El principio de la existencia fue un acto de misericordia y compasión sin el cual el universo hubiese sido un caos. Todo llegó a la existencia a través de la compasión y así sigue existiendo en armonía.
Los sabios musulmanes dicen que el universo es el hálito del Compasivo. En otras palabras, el universo fue creado para manifestar el Nombre Divino “el Compasivo”. Su subsistencia depende del mismo nombre. Este nombre se manifiesta así mismo como el Proveedor, por el cual los seres vivos reciben el alimento que necesitan para sobrevivir.
La vida es la bendición más importante y manifiesta de Allah Todopoderoso. La vida eterna y verdadera es la del Más Allá. Para poder merecer esta vida agradando a Allah, Él ha mandado Profetas y Escrituras reveladas por compasión a la humanidad. Por ello, al mencionar Su bendición a la humanidad en la Sura al-Rahman (el Misericordioso), comienza diciendo: Al-Rahman. Ha enseñado el Corán, ha creado al hombre y le ha enseñado a hablar (55:1-4).
Todos los aspectos de esta vida son un ensayo para la próxima, y toda criatura está ocupada en este fin. El orden es evidente en cada esfuerzo, y la compasión reside en cada logro. Algunos acontecimientos “naturales” o convulsiones sociales pueden parecer desagradables al principio, pero no debemos considerarlas como incompatibles con la compasión. Son como oscuras nubes o como rayos y truenos que, aunque aterradores, nos traen buenas nuevas de lluvia. De este modo, el universo entero glorifica al Compasivo.
Los sabios musulmanes consideran el Corán un “libro creado” emanado de Su Atributo de Voluntad. Escribir un libro que la gente no pueda comprender hubiese sido en vano. Por lo tanto, creó a Muhammad para decir a la gente qué significa realmente el universo y para transmitir Sus Preceptos en el Corán a través de Muhammad, a fin de que podamos saber qué se espera de nosotros. Únicamente siguiendo esos Preceptos podemos obtener una vida eterna feliz. El Corán es la última y más completa Revelación Divina; el Islam es la forma última, perfecta y universal de Religión Divina; y el Profeta Muhammad es la representación de la Compasión Divina, enviado por Allah como misericordia para los mundos.
El Profeta Muhammad es como un manantial de agua pura en el corazón de un desierto, una fuente de luz en una oscuridad que todo lo envuelve. Quien acuda a este manantial, podrá tomar tanta agua como necesite para saciar su sed, purificarse de todos sus pecados e iluminarse con la luz de la fe. La misericordia era como una llave mágica en sus manos, ya que con ella abrió corazones tan endurecidos y herrumbrados que nadie pensó que pudiesen abrirse. Pero él incluso hizo algo más: encendió una antorcha de fe en ellos.
El Mensajero predicó el Islam, la religión de la misericordia universal. Sin embargo, algunos auto-proclamados humanistas dicen que el Islam es la “religión de la espada”. Esto es totalmente falso. Arman mucho revuelo cuando los animales son exterminados o cuando uno de los suyos es herido, pero permanecen en silencio cuando los musulmanes son masacrados. Su mundo está construido sobre el interés personal. Hemos de señalar que abusar del sentimiento de compasión es tan dañino y, a veces, más dañino que no tener ni siquiera compasión.
Amputar un miembro con gangrena es un acto de compasión para todo el cuerpo. Del mismo modo, el hidrógeno y el oxígeno cuando son mezclados en proporciones adecuadas dan agua, la más vital de las sustancias. Sin embargo, cuando la proporción cambia, cada elemento continúa siendo combustible.
De la misma manera, es importante distribuir la compasión e identificar quién la merece, ya que la “compasión para un lobo agudiza su apetito, y no estando satisfecho con lo que recibe, exige más”. La compasión con los malhechores les hace más agresivos y les anima a que actúen contra los demás. De hecho, la verdadera compasión exige que a dicha gente se le impida hacer el mal. Cuando el Mensajero dijo a sus Compañeros que ayudasen a la gente cuando fuesen justos o injustos, le pidieron que explicase esta aparente paradoja. Él respondió: “Les ayudas evitando que hagan injusticias”. Por lo tanto, la compasión exige que a los que causan problemas se les prive de los medios para ello o que se les impida causarlos. Si no, finalmente tomarían el control y actuarían a placer.
