “Fadail” 57.
[3] Bujari, “Riqaq” 3.
[4] Bujari, “Tafsir” 2; Muslim, “Talaq” 31.
[5] Muslim, “Ashriba” 140; Abu Nuaym, “Hilya” 1:30.
[6] Tabari, “Tarij” 4:252.
[7] Muslim, “Fadail,” 48; Bujari, “Manaqib” 23.
[8] Suyuti, Al-Jasa’is, 1:123; Hindi, Kanz al-‘Ummal, 7:168.
[9] Ibn Kazir, 6:63.
[10] Tirmizi, “Birr,” 40.
[11] Hindi, 6:571.

Su modestia

En la sociedad, cada persona tiene una ventana (categoría) a través de la cual él o ella mira para ver a los demás y ser visto. Si la ventana está situada a una altura mayor que su talla real, la gente intenta parecer más alta haciendo uso de la vanidad y adoptando aires de grandeza. Si la ventana está situada a una altura menor que su talla real, se deben inclinar en humildad para mirar hacia fuera, ver y ser vistos. La humildad es la medida de la grandeza de uno, del mismo modo que la vanidad y el engreimiento es la medida del vil carácter.[1]
El mensajero era de una talla moral tan elevada que se podría decir que tocaba el “techo de los Cielos”. Por lo tanto, no tenía necesidad alguna de ser visto. Quienquiera que viaje en el mundo de las virtudes, le ve antes que a cualquier ser creado, incluidos los ángeles. En las palabras de Said Nursi, el Mensajero es el noble ayudante de campo de Allah. Se rebajó a sí mismo para estar durante un tiempo en este mundo a fin de que la gente pudiese encontrar su camino hacia Allah. Al ser el mejor de toda la humanidad, era el mejor en modestia. Concuerda con el conocido dicho: “Cuanto mejor sea uno, más modesto es”.
Nunca se consideró a sí mismo mejor que nadie. Sólo su radiante rostro y su atractiva persona le distinguían de sus Compañeros. Vivía y vestía como los más pobres y se sentaba y comía con ellos, tal y como lo hacía con los esclavos y los sirvientes. Una vez una mujer le vio comer y dijo: “Come como un esclavo”. El Mensajero respondió: “¿Puede haber un esclavo mejor que yo? Soy el esclavo de Allah”.[2]
Una vez, mientras servía a sus amigos, un beduino vino y gritó: “¿Quién es el señor de esta gente?”. El Mensajero respondió presentándose a sí mismo a la vez que enunciando un importante principio sobre el liderazgo islámico y la administración pública: “El señor de una gente es el que les sirve”. Ali dijo que, entre la gente, el Mensajero era como uno más. Cuando él y Abu Bakr llegaron a Quba mientras emigraban de La Meca a Medina, algunos medineses que no sabían qué aspecto tenía el Profeta, trataron de besarle las manos a Abu Bakr. El único signo externo que les distinguía era que Abu Bakr parecía mayor que el Mensajero.[3]
Mientras los musulmanes construían la mezquita de Medina, el Profeta cargaba con dos ladrillos de adobe; los demás sólo cargaban con uno.[4] Mientras cavaban el foso para defender Medina, los Compañeros se ataron una piedra al vientre para calmar su hambre. El Mensajero se ató dos.[5] Cuando un hombre le vio por primera vez y empezó a temblar de miedo al contemplar su imponente aspecto, el Mensajero le calmó y le dijo: “Hermano, no temas. Soy un hombre como tú, cuya madre solía comer pan seco”.[6] En otra ocasión, una mujer demente le tomó de la mano y le dijo: “Ven conmigo y haz mis tareas domésticas”. Él Mensajero hizo lo que le pidió.[7] Aisha informó de que el Mensajero se remendaba sus ropas, reparaba su calzado y ayudaba a sus esposas con los quehaceres domésticos.[8]
A pesar de que su modestia le elevó al más alto rango, el se consideraba a sí mismo como un siervo de Allah cualquiera: “Nadie entra en el Paraíso por sus actos”. Cuando se le preguntó si esto era verdad incluso para él, dijo que él sólo podría entrar en el Paraíso gracias la Misericordia de Allah”.[9]
Sus Compañeros siempre le pidieron consejo o permiso antes de cualquier acción. Una vez, Omar le pidió permiso para hacer la peregrinación menor. El Mensajero se lo permitió e incluso le pidió a Omar que le incluyese en sus súplicas. Omar se alegró tanto que más tarde dijo: “Si los mundos me hubiesen sido concedidos aquel día, no me hubiese sentido tan feliz”.[10]
La humildad era una de las mayores cualidades del Profeta. Al aumentar su rango cada día, aumentaba su humildad y servidumbre a Allah. Su cualidad de siervo era anterior a su cualidad de Mensajero, según se puede ver en la declaración de fe: “Testifico que no hay más dios que Allah; y testifico que Muhammad es Su siervo y Mensajero”. Prefirió ser un Profeta-esclavo que ser un Profeta-rey.
