02 diciembre, 2007

Su generosidad

El Mensajero es el espejo más pulido en el que los Nombres y Atributos de Allah se reflejan en su más alto grado. Como perfecta manifestación de esos Nombres y Atributos, la personificación del Corán y del Islam, él es la mayor y más decisiva y absoluta prueba de la Existencia de Allah, de Su Unidad y de la verdad del Islam y el Corán. Los que le veían recordaban a Allah automáticamente. Cada una de sus virtudes reflejaba un Nombre o un Atributo de Allah y era una prueba de su Profecía. Al igual que su afabilidad y paciencia, su generosidad era otra dimensión de su excelencia, inigualable personalidad y un reflejo y una prueba de su Profecía.
La gente de Arabia era conocida por su generosidad incluso antes del Islam. Cuando leemos la poesía pre-islámica, vemos que los árabes se jactaban de su generosidad. Sin embargo, su generosidad no era por amor a Allah ni por motivos altruistas; era más bien por orgullo personal, pero la generosidad del Mensajero era puramente por amor a Allah. Él no la mencionaba ni le gustaba que se mencionase. Cuando un poeta le alababa por su generosidad, atribuía a Allah todo lo bueno que tenía o hacía. Nunca se atribuía a sí mismo sus virtudes y sus buenas acciones.
Al Mensajero le gustaba distribuir lo que tenía. Practicó el comercio hasta que fue Profeta, y poseyó una considerable riqueza. Luego, él y su rica esposa Jadiya gastaron todo en el camino de Allah. Cuando Jadiya murió, no tenía dinero para su sudario. El Mensajero tuvo que pedir prestado dinero para enterrar a su propia esposa, la primera persona en abrazar el Islam y la primera persona en seguirle.[1]
Si el Mensajero lo hubiese deseado, podría haber sido el hombre más rico de La Meca. Pero rechazó dichas ofertas sin pensárselo dos veces. A pesar de que Allah ordenó que una quinta parte del botín de guerra se pusiese a disposición del Mensajero, él nunca lo gastó en sí mismo o en su familia. Tanto él como su familia vivieron austeramente y sobrevivían a base de escasas provisiones, ya que él siempre daba preferencia a los demás. Por ejemplo, su parte del botín de Hunayn fueron cuarenta mil ovejas, veinticuatro mil camellos y dieciséis toneladas de plata.
Safwan ibn Umayya, de quien el Mensajero tomó prestadas algunas armas, miró el botín con codicia y desconcierto. Consciente de ello, el Mensajero le dio tantos camellos como quiso. Estupefacto ante tal generosidad, Safwan corrió hacia su gente y les dijo: “¡Gente, aceptad el Islam sin duda, pues Muhammad da como sólo puede dar el que no teme a la pobreza y confía plenamente en Allah!”. Esa generosidad fue suficiente para guiar hacia la verdad a Safwan y a su gente, que justo hasta ese día habían sido los más implacables enemigos del Islam.[2]
El Mensajero se concebía a sí mismo como un viajero en este mundo. Una vez dijo: “¿Qué me conecta a este mundo? Soy como un viajero que se sienta a la sombra de un árbol y luego continúa su camino”.[3] Según él, el mundo es como un árbol bajo el cual la gente está a la sombra. Nadie vive aquí para siempre, por lo tanto, la gente se ha de preparar para la segunda parte del viaje, que acabará en el Paraíso o en el Infierno.
El Mensajero fue enviado para guiar a la gente a la verdad. Y a ese fin dedicó su vida y sus posesiones. Una vez, Omar le vio echado sobre una estera áspera y lloró. Cuando el Mensajero le preguntó por qué estaba llorando, Omar le respondió: “Mensajero de Allah, mientras los reyes duermen en mullidos lechos de plumas, tú te acuestas en esta rígida estera. Tú eres el Mensajero de Allah, y por ello mereces una vida fácil más que ningún otro”. El Mensajero respondió: “¿No crees que los lujos de esta vida deben de ser para ellos y los de la Próxima para nosotros?”.[4]