La compasión del Mensajero abarca a cada criatura. En su papel como general invencible y diestro estadista, sabía que permitir a gente cruel y sedienta de sangre que controlase a los demás sería la más terrible forma de tiranía imaginable. Por lo tanto, por compasión, vio necesario que los corderos pudiesen vivir a salvo de los ataques de los lobos. Deseaba que todos fuesen guiados. De hecho esa era su mayor preocupación: Y tal vez te vayas a consumir de pena en pos de ellos si no creen en este relato (18:6).
¿Pero cómo debía tratar a los que persistían en la incredulidad y luchaban contra él y su Mensaje para destruirlos? Tenía que luchar contra dicha gente, pues la misericordia universal abarca a todas las criaturas. Por eso, cuando fue malherido en Uhud, levantó sus manos y suplicó: “Allah, perdona a mi gente, pues no saben”.[1]
Los mecanos, su propia gente, le causaron tanto sufrimiento, que al final tuvo que emigrar a Medina. Incluso después, los cinco años siguientes no fueron para nada tranquilos. Sin embargo, cuando conquistó La Meca sin derramamiento de sangre en el vigésimo primer año de su Profecía, preguntó a los incrédulos de La Meca: “¿Cómo esperáis que os trate?”. Todos respondieron al unísono: “Eres un noble, hijo de un noble”. Entonces, les comunicó su decisión: “Podéis marchar, no habrá reproche alguno sobre vosotros en este día. Que Allah os perdone. Él es el Más Compasivo de los Compasivos”.[2]
El Sultán Mehmed el Conquistador dijo lo mismo cuando derrotó a los Bizantinos tras conquistar Estambul ochocientos veinticinco años después. Esa es la compasión universal del Islam.
El Mensajero mostró el más alto grado de compasión hacia los creyentes:
En verdad que os ha llegado un Mensajero salido de vosotros mismos; es penoso para él que sufráis algún mal, está empeñado en vosotros y con los creyentes es benévolo y compasivo (9:128).
Bajó sobre los creyentes sus alas de ternura a través de la misericordia (15:88). Era el guardián de los creyentes y para ellos él estaba antes que ellos mismos (33:6). A la muerte de uno de los Compañeros, preguntó a los que se hallaban en el funeral si el difunto había dejado alguna deuda. Cuando se enteró de que así era, mencionó el anterior verso y anunció que los deudores debían de dirigirse a él para recibir su pago.[3]
Su compasión incluso abarcaba a los hipócritas y a los incrédulos. Sabía quiénes eran los hipócritas, pero nunca los identificaba, pues ello les habría privado de los derechos de ciudadanía que habían adquirido por su confesión externa de fe y práctica. Al vivir entre musulmanes su incredulidad en la vida eterna podría reducirse o convertirse en duda, y por lo tanto disminuir así su miedo a la muerte y el dolor que causa la afirmación de una inexistencia eterna tras la muerte.
Allah no mandó una destrucción colectiva sobre los incrédulos, a pesar de que en el pasado erradicó a muchos de ellos: Pero Allah no los castigaría mientras tú estuvieras entre ellos ni tampoco tendría por qué castigarlos mientras pidieran perdón (8:33). Este versículo se refiere a los incrédulos de cualquier era. Allah no destruirá a toda la gente mientras que los que siguen al Mensajero sigan vivos. Además, ha dejado la puerta del arrepentimiento abierta hasta el Día del Juicio Final. Cualquiera puede aceptar el Islam o pedirle perdón a Allah, pese a lo pecador que uno se considere que es.