Un día, mientras estaba sentado con el Arcángel Gabriel, el Mensajero dijo que no había comido durante varios días. En cuanto dijo eso, otro ángel apareció y le preguntó: “Mensajero de Allah, Allah te saluda y te pregunta si deseas ser un Profeta-rey o un Profeta-esclavo”. Gabriel le aconsejó que fuese humilde ante su Señor. Y como la humildad formaba parte de su carácter, el Mensajero respondió: “Quiero ser un Profeta-esclavo”.[11] Allah alaba su servidumbre y le menciona como siervo en varios versículos: Y cuando el siervo de Allah se ponía a invocarlo a punto estaban (los genios) de venírsele encima (para verle rezar) (72:19), y:
Y si tenéis alguna duda sobre lo que hemos revelado a Nuestro siervo, venid vosotros con una sura igual; y si decís la verdad, llamad a esos testigos que tenéis en vez de Allah (2:23).
Después de las muertes de Jadiya y de Abu Talib, el Mensajero se convenció de que ya no podía esperar ni victoria ni seguridad en La Meca. Por lo que antes de que las cosas llegasen a un estado crítico, buscó una nueva base en Taif. Al ver a los habitantes de la misma tan hostiles, sintió que no tenía apoyo ni protección. Pero Allah manifestó su Misericordia y le honró con la Ascensión a Su Presencia. Al narrar dicho evento, Allah le menciona como Su siervo para mostrar que merecía la Ascensión a causa de su servidumbre:
¡Gloria a Quien una noche hizo viajar a Su siervo desde la Mezquita Inviolable hasta la Mezquita más lejana, aquella cuyos alrededores hemos bendecido, para mostrarle parte de Nuestros signos! Verdaderamente Él es Quien oye y Quien ve (17:1).
La humildad es el más importante aspecto de la sumisión del Mensajero. Declaró: “Allah exalta al humilde y humilla al altivo”.[12] Ali describe al Mensajero como:
Era el más generoso dando, y el más afable y el que más paciencia y perseverancia tenía. Era el más sincero en el habla y el más amistoso y agradable en la compañía. Era el más noble de todos en cuanto a linaje. El que le veía por primera vez, se sobrecogía; pero quien le conocía de cerca, era atraído profundamente por él. Quienquiera que haya intentado describirle dice: “Nunca he visto a nadie como él”.[13]

[1] Said Nursi, Cartas, 2:315.
[2] Hayzami, Majma‘, 9:21.
[3] Ibn Hisham, 2:137.
[4] Bujari, 1:111; Muslim, 2:65; Semhudi, Wafa’, 1:237; Ibn Sad, 1: 240.
[5] Tirmizi, “Zuhd” 39.
[6] Ibn Maya, “At‘ima,” 30; Hayzami, 9:20.
[7] Qadi ‘Iyad, Al-Shifa’, 1:131, 133.
[8] Tirmizi, Shama’il, 78; Ibn Hanbal, 6:256.
[9] Bujari, “Riqaq” 18.
[10] Ibn Maya, “Manasik,” 5; Tirmizi, “DaAwat,” 109; Abu Dawud, “Witr,” 23.
[11] Ibn Hanbal, 2:231; Hayzami, 9:18.
[12] Hindi, Kanz al-‘Ummal, 3:113; Hayzami, 10:325.
[13] Tirmizi, Hadiz No. 3880.

Los valores creados por el Mensajero

Es difícil para notros comprender al Profeta Muhammad completamente. Debido a que tendemos a compartimentar el universo, la vida y la humanidad misma, carecemos de una visión unitaria. No obstante, el Profeta Muhammad combinaba perfectamente en su persona el intelecto de un filósofo, el valor de un comandante, el genio de un científico, la sabiduría de un sabio, la visión y la capacidad administrativa de un estadista, la profundidad de un maestro sufí y el conocimiento de un erudito.
Los filósofos producen estudiantes, no seguidores; los líderes revolucionarios crean seguidores, no gente completa; los maestros sufíes crean “señores de sumisión”, no luchadores activos o intelectuales. Pero en el Profeta Muhammad, encontramos las características del filósofo, el líder revolucionario, el guerrero, el estadista y el maestro sufí. Su escuela es de intelecto y pensamiento, revolución, sumisión y disciplina, bondad, belleza, éxtasis y movimiento.