El Islam no aprueba la vida monástica. Vino a establecer la justicia y el bienestar humano, pero advierte del abuso. Por lo tanto, muchos musulmanes han elegido una vida ascética. Aunque algunos musulmanes se hicieron ricos tras la muerte del Mensajero, otros como Abu Bakr, Omar y Ali prefirieron una vida austera. Esto fue en parte porque sintieron la necesidad de vivir como su gente más pobre, y en parte porque seguían estrictamente el ejemplo del Profeta. Durante su califato, a Abu Bakr se le ofreció un vaso de agua fría para romper su ayuno en Ramadán. Acercó el vaso a sus labios y empezó repentinamente a llorar. Cuando se le preguntó, respondió: “Un día, el Mensajero bebió un vaso de agua fría como éste que se le había ofrecido y lloró. Dijo que Allah dice: “Un día seréis preguntados por cada deleite”. Seremos preguntados por esta agua. Lo he recordado y he llorado”.[5]
En los primeros tiempos de su califato, Abu Bakr se ganaba la vida ordeñando las ovejas de una mujer. Más tarde le fue otorgado un pequeño salario. En su lecho de muerte, dio una vasija a los que le rodeaban y les pidió que se lo diesen al nuevo califa tras su muerte. Omar fue su sucesor, cuando rompió la vasija, había algunas monedas y una carta en la que ponía: “He vivido según el nivel de vida de los más pobres de Medina, y he puesto en esta vasija lo que me sobraba de mi salario. Por lo tanto, estas monedas pertenecen al tesoro público donde deben ser devueltas. “Al leer la carta, Omar lloró e hizo el siguiente comentario: “Abu Bakr, has dejado un peso insoportable sobre los hombros de tus sucesores”.[6]
El Mensajero era, en palabras de Anas, la más linda y generosa persona”.[7] Yabir ibn Samura transmitió lo siguiente:
Una vez estábamos sentados en la mezquita y la luna llena brillaba sobre nosotros. El Mensajero entró. Miré primero a la luna y luego a su rostro. Juro por Allah que su rostro brillaba más que la luna”.[8]
El Mensajero nunca rechazó a nadie y, como dijo Farazdak, sólo pronunciaba la palabra “no” cuando recitaba la profesión de fe (No hay más dios que Allah y Muhammad es Su Mensajero) al rezar. Una vez, un beduino vino y le pidió algo al Mensajero. El Mensajero accedió a su petición. El beduino siguió pidiendo, el Mensajero siguió dándole hasta que no le quedó nada. Cuando el beduino le volvió a pedir, le prometió que le volvería a dar cuando tuviese. Enfadado por tal grosería, Omar le dijo al Mensajero: “Se te ha pedido y has dado. Se te ha vuelto a pedir y has dado, ¡hasta que se te ha vuelto a pedir una vez más y has tenido que prometer!”. Omar quería decir que el Mensajero no debía hacer las cosas tan difíciles para sí mismo. El Mensajero no aprobó las palabras de Omar. Abdallah ibn Hudafa al-Sahmi se puso de pie y dijo: “¡Mensajero, da sin temor a que te empobrezca el Dueño del Trono de Honor!”. Complacido con dichas palabras, el Mensajero declaró: “¡Me ha sido ordenado hacer eso!”[9]
Nunca rechazaba una petición, pues fue él el que dijo: “El generoso está cerca de Allah, el Paraíso y la gente, pero lejos del Fuego. El miserable está lejos de Allah, el Paraíso y la gente, pero cerca del Fuego”.[10] Y dijo: “¡Gente! Ciertamente Allah ha elegido para vosotros el Islam como religión. Mejorar vuestra práctica del mismo a través de la generosidad y los buenos modales”.[11] Su misericordia ascendió al cielo como vapor y luego llovió como generosidad, de tal modo que los corazones endurecidos fueron hechos suficientemente fértiles como para que brotasen de ellos “buenos árboles cuyas raíces son firmes y cuyas ramas están en los Cielos, y que dan su fruto en cada estación con permiso de su Señor”.

[1] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 3:158-9.
[2] Ibn Hisham, 4:135; Ibn Hayar, Al-Isaba, 2:187; Muslim, “Fadail” 57.
[3] Bujari, “Riqaq” 3.
[4] Bujari, “Tafsir” 2; Muslim, “Talaq” 31.
[5] Muslim, “Ashriba” 140; Abu Nuaym, “Hilya” 1:30.
[6] Tabari, “Tarij” 4:252.
[7] Muslim, “Fadail,” 48; Bujari, “Manaqib” 23.
[8] Suyuti, Al-Jasa’is, 1:123; Hindi, Kanz al-‘Ummal, 7:168.
[9] Ibn Kazir, 6:63.
[10] Tirmizi, “Birr,” 40.
[11] Hindi, 6:571.

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