Por esa razón, la animadversión del musulmán hacia los incrédulos es una forma de compasión. Omar vio a un sacerdote de ochenta años y se puso a sollozar. Cuando se le preguntó por qué había hecho eso, respondió: “Allah le ha dado una vida tan larga y no ha podido encontrar el camino verdadero”. Omar era discípulo del Mensajero, el cual dijo: “No he sido enviado para maldecir a la gente, sino como misericordia”[4] y:
Soy Muhammad, Ahmad (el alabado) y Muqaffi (el Último Profeta); soy Asir (el último Profeta ante cuya presencia los muertos serán resucitados); el Profeta del arrepentimiento (el Profeta para quien la puerta del arrepentimiento siempre quedará abierta), y el Profeta de la misericordia.[5]
El Arcángel Gabriel también se benefició de la misericordia del Corán. Una vez el Profeta preguntó a Gabriel si había participado de la misericordia contenida del Corán. Gabriel respondió que así era y dijo: “No tenía certeza sobre qué iba a ser de mí. Sin embargo, cuando el versículo: Obedecido en los Cielos y digno de confianza y seguridad (81:21) fue revelado, me sentí seguro”.[6] Cuando Maiz fue castigado por su adulterio, un Compañero se excedió verbalmente con él. El Mensajero frunció el ceño y le dijo: “Has hablado mal de tu amigo a sus espaldas; pues su arrepentimiento pidiéndole perdón a Allah por su pecado sería suficiente para perdonar a todos los pecadores del mundo”.[7]
El Mensajero era particularmente compasivo con los niños. Siempre que veía a un niño llorar, se sentaba junto a él o ella y compartía sus sentimientos. Sentía el dolor de una madre por su hijo más que la propia madre. Una vez dijo: “Me pongo a rezar y me gustaría prolongar la oración. Sin embargo, oigo a un niño llorar y acorto la oración para aliviar la ansiedad de la madre”.[8]
Tomaba a los niños en sus brazos y los abrazaba. Una vez, abrazando a sus queridos nietos Hasan y Husayn, Aqra ibn Habis le dijo: “Tengo diez hijos y nunca he besado a ninguno de ellos”. El Mensajero respondió: “Aquél que no tenga compasión, no será compadecido él tampoco”.[9] Según otra versión, añadió: “¿Qué puedo yo hacer por ti si Allah te ha despojado de compasión?”.[10]
Dijo: “Compadeced a aquellos en la Tierra que los de los Cielos os compadecerán”.[11] Cuando Sad ibn Ubada se puso enfermo, el Mensajero le visitó en su casa. Al ver a su fiel Compañero en un estado tan lamentable, empezó a llorar y dijo: “Allah no castiga por derramar lágrimas de pena, sino que castiga por esto” señalando a su lengua.[12] Cuando Osman ibn Madun murió, lloró profusamente. Durante el funeral una mujer comentó: “Osman ha volado como un pájaro hacia el Paraíso”. Incluso en ese estado de tristeza el Profeta no perdió su compostura y corrigió a la mujer: “¿Cómo sabes eso? Ni siquiera yo lo sé y soy un Profeta”.[13]
Un miembro del clan de los Banu Muqarrin golpeó una vez a su criada. Ella informó al Mensajero, que mandó llamar al amo. Le dijo: “La has golpeado sin justificación alguna. Libérala”.[14] Liberar a un esclavo era mejor para el amo que ser castigado en el Más Allá por dicho acto. El Mensajero siempre protegió y apoyó a las viudas, los huérfanos, los pobres y los desvalidos incluso antes de anunciar su Profecía. Cuando regresó a su casa en estado de excitación desde el Monte Hira tras recibir su primera Revelación, su esposa Jadiya le dijo: “Espero que seas el Profeta de esta Umma, pues siempre dices la verdad, cumples tus promesas, apoyas a tus familiares, ayudas a los pobres y a los débiles y acoges de buen grado a los invitados”.[15]
Su compasión incluso abarcaba a los animales. Nos hizo saber que: “Una prostituta fue guiada a la verdad por Allah y entró en el Paraíso por haberle dado agua a un perro que moría de sed. Otra mujer entró en el Infierno por haber dejado a un gato morir de hambre”.[16] Mientras regresaban de una campaña militar, algunos Compañeros sacaron unos polluelos de su nido para acariciarlos. La madre de los polluelos, al no encontrarlos en el nido, empezó a volar alrededor emitiendo sonidos de angustia. Cuando se le informó de ello, el Mensajero se enfadó y ordenó que los polluelos fuesen devueltos al nido.[17]