El Profeta Muhammad transformó a los groseros, ignorantes, salvajes y obstinados árabes del desierto en hábiles luchadores, en una comunidad de sinceros devotos de una sublime causa, una sociedad de dulzura y compasión, en una asamblea de santidad y en una hueste de intelectuales y eruditos. En ninguna parte vemos semejante fervor y ardor combinados con dulzura, amabilidad, sinceridad y compasión. Ésta es una característica única de la comunidad musulmana, algo visible desde sus primeros días.
El “Jardín” de Muhammad. Islam, la escuela del Profeta Muhammad, ha sido un jardín rico en todo tipo de “flores”. Como agua que cae en una cascada, Allah ha hecho brotar de dicho jardín seres tan majestuosos como Abu Bakr, Omar, Osman, Ali, Omar ibn Abd al-Aziz, Mahdi al-Abbasi, Harun al-Rashid, Alp Arslan, Mehmed el Conquistador, Selim y Sulayman. Éstos no sólo eran estadistas de gran calibre e invencibles jefes militares, sino hombres de profunda espiritualidad, hondo conocimiento, oración y literatura.
El puro y bendito clima que el Mensajero creó dio lugar a que surgiesen generales invencibles. En la primera generación, vemos genios militares tales como Jalid, Sad ibn Abi Waqqas, Abu Ubayda, Shurahbil ibn Hasana y Ala al-Jadrami. Fueron seguidos por generales tan brillantes como Tariq ibn Ziyad y Uqba ibn Nafi, los cuales combinaron el genio militar con la ternura humana, la convicción religiosa y la devoción.
Cuando Uqba, el conquistador del Norte de África, alcanzó el Océano Atlántico, a tres mil doscientos kilómetros de distancia de Arabia, gritó: “Y ahora, ¡Que Allah se lleve mi alma! ¡Si este océano no se extendiese ante mí, transmitiría Tu santo Nombre a través del mismo a otras tierras!” Apenas podemos imaginarnos a Alejandro Magno pensar lo mismo cuando salió hacia Persia. Aun así, ambos conquistadores realizaron hazañas comparables.
El idealismo de Uqba y su “posiblidad” respecto a la Voluntad Divina se convirtió en una irresistible acción en este mundo. El imperio de Alejandro se hundió tras su muerte mientras que las tierras conquistadas por Uqba aún mantienen el Islam como cosmovisión, credo y modo de vida dominantes catorce siglos después, a pesar de los intentos realizados para cambiar dicha realidad.
Tariq era un general victorioso. No sólo cuando pudo derrotar a los noventa milhombres que componían el ejército visigodo con un puñado de abnegados hombres valientes, sino también cuando se paró ante el tesoro del rey visigodo y dijo: “¡Cuidado, Tariq! Ayer eras un esclavo y hoy eres un general victorioso; y mañana vas a estar bajo la tierra”.
Yavuz Selim, el Sultán Otomano que vio el mundo demasiado pequeño para dos gobernantes, fue realmente victorioso cuando coronó a algunos reyes y destronó a otros; y también cuando entró silenciosamente en Estambul mientras la gente dormía, tras conquistar Siria y Egipto, a fin de evitar la entusiasta bienvenida de la gente. También fue victorioso cuando ordenó que la toga manchada por el caballo de su maestro fuese puesta sobre su féretro por su santidad: había sido “manchada” por el caballo de un erudito.
Durante las rápidas conquistas después del Profeta, muchos de los conquistados fueron distribuidos entre las familias musulmanas. Esos esclavos liberados se convirtieron al final en los sabios religiosos más importantes: Hasan ibn Hasan al-Basri (Basra); Ata ibn Rabah, Muyahid, Said ibn Yubayr y Sulayman ibn Yasar (La Meca); Zayd ibn Aslam, Muhammad ibn al-Munkadir y Nafi ibn Abi Nuyayh (Medina); Alqama ibn Qays al-Najai, Aswad ibn Yazid, Hammad y Abu Hanifa Numan ibn Zabit (Kufa); Tawus y ibn Munabbih (Yemen); Ata ibn Abdallah al-Jorasani (Jorasán); y Maqhul (Damasco). Todos se abrieron como espléndidas y aromáticas flores del jardín de Muhammad. Establecieron el sistema legal del Islam y formaron a miles de juristas que escribieron y compilaron volúmenes que siguen teniendo valor como referencia legal.
