Las primeras colecciones de tradiciones fueron hechas durante el califato de Omar ibn Abd al-Aziz, al principio del Segundo siglo del Islam (719-722). Sin embargo, ha de ser recordado que todas las tradiciones que iban a ser recopiladas y ordenadas en libros circulaban oralmente. Además, muchas de ellas ya habían sido registradas en colecciones privadas.
La gran mayoría de los árabes eran iletrados. Cuando la Revelación comenzó, surgió un deseo de aprender a leer y a escribir el cual era alentado por el Profeta. Hay que recordar que dejaba en libertad a los prisioneros que sabían leer y escribir capturados en Badr sólo después de que cada uno de ellos hubiese enseñado a diez musulmanes a leer y a escribir.[1] Además, la revelación comenzaba con la siguiente orden:
¡Lee en el nombre de tu Señor que ha creado! Ha creado al hombre de un coágulo suspendido (en la pared del útero). ¡Lee, que tu Señor es el más Generoso! El que enseñó (a escribir) por medio del cálamo. Enseñó al hombre lo que no sabía (96:1-5).
A pesar de la importancia otorgada al conocimiento y al aprendizaje, durante los inicios de su Mensaje, el Profeta no permitió a sus Compañeros que escribiesen lo que él decía. Por ejemplo, dijo: “No escribáis lo que digo. Si habéis escrito algo dicho por mí que no sea parte del Corán, destruidlo”.[2] No quería que los Compañeros confundiesen los versículos coránicos con sus propias palabras. El Corán todavía estaba siendo revelado y registrado en hojas o trozos de cuero o madera. Tomaría su forma final de libro en fechas más tardías.
Ésta era una precaución comprensible, ya que quería asegurarse de que las sucesivas generaciones no confundirían sus palabras con las de Allah. Ésta consta claramente en una tradición narrada por Abu Huraira: “El Mensajero se nos acercó mientras algunos amigos escribían lo que le habían escuchado decir. Preguntó qué estaban escribiendo y le respondieron: ‘Lo que te hemos escuchado decir’. El Mensajero les amonestó diciendo: ‘¿Sabéis que las naciones que os precedieron se desviaron por haber escrito lo que no figuraba en el Libro de Allah?’”.[3]
Otra razón para esta prohibición es que la mayoría de las revelaciones coránicas llegaron en ocasiones específicas. Por lo tanto, algunos de sus versículos son concisos y claros, mientras que otros son ambiguos. Los versículos alegóricos aparecen junto a los explícitos e incontrovertibles. Al estar la comunidad islámica todavía en evolución, unos mandamientos reemplazaban a otros.
El Mensajero tenía que dirigirse, en varias ocasiones, a gente de muy variados temperamentos y niveles de entendimiento, a la vez que a “nuevos” y “viejos” musulmanes. Por ejemplo, cuando un nuevo musulmán preguntaba cuál era la mejor acción, respondía que era creer y hacer las cinco oraciones prescritas. Sin embargo, durante la época en la que la yihad tenía prioridad, decía que era la yihad en el camino de Allah. Además, siendo así que el Islam es para todos los tiempos y gentes, el Profeta recurría frecuentemente a alegorías, símiles, parábolas y metáforas.
Esto y otros factores tal vez fueron los que le llevaron a prohibir a ciertas personas que registrasen sus palabras. Si todos hubiesen llevado una cuenta propia sin poder distinguir entre lo real y lo metafórico, lo concreto y lo abstracto, lo abolido y lo aprobado, lo general y lo particular y ocasional, el resultado hubiese sido un caos y una tergiversación. Por esa razón, a veces Omar advertía a la gente que no narrase las tradiciones proféticas sin la debida atención.
Sin embargo, muchas tradiciones afirman que el Mensajero permitió a sus Compañeros que escribiesen sus palabras. Llegó un momento en que los compañeros alcanzaron madurez intelectual y espiritual para distinguir entre el Corán y el hadiz. Por consiguiente, pudieron conceder la atención e importancia adecuada a cada uno de ellos, y entender las circunstancias relativas a cada tradición. Es entonces cuando el Mensajero les animó a que pusiesen por escrito las tradiciones.
Abu Huraira relata lo siguiente: “Abdallah ibn Amr ibn al-As es el único compañero que tiene tantas tradiciones como yo tengo. Yo no las escribí, pero él sí”.[4] Abdallah informó que escribió todo lo que oyó decir al Mensajero. Algunos le dijeron: “Escribes todo lo que sale de la boca del Mensajero. Es un ser humano; y unas veces está enfadado y otras contento”. Abdallah refirió el asunto al Mensajero, el cual señaló a su boca y dijo: “Escribe, pues juro por Aquel en Cuya mano está mi vida que sólo la verdad sale de ésta”.[5]
Enfadado o contento, el Mensajero nunca habló por sí mismo; por capricho o antojo. Todo lo que decía era una Revelación –explícita o implícitamente– revelada (53:3-4). Como todas sus palabras y hechos tenían algo que ver con el Islam, se tenían que registrar. Los Compañeros llevaron a cabo esta sagrada labor ya sea memorizando o dejando constancia escrita de la que oyeron o vieron. Como resultado de ello, su vida es la biografía más completa jamás reproducida. Cada aspecto, incluso los más ínfimos detalles, han sido transmitidos a través de las generaciones. Por eso tenemos que sentirnos endeudados con los Compañeros y las dos o tres generaciones que les sucedieron, y en especial con los grandes Tradicionistas, los cuales registraron y transmitieron sus palabras y acciones.
Una vez, alguien se quejó al Mensajero diciendo: “Mensajero de Allah, escuchamos muchas cosas de ti; pero la mayoría se nos olvida porque no podemos memorizarlas”. El Mensajero respondió: “Pedidle ayuda a vuestra mano derecha”.[6] En otras palabras, escribid lo que escuchéis. Cuando Rafi ibn Jadiy preguntó al Mensajero si podían escribir lo que le escuchaban decir, se le dijo que sí podía.[7] Tal y como consta en los Sunan de al-Darimi, el Mensajero aconsejó lo siguiente: “Dejad constancia del conocimiento por escrito”.[8] Durante la conquista de La Meca, el Mensajero dio un sermón. Un yemení llamado Abu Shah, se puso de pie y dijo: “Mensajero, escribe estas palabras para mí”. El Mensajero ordenó que así fuese hecho”.[9]
Ali tenía una hoja, que adjuntó a su espada, en la que estaban escritas las narraciones concernientes al precio de la sangre por daños, la santificación de Medina y otros asuntos.[10] Ibn Abbas dejó atrás un camello cargado con libros la mayoría de los cuales versaban sobre lo que había oído del Mensajero y de los demás Compañeros.[11] El Mensajero envió una carta a Amr ibn Hazm la cual trataba de precio de la sangre, por asesinato y daños y la Ley del Talión[12]. Esta carta fue transmitida a Abu Bakr ibn Muhammad, su bisnieto.
Igualmente, un pergamino enviado por el Mensajero a Abu Rafi fue transmitido a Abu Bakr ibn Abd al-Rahman ibn Hariz, uno de los Tabi’un.[13] Un destacado estudioso de dicha generación, Muyahid ibn Yabr, vio la colección de Abdallah ibn Amr Al-Sahifat al-Sadiqa. Ibn al-Azir, historiador de renombre, dice que contenía alrededor de mil tradiciones; la mitad de las cuales constan en los libros de