Una vez le dijo a sus Compañeros que Allah le reprochó a un Profeta del pasado el haber incendiado un hormiguero.[18] Estando en Mina, algunos de los Compañeros atacaron una serpiente para matarla. Sin embargo, consiguió escapar. Viendo eso desde lejos, el Mensajero comentó: “Se ha salvado de vuestro mal igual que vosotros os habéis salvado del de ella”.[19] Ibn Abbas informó que el Mensajero vio a un hombre afilando su cuchillo ante la oveja que iba a degollar y preguntó: “¿Quieres matarla varias veces?”.[20]
Abdallah ibn Yafar narró lo siguiente:
El Mensajero fue a un jardín de Medina con algunos Compañeros. Un camello esquelético se hallaba en un rincón. Al ver al Mensajero empezó a llorar. El Mensajero fue a él y tras pararse un rato a su lado, advirtió severamente al propietario que le alimentase convenientemente.[21]
Su amor y compasión por las criaturas es muy diferente al de los auto-proclamados humanistas de hoy en día. Era sincero y equilibrado en este aspecto. Era un Profeta educado por Allah, Creador y Sustentador de todos los seres, para guía y felicidad de la humanidad, los genios y la armonía de la existencia. Como tal, vivió para los demás y fue misericordioso con todos los seres: fue la manifestación de la Compasión.
Los sabios musulmanes dicen que el universo es el hálito del Compasivo. En otras palabras, el universo fue creado para manifestar el Nombre Divino “el Compasivo”. Su subsistencia depende del mismo nombre. Este nombre se manifiesta así mismo como el Proveedor, por el cual los seres vivos reciben el alimento que necesitan para sobrevivir.
La vida es la bendición más importante y manifiesta de Allah Todopoderoso. La vida eterna y verdadera es la del Más Allá. Para poder merecer esta vida agradando a Allah, Él ha mandado Profetas y Escrituras reveladas por compasión a la humanidad. Por ello, al mencionar Su bendición a la humanidad en la Sura al-Rahman (el Misericordioso), comienza diciendo: Al-Rahman. Ha enseñado el Corán, ha creado al hombre y le ha enseñado a hablar (55:1-4).
Todos los aspectos de esta vida son un ensayo para la próxima, y toda criatura está ocupada en este fin. El orden es evidente en cada esfuerzo, y la compasión reside en cada logro. Algunos acontecimientos “naturales” o convulsiones sociales pueden parecer desagradables al principio, pero no debemos considerarlas como incompatibles con la compasión. Son como oscuras nubes o como rayos y truenos que, aunque aterradores, nos traen buenas nuevas de lluvia. De este modo, el universo entero glorifica al Compasivo.
Los sabios musulmanes consideran el Corán un “libro creado” emanado de Su Atributo de Voluntad. Escribir un libro que la gente no pueda comprender hubiese sido en vano. Por lo tanto, creó a Muhammad para decir a la gente qué significa realmente el universo y para transmitir Sus Preceptos en el Corán a través de Muhammad, a fin de que podamos saber qué se espera de nosotros. Únicamente siguiendo esos Preceptos podemos obtener una vida eterna feliz. El Corán es la última y más completa Revelación Divina; el Islam es la forma última, perfecta y universal de Religión Divina; y el Profeta Muhammad es la representación de la Compasión Divina, enviado por Allah como misericordia para los mundos.
El Profeta Muhammad es como un manantial de agua pura en el corazón de un desierto, una fuente de luz en una oscuridad que todo lo envuelve. Quien acuda a este manantial, podrá tomar tanta agua como necesite para saciar su sed, purificarse de todos sus pecados e iluminarse con la luz de la fe. La misericordia era como una llave mágica en sus manos, ya que con ella abrió corazones tan endurecidos y herrumbrados que nadie pensó que pudiesen abrirse. Pero él incluso hizo algo más: encendió una antorcha de fe en ellos.
El Mensajero predicó el Islam, la religión de la misericordia universal. Sin embargo, algunos auto-proclamados humanistas dicen que el Islam es la “religión de la espada”. Esto es totalmente falso. Arman mucho revuelo cuando los animales son exterminados o cuando uno de los suyos es herido, pero permanecen en silencio cuando los musulmanes son masacrados. Su mundo está construido sobre el interés personal. Hemos de señalar que abusar del sentimiento de compasión es tan dañino y, a veces, más dañino que no tener ni siquiera compasión.