Uno de esos juristas, el Imán Abu Hanifa, fundó la escuela hanafí, que tiene cientos de millones de seguidores hoy en día. Formó a eruditos de la talla del Imán Abu Yusuf, el Imán Zufar y el Imán Muhammad Hasan al-Shaybani, que enseñaron al Imán Muhammad Idris al- Shafí. Las notas que Abu Hanifa le dictó al Imán Shaybani fueron comentadas siglos después por el Imán Sarajsi (el “Sol de los Imanes”) en su obra de treinta volúmenes titulada Al-Mabsut.
El Imán Shafí, que estableció los principios metodológicos de la Ley Islámica, es considerado como el renovador de las ciencias religiosas. Sin embargo, cuando sus estudiantes le dijeron al Imán Sarajsi que el Imán Shafí había memorizado trescientos fascículos de tradiciones proféticas, el respondió: “Tiene el zakat (o sea: tan sólo una cuarenta parte) de las tradiciones que tengo en mi memoria”. Imán Shafí, Abu Hanifa, Imán Malik o Ahmad ibn Hanbal y otros muchos fueron formados en la escuela del Profeta Muhammad.
Luego están comentaristas coránicos de la talla de Ibn Yarir al-Tabari, Fajr al-Din al-Razi, Ibn Kazir, el Imán Suyuti, Allama Hamdi Yazir y Sayyid Qutb. Además, hay trasmisores de hadiz tan famosos como el Imán Bujari, Muslim, Tirmizi, Abu Dawud, Ibn Maya, Nasai, Ibn Hanbal, Bayhaqi, Darimi, Daraqutni, Sayf al-Din al-Iraqi, Ibn Hayar al-Asqalani, y muchos otros más. Todos son estrellas brillantes en el luminoso firmamento de las ciencias islámicas. Todos recibieron su luz del Profeta Muhammad.
Según el Islam, Allah creó la humanidad según el mejor modelo, como el más universal y abarcador escenario de Nombres y Atributos Divinos. Sin embargo, la gente, debido a su irresponsabilidad, puede llegar a sucumbir a los niveles más bajos. El Sufismo, la dimensión interna del Islam, guía a la gente a la perfección y les posibilita para que puedan adquirir otra vez su estado angélico primordial. El Islam ha producido innumerables santos. Al no separar nunca nuestra búsqueda metafísica o gnosis del estudio de la naturaleza, muchos sufíes eran también científicos. Santos como Abd al Qadir al-Yilani, Shah Naqshband, Maruf al-Karji, Hasan Shazili, Ahmad Badawi, Shayj al-Harrani, Yafar al-Sadiq, Yunayd al-Bagdadi, Bayazid al-Bistami, Muhyiddin ibn Arabi y Mewlana Yalaladdin al-Rumi han iluminado la vía hacia la verdad y han capacitado a otros para que puedan purificarse a sí mismos.
Como encarnación de la sinceridad, el amor divino y la intención pura que eran, los maestros sufíes eran la fuerza motriz y la fuente del poder que se hallaba tras las conquistas musulmanas e islamizar dichos territorios. Figuras como el Imán Gazali, el Imán Rabbani y Bediüzzaman Said Nursi son renovadores del más alto calibre, los cuales combinaban en sí mismos la iluminación del sabio, el conocimiento del erudito religioso y la espiritualidad de los grandes santos.
Islam es el camino medio. Su elaborada jerarquía del conocimiento está integrada en el principio de la Unidad Divina. Hay ciencias jurídicas, sociales y teológicas, además de metafísicas, las cuales derivan sus principios del Corán. A lo largo del tiempo, los musulmanes han elaborado ciencias filosóficas, naturales y matemáticas, cada una de las cuales tiene su fuente en uno de los Bellos Nombres de Allah. Por ejemplo, la medicina depende del nombre Sanador; la geometría y la ingeniería dependen de los nombres Justo, Determinante, Dador de Forma y Armonizador; la filosofía refleja el nombre Sabio.
Cada nivel de conocimiento ve la naturaleza desde un determinado prisma. Los juristas y los teólogos lo ven como el origen para la acción humana; los filósofos y los científicos lo ven como un dominio que ha de ser analizado y entendido; los metafísicos lo consideran como objeto de contemplación y el espejo reflector de las realidades extra-sensoriales. El Autor de la Naturaleza ha inscrito Su Sabiduría sobre cada hoja y piedra, en cada átomo y partícula, y ha creado el mundo natural de tal manera que cada fenómeno es un signo que indica la gloria de Su Unidad.
El Islam ha mantenido una íntima conexión entre la ciencia y los estudios islámicos. De ahí que la educación tradicional de los científicos musulmanes, sobre todo en los primeros siglos, comprendía la mayoría de las ciencias contemporáneas. Luego, la aptitud o el interés de cada científico le hizo convertirse en un experto y en un especialista en una o varias ciencias.
Universidades, librerías, observatorios y otras instituciones científicas jugaron un importante papel en la continuada vitalidad de la ciencia islámica. Esto, además de los estudiantes que viajaban cientos de millas para estudiar con reconocidos eruditos, aseguró que todo el corpus de conocimientos se mantuviese intacto y se transmitiese de un lugar a otro y de una generación a otra. Este conocimiento no se mantenía estático; sino que seguía expandiéndose y enriqueciéndose. Hoy hay cientos de miles de manuscritos islámicos (fundamentalmente en árabe) en las librerías del mundo. Un gran número de los cuales tratan de temas científicos.[1]
Por ejemplo, Abu Yusuf Yaqub al-Kindi (el “Filósofo de los Árabes”) escribió sobre filosofía, mineralogía, metalurgia, geología, física y medicina, entre otros temas, y era un consumado médico. Ibn al-Hayzam era un destacado matemático musulmán y, sin lugar a dudas, el mejor físico. Conocemos los nombres de más de cien obras suyas. Alrededor de diecinueve de las mismas tratan de las matemáticas, astronomía y física y han sido estudiadas por eruditos actuales. Su trabajo ejerció gran influencia en científicos posteriores, tanto en el mundo musulmán como en el occidental, donde se le conocía como Alhazen. Uno de sus obras sobre óptica fue traducida al latín en 1572.
Abu al-Rayhan al-Biruni fue uno de los grandes eruditos del Islam medieval, y seguramente el más original y profundo. Era bastante versado tanto en matemáticas como en astronomía y ciencias físicas y naturales. También se distinguió como geógrafo e historiador, cronista y lingüista y observador imparcial de diversos credos y costumbres. Figuras como al-Jarizmi (matemáticas), Ibn Shatir (astronomía), al-Jazini (física), Yabir ibn Hayyan (medicina) todavía son hoy recordadas. Andalucía fue el centro principal desde donde Occidente adquirió el conocimiento y la luz durante siglos.
El Islam fundó una civilización esplendorosa. Esto no se puede considerar como algo sorprendente, puesto que el Corán comienza con la orden: Lee: En el Nombre de Tu Señor Que ha creado (96:1). El Corán le dijo a la gente que leyese cuando había muy poco que leer y la mayor parte de la gente era iletrada. Lo que entendemos de esta aparente paradoja es que la humanidad debía “leer” el universo mismo como “Libro de la Creación” que es.
Su equivalente es el Corán, un libro de letras y palabras. Debemos observar el universo; percibir su significado y contenido; y, a través de dicha actividad, adquirir una percepción más profunda de la belleza y el esplendor del sistema del Creador y la infinitud de Su Poder. Por lo tanto, estamos obligados a penetrar dentro de los múltiples significados del universo, descubrir las leyes divinas de la naturaleza y establecer un mundo en el que la ciencia y la fe se complementan mutuamente. Todo esto hará que consigamos la felicidad en ambos mundos.
En obediencia a las órdenes del Corán y el ejemplo del Profeta, los musulmanes estudiaron el Libro de la Revelación Divina (el Corán) y el Libro de la Creación (el universo) y acabaron erigiendo una magnífica civilización. Los estudiosos de toda Europa se beneficiaron de los centros de estudios superiores establecidos en Damasco, Bujara, Bagdad, El Cairo, Fez, Qairawan, Zeituna, Córdoba, Sicilia, Ispahán, Delhi y otras grandes ciudades islámicas. Los historiadores comparan el mundo musulmán medieval, oscuro para Europa pero dorado y luminoso para los musulmanes, a una colmena. Las carreteras estaban llenas de estudiantes, científicos y eruditos viajando desde un centro de enseñanza a otro.
Durante los primeros cinco siglos de su existencia, el reino del Islam fue la región más civilizada y progresista. Salpicado de magníficas ciudades, refinadas mezquitas y tranquilas universidades, el Este musulmán ofrecía un sorprendente contraste con el Oeste cristiano, sumido en la Edad Oscura. Incluso tras la desastrosa invasión mogol y las Cruzadas del siglo XIII en adelante, manifestaba vigor y estaba por delante de Occidente.
A pesar del que el Islam gobernó dos tercios del mundo civilizado conocido durante al menos once siglos, la pereza y la negligencia con respecto a lo que ocurría más allá de sus fronteras le hizo decaer. Sin embargo, se ha de destacado claramente que sólo declinó la civilización musulmana no el Islam. Las victorias militares y la superioridad, que prosiguió hasta el siglo XVIII, fomentó el hecho de que los musulmanes permanecieran apáticos y descuidasen las investigaciones científicas. Se dedicaron a vivir sus vidas y recitaron el Corán sin estudiar sus profundos significados. Mientras tanto, Europa hizo grandes avances en las ciencias que habían tomado de los musulmanes.