Amputar un miembro con gangrena es un acto de compasión para todo el cuerpo. Del mismo modo, el hidrógeno y el oxígeno cuando son mezclados en proporciones adecuadas dan agua, la más vital de las sustancias. Sin embargo, cuando la proporción cambia, cada elemento continúa siendo combustible.
De la misma manera, es importante distribuir la compasión e identificar quién la merece, ya que la “compasión para un lobo agudiza su apetito, y no estando satisfecho con lo que recibe, exige más”. La compasión con los malhechores les hace más agresivos y les anima a que actúen contra los demás. De hecho, la verdadera compasión exige que a dicha gente se le impida hacer el mal. Cuando el Mensajero dijo a sus Compañeros que ayudasen a la gente cuando fuesen justos o injustos, le pidieron que explicase esta aparente paradoja. Él respondió: “Les ayudas evitando que hagan injusticias”. Por lo tanto, la compasión exige que a los que causan problemas se les prive de los medios para ello o que se les impida causarlos. Si no, finalmente tomarían el control y actuarían a placer.
La compasión del Mensajero abarca a cada criatura. En su papel como general invencible y diestro estadista, sabía que permitir a gente cruel y sedienta de sangre que controlase a los demás sería la más terrible forma de tiranía imaginable. Por lo tanto, por compasión, vio necesario que los corderos pudiesen vivir a salvo de los ataques de los lobos. Deseaba que todos fuesen guiados. De hecho esa era su mayor preocupación: Y tal vez te vayas a consumir de pena en pos de ellos si no creen en este relato (18:6).
¿Pero cómo debía tratar a los que persistían en la incredulidad y luchaban contra él y su Mensaje para destruirlos? Tenía que luchar contra dicha gente, pues la misericordia universal abarca a todas las criaturas. Por eso, cuando fue malherido en Uhud, levantó sus manos y suplicó: “Allah, perdona a mi gente, pues no saben”.[1]
Los mecanos, su propia gente, le causaron tanto sufrimiento, que al final tuvo que emigrar a Medina. Incluso después, los cinco años siguientes no fueron para nada tranquilos. Sin embargo, cuando conquistó La Meca sin derramamiento de sangre en el vigésimo primer año de su Profecía, preguntó a los incrédulos de La Meca: “¿Cómo esperáis que os trate?”. Todos respondieron al unísono: “Eres un noble, hijo de un noble”. Entonces, les comunicó su decisión: “Podéis marchar, no habrá reproche alguno sobre vosotros en este día. Que Allah os perdone. Él es el Más Compasivo de los Compasivos”.[2]
El Sultán Mehmed el Conquistador dijo lo mismo cuando derrotó a los Bizantinos tras conquistar Estambul ochocientos veinticinco años después. Esa es la compasión universal del Islam.
El Mensajero mostró el más alto grado de compasión hacia los creyentes:
En verdad que os ha llegado un Mensajero salido de vosotros mismos; es penoso para él que sufráis algún mal, está empeñado en vosotros y con los creyentes es benévolo y compasivo (9:128).
Bajó sobre los creyentes sus alas de ternura a través de la misericordia (15:88). Era el guardián de los creyentes y para ellos él estaba antes que ellos mismos (33:6). A la muerte de uno de los Compañeros, preguntó a los que se hallaban en el funeral si el difunto había dejado alguna deuda. Cuando se enteró de que así era, mencionó el anterior verso y anunció que los deudores debían de dirigirse a él para recibir su pago.[3]
Su compasión incluso abarcaba a los hipócritas y a los incrédulos. Sabía quiénes eran los hipócritas, pero nunca los identificaba, pues ello les habría privado de los derechos de ciudadanía que habían adquirido por su confesión externa de fe y práctica. Al vivir entre musulmanes su incredulidad en la vida eterna podría reducirse o convertirse en duda, y por lo tanto disminuir así su miedo a la muerte y el dolor que causa la afirmación de una inexistencia eterna tras la muerte.
Allah no mandó una destrucción colectiva sobre los incrédulos, a pesar de que en el pasado erradicó a muchos de ellos: Pero Allah no los castigaría mientras tú estuvieras entre ellos ni tampoco tendría por qué castigarlos mientras pidieran perdón (8:33). Este versículo se refiere a los incrédulos de cualquier era. Allah no destruirá a toda la gente mientras que los que siguen al Mensajero sigan vivos. Además, ha dejado la puerta del arrepentimiento abierta hasta el Día del Juicio Final. Cualquiera puede aceptar el Islam o pedirle perdón a Allah, pese a lo pecador que uno se considere que es.
Por esa razón, la animadversión del musulmán hacia los incrédulos es una forma de compasión. Omar vio a un sacerdote de ochenta años y se puso a sollozar. Cuando se le preguntó por qué había hecho eso, respondió: “Allah le ha dado una vida tan larga y no ha podido encontrar el camino verdadero”. Omar era discípulo del Mensajero, el cual dijo: “No he sido enviado para maldecir a la gente, sino como misericordia”[4] y:
Soy Muhammad, Ahmad (el alabado) y Muqaffi (el Último Profeta); soy Asir (el último Profeta ante cuya presencia los muertos serán resucitados); el Profeta del arrepentimiento (el Profeta para quien la puerta del arrepentimiento siempre quedará abierta), y el Profeta de la misericordia.[5]
El Arcángel Gabriel también se benefició de la misericordia del Corán. Una vez el Profeta preguntó a Gabriel si había participado de la misericordia contenida del Corán. Gabriel respondió que así era y dijo: “No tenía certeza sobre qué iba a ser de mí. Sin embargo, cuando el versículo: Obedecido en los Cielos y digno de confianza y seguridad (81:21) fue revelado, me sentí seguro”.[6] Cuando Maiz fue castigado por su adulterio, un Compañero se excedió verbalmente con él. El Mensajero frunció el ceño y le dijo: “Has hablado mal de tu amigo a sus espaldas; pues su arrepentimiento pidiéndole perdón a Allah por su pecado sería suficiente para perdonar a todos los pecadores del mundo”.[7]
El Mensajero era particularmente compasivo con los niños. Siempre que veía a un niño llorar, se sentaba junto a él o ella y compartía sus sentimientos. Sentía el dolor de una madre por su hijo más que la propia madre. Una vez dijo: “Me pongo a rezar y me gustaría prolongar la oración. Sin embargo, oigo a un niño llorar y acorto la oración para aliviar la ansiedad de la madre”.[8]
Tomaba a los niños en sus brazos y los abrazaba. Una vez, abrazando a sus queridos nietos Hasan y Husayn, Aqra ibn Habis le dijo: “Tengo diez hijos y nunca he besado a ninguno de ellos”. El Mensajero respondió: “Aquél que no tenga compasión, no será compadecido él tampoco”.[9] Según otra versión, añadió: “¿Qué puedo yo hacer por ti si Allah te ha despojado de compasión?”.[10]
Dijo: “Compadeced a aquellos en la Tierra que los de los Cielos os compadecerán”.[11] Cuando Sad ibn Ubada se puso enfermo, el Mensajero le visitó en su casa. Al ver a su fiel Compañero en un estado tan lamentable, empezó a llorar y dijo: “Allah no castiga por derramar lágrimas de pena, sino que castiga por esto” señalando a su lengua.[12] Cuando Osman ibn Madun murió, lloró profusamente. Durante el funeral una mujer comentó: “Osman ha volado como un pájaro hacia el Paraíso”. Incluso en ese estado de tristeza el Profeta no perdió su compostura y corrigió a la mujer: “¿Cómo sabes eso? Ni siquiera yo lo sé y soy un Profeta”.[13]