Lo que llamamos “ciencias” son, en realidad, lenguajes del Libro Divino de la Creación (otro aspecto del Islam). Los que ignoren dicho libro están avocados al fracaso en este mundo. Cuando los musulmanes empezaron a ignorarlo, fue sólo cuestión de tiempo el que fuesen dominados por alguna fuerza externa. En este caso, dicha fuerza externa era Europa. La crueldad, la opresión y el imperialismo europeo también contribuyeron en gran medida a este resultado.
La civilización moderna actual no va a durar por mucho tiempo, ya que es materialista y no puede satisfacer las eternas necesidades humanas. Sociólogos occidentales tales como Oswald Spengler han predicho su colapso alegando que va contra la naturaleza y los valores humanos. Por otra parte, el Islam ha existido a lo largo de catorce siglos. Además, es totalmente capaz de establecer el brillante mundo futuro sobre el firme fundamento de su credo, ética, espiritualidad, moralidad, además de su estructura legal, social y económica.
Nota final
Este es el homenaje del historiador francés Lamartine al Profeta del Islam: “¿Existe algún hombre más eminente que Muhammad?”.
Nunca un hombre ha establecido para sí mismo, voluntaria o involuntariamente, un objetivo más sublime, puesto que el objetivo era sobrehumano: Socavar las supersticiones que se han interpuesto entre el ser humano y su Creador, darle a Allah el hombre y el hombre a Allah; restaurar la idea racional y sagrada de la divinidad en medio del caos de dioses materiales y desfigurados de la idolatría entonces existente. Nunca un hombre ha acometido un trabajo tan fuera del alcance del poder humano con medios tan débiles, pues en la concepción y la ejecución de semejante empresa no tenía otro instrumento que a sí mismo y la única ayuda que un puñado de hombres que vivían en los confines de un desierto. Por último, nunca un hombre ha logrado una revolución de semejante envergadura y duración en el mundo. Pues en menos de dos siglos tras haber desaparecido, el Islam reinó religiosa y militarmente sobre toda Arabia, y conquistó en nombre de Allah Persia, Jorasán, el Oeste de la India, Siria, Abisinia, todas las tierras conocidas del Norte de África, numerosas islas del Mediterráneo, España y parte de la Galia.
Si la grandeza del propósito, los pocos medios e increíbles resultados son los tres criterios del genio humano, ¿quién se atreve a comparar cualquier gran hombre con Muhammad? Los hombres más famosos solamente crearon armas, leyes e imperios. Si algo fundaron, no eran más que poderes materiales que frecuentemente se desmoronaron ante sus ojos. Este hombre no sólo cambió ejércitos, legislaciones, imperios, gentes y dinastías, sino millones de seres humanos en un tercio del entonces mundo habitado. Más incluso que eso, cambió altares, dioses, religiones, ideas, creencias y almas. Sobre la base de un Libro, cuyas letras se han convertido en ley, creó una nacionalidad espiritual que ha mezclado a gente de todas las lenguas y razas. Ha dejado en nosotros la imborrable característica de la nacionalidad musulmana, el odio a los falsos dioses y la pasión por el Único Allah inmaterial. Este patriotismo vengador contra la profanación del Cielo forma la virtud de los seguidores de Muhammad: la conquista de un tercio de la Tierra por parte de su credo fue un milagro.
La idea de la Unidad de Allah proclamada en medio de las ya agotadas fabulosas teogonías era en sí un milagro de tal envergadura que, su sola declaración hecha por sus labios destruyó todos los antiguos templos de ídolos e incendió un tercio del mundo. Su vida, sus meditaciones, su heroica revolución contra las supersticiones de su país, y su valor en la lucha contra la furia de la idolatría; su determinación al resistir durante trece años en La Meca… Su predicación incesante, sus guerras contra la incertidumbre, la fe en su propósito y su confianza sobrehumana en Allah en momentos de desgracia, su paciencia para conseguir la victoria, su ambición completamente dedicada a una idea y de ninguna manera orientada a ensalzar un determinado imperio; su rezo incesante, su conversación mística con Allah, su muerte y su triunfo después de la muerte; todo esto no atestigua más que una convicción firme… Y fue esta convicción la que le dio el poder de restaurar un credo. Este credo era dual, la Unidad de Allah y Su inmaterialidad; lo primero dice lo que Allah es; y lo segundo lo que no es”.
Filósofo, orador, apóstol, legislador, guerrero, conquistador de ideas, restaurador de dogmas racionales, de un culto sin imágenes; fundador de veinte estados terrestres y un estado espiritual, ese es Muhammad. Respecto a los criterios por los cuales la grandeza humana puede ser medida, podemos preguntarnos: ¿Existe algún hombre más grande que él? (Nota del Traductor).

[1] George Sarton, en su monumental Introducción a la Historia de la Ciencia, dividió su obra en capítulos que iban en orden cronológico, nombrando cada capítulo con el nombre del científico más eminente de dicho período. Desde la mitad del siglo II (siglo VIII d.C.) hasta la mitad del siglo V (XI d.C.), cada período de cincuenta años lleva el nombre de un científico musulmán. Por lo que tenemos la “Época de Jarizmi”, la “Época de Biruni”, etc. En esos capítulos también figuran los nombres de otros importantes científicos musulmanes y sus principales obras (Nota del traductor).

La advertencia del Mensajero y el autocontrol de los Compañeros

Los Compañeros y las generaciones que les sucedieron eran muy meticulosos con la narración y la transmisión de dichas tradiciones.[1] Se esforzaron en separar dichas tradiciones de las que habían sido inventadas (para satisfacer necesidades personales o sectarias). Tras memorizarlas palabra por palabra, transmitieron las verdaderas a las siguientes generaciones.
El Islam se distingue de la incredulidad por su firme arraigo en la veracidad. Los verdaderos musulmanes no mienten. Los Compañeros y sus sucesores probaron su apego al Islam por medio de su sacrificio personal. Temían a Allah, vivían austeramente y evitaban las comodidades mundanas. Grandes eruditos y santos surgieron de entre ellos y sus ejemplos aún son seguidos.
El Mensajero advirtió a la gente que no mintiese sobre él: “Los que mientan sobre mí que preparen sus moradas en el fuego”.[2] “Quien transmita algo falso de mí es un mentiroso”.[3] Ante dichas advertencias, los Compañeros, los cuales se habían sacrificado por la causa del Islam durante todas sus vidas, ¿se les ocurriría siquiera pensar en mentir sobre el Mensajero?
En base a estas consideraciones, los Compañeros se tomaban con gran esmero la narración de las tradiciones para que no ocurriese error ni malentendido alguno. Por ejemplo, Ali solía decir: “Temo tanto narrar tradiciones del Mensajero que prefiero caerme desde el cielo a decir una mentira sobre él”.[4]
Abdallah ibn al-Masud, uno de los Compañeros más cultos y cercanos era igual de cuidadoso. Cuando se le pedía que contase algo sobre el Mensajero, empezaba diciendo: “El Mensajero de Allah dijo”, se paraba e inclinaba la cabeza, respiraba profundamente y se desabrochaba el cuello a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. Tras la narración, añadía: “El Mensajero de Allah dijo eso, o algo similar a eso, o algo más o menos como eso”.[5]
Zubayr ibn Awwam, uno de los diez Compañeros a los que se le aseguró el Paraíso, sólo narró unas pocas tradiciones del Mensajero. Cuando su hijo le preguntó por qué, respondió: “Me da mucho miedo decir algo diferente a lo que el Mensajero realmente dijo. Ya que él dijo: ‘Los que mientan sobre mí intencionadamente que preparen sus moradas en el fuego’”.[6] Anas ibn Malik, que sirvió al Profeta durante diez años, dijo: Si no me diese tanto miedo cometer errores, relataría muchas más narraciones sobre el Mensajero”.[7]
Abd al-Rahman ibn Abi Layla llegó a conocer a quinientos Compañeros. Cuando visitaba un lugar, la gente decía: “El hombre que conoció a quinientos Compañeros ha venido a nuestra ciudad”. Tenía una gran influencia sobre Abu Hanifa y el Imán Abu Yusuf. Nos informó de lo siguiente: “Estaba personalmente familiarizado con ciento veinte Compañeros. A veces todos estaban en la misma mezquita. Cuando se les preguntaba algo, cada uno esperaba que el otro respondiese. Si se les pedía que narrasen una tradición, ninguno se atrevía a hacerlo. Finalmente, uno se encomendaba a Allah y empezaba a narrar. Y siempre añadía: ‘El Mensajero dijo eso, o algo similar a eso, o algo más o menos como eso’”.[8]
Zayd ibn Arqam fue una de las primeras personas en abrazar el Islam. En los primeros tiempos del Islam, el Mensajero se reunía con los musulmanes en secreto en su casa. Zayd fue nombrado superintendente del Tesoro Público durante los califatos de Omar y Osman. Cuando vio a Osman dar artículos del Tesoro a sus familiares, le dijo: “Comendador de los Creyentes. La gente va a sospechar de mí y no va a confiar más en mí. Permíteme que dimita”. Cuando Abd al-Rahman ibn Abi Layla le pidió que narrase una tradición, Zayd respondió: “Hijo mío, me he hecho viejo y olvidadizo. Narrar algo del Mensajero no es nada fácil”.[9]

[1] Los primeros dos o tres narradores citados en la cadena de autoridad de una tradición.
[2] Bujari, “‘Ilm” 38; Muslim, “Zuhd” 72; Abu Dawud, “‘Ilm” 4; Tirmizi, “Fitan” 70.
[3] Muslim, “Muqaddima” 1.
[4] Bujari, “Istitaba” 6; Abu Dawud, “Sunna” 28.
[5] Ibn Maya, “Muqaddima” 3.
[6] Bujari, “‘Ilm” 38; Muslim, “Zuhd” 72.
[7] Darimi, “Muqaddima” 25.
[8] Zahabi, Siyar A‘lam al-Nubala’, 4:263.
[9] Ibn Maya, “Muqaddima” 3

Narración literal

A pesar de que la narración literal es mejor y siempre preferible, se permite la narración del significado si el narrador tiene gran dominio del árabe, si la palabra usada es apropiada en el contexto en cuestión y si el original ha sido olvidado. Sin embargo, los Compañeros siempre narraban las tradiciones literalmente a pesar de esta licencia. Por ejemplo, un día Ubayd ibn Umayr narró lo siguiente: “El hipócrita es como la oveja abandonada entre rabidayn (dos rebaños)”. Abdallah ibn Omar objetó diciendo: “No ha dicho eso. Yo escuché al Mensajero decir: ‘El hipócrita es como la oveja abandonada entre ghanamayn (dos rebaños)’”.[1] El significado es el mismo; la diferencia sólo radica entre las palabras rabidayn y ghanamayn.
Este mismo esmero fue adoptado por los estudiosos o narradores de la generación siguiente a la de los compañeros: los Tabi’un (los que siguen). Por ejemplo, alguien narró en presencia de Sufyan ibn Uyayna: “El Mensajero prohibió dejar que el jugo (de uvas, dátiles y similares) fermente (an yuntabadha) en cuencos hechos de calabaza forrados de brea”. Sufran objetó diciendo: “Escuché a Zuhri narrar lo siguiente: ‘El Mensajero prohibió dejar que el jugo (de uvas, dátiles y similares) fermente (an yunbadha) en cuencos hechos de calabaza forrados de brea’”.[2] No hay diferencia en el significado, sino tan sólo en la conjugación del verbo.
Bara ibn Azib relató lo siguiente:
El Mensajero me aconsejó lo siguiente: Haz wudu antes de irte a la cama. Luego, échate sobre tu costado derecho y di lo siguiente: “Allah, me someto a Ti y Te confío mi asunto. Me refugio en Ti, en temor de Ti y en pos de Ti. No hay refugio de Ti sino en Ti. Creo en Tu Libro que has hecho descender y en Tu Profeta que has enviado”. Para memorizarlo inmediatamente, se lo repetí al Mensajero y dije al final: “Tu Mensajero que has enviado”. Él me corrigió la frase final diciendo: “Tu Profeta que has enviado”.[3]
La gente sueña cuando duerme. Los sueños verídicos constituyen la cuadragésima sexta parte de la Profecía, ya que el Mensajero tuvo sueños verídicos durante los seis primeros meses de sus veintitrés años de Profecía. Es por el hecho de estar vinculados a la cualidad de Profeta, y no de Mensajero,[4] por lo que el Mensajero corrigió a Bara. Esta diligencia fue expresada por todos los Compañeros, los cuales estudiaron las tradiciones que escucharon del Mensajero y las analizaron. El Mensajero les dijo: “Memorizad y estudiad las tradiciones, ya que están relacionadas entre ellas. Por lo tanto, reuniros y analizadlas”.[5]

[1] Abu Dawud al-Tayalisi, Musnad, 248.
[2] Jatib al-Baghdadi, Al-Kifaya fi ‘Ilm al-Riwaya, 178.
[3] Bujari, “Daawat” 6.
[4] Profeta es aquel que recibe revelación, pero no le es dado un Libro, por lo que sigue la vía del Mensajero anterior. Mensajero es el que por lo general recibe un Libro o unas Páginas y establece un camino a seguir (Nota del traductor).
[5] Darimi, “Muqaddima” 51.