Un miembro del clan de los Banu Muqarrin golpeó una vez a su criada. Ella informó al Mensajero, que mandó llamar al amo. Le dijo: “La has golpeado sin justificación alguna. Libérala”.[14] Liberar a un esclavo era mejor para el amo que ser castigado en el Más Allá por dicho acto. El Mensajero siempre protegió y apoyó a las viudas, los huérfanos, los pobres y los desvalidos incluso antes de anunciar su Profecía. Cuando regresó a su casa en estado de excitación desde el Monte Hira tras recibir su primera Revelación, su esposa Jadiya le dijo: “Espero que seas el Profeta de esta Umma, pues siempre dices la verdad, cumples tus promesas, apoyas a tus familiares, ayudas a los pobres y a los débiles y acoges de buen grado a los invitados”.[15]
Su compasión incluso abarcaba a los animales. Nos hizo saber que: “Una prostituta fue guiada a la verdad por Allah y entró en el Paraíso por haberle dado agua a un perro que moría de sed. Otra mujer entró en el Infierno por haber dejado a un gato morir de hambre”.[16] Mientras regresaban de una campaña militar, algunos Compañeros sacaron unos polluelos de su nido para acariciarlos. La madre de los polluelos, al no encontrarlos en el nido, empezó a volar alrededor emitiendo sonidos de angustia. Cuando se le informó de ello, el Mensajero se enfadó y ordenó que los polluelos fuesen devueltos al nido.[17]
Una vez le dijo a sus Compañeros que Allah le reprochó a un Profeta del pasado el haber incendiado un hormiguero.[18] Estando en Mina, algunos de los Compañeros atacaron una serpiente para matarla. Sin embargo, consiguió escapar. Viendo eso desde lejos, el Mensajero comentó: “Se ha salvado de vuestro mal igual que vosotros os habéis salvado del de ella”.[19] Ibn Abbas informó que el Mensajero vio a un hombre afilando su cuchillo ante la oveja que iba a degollar y preguntó: “¿Quieres matarla varias veces?”.[20]
Abdallah ibn Yafar narró lo siguiente:
El Mensajero fue a un jardín de Medina con algunos Compañeros. Un camello esquelético se hallaba en un rincón. Al ver al Mensajero empezó a llorar. El Mensajero fue a él y tras pararse un rato a su lado, advirtió severamente al propietario que le alimentase convenientemente.[21]
Su amor y compasión por las criaturas es muy diferente al de los auto-proclamados humanistas de hoy en día. Era sincero y equilibrado en este aspecto. Era un Profeta educado por Allah, Creador y Sustentador de todos los seres, para guía y felicidad de la humanidad, los genios y la armonía de la existencia. Como tal, vivió para los demás y fue misericordioso con todos los seres: fue la manifestación de la Compasión.
[1] Bujari, “Anbiya” 54; Muslim, “Yihad” 104.
[2] Ibn Hisham, Sira, 4:55; Ibn Kazir, Al-Bidaya, 4:344.
[3] Muslim, “Fara’iz,’ 14; Bujari, “Istiqraz,” 11.
[4] Muslim, “Birr” 87.
[5] Ibn Hanbal, 4:395; Muslim, “Fadail” 126.
[6] Qadi ‘Iyad, Al-Shifa’, 1:17.
[7] Muslim, “Hudud” 17-23; Bujari, “Hudud” 28.
[8] Bujari, “Azan” 65; Muslim, “Salat” 192.
[9] Bujari, “Adab” 18.
[10] Bujari, “Adab” 18; Muslim, “Fadail” 64; Ibn Maya, “Adab” 3.
[11] Tirmizi, “Birr” 16.
[12] Bujari, “Yana’iz” 45; Muslim, “Yana’iz” 12.
[13] Bujari, “Yana’iz” 3.
[14] Muslim, “Ayman,” 31, 33; Ibn Hanbal, 3:447.
[15] Ibn Sad, Tabaqat, 1:195.
[16] Bujari, “Anbiya” 54; “Musaqat” 9; Muslim, “Salam” 153; Ibn Hanbal, 2:507.
[17] Abu Dawud, “Adab” 164; “Yihad” 112; Ibn Hanbal, 1:404.
[18] Bujari, “Yihad” 153; Muslim, “Salam” 147.
[19] Nasa’i, “Hayy” 114; Ibn Hanbal, 1:385.
[20] Hakim, Mustadrak, 4:231, 233.
[21] Suyuti, Al-Jasa’is al-Kubra, 2:95; Hayzami, Majma‘, 9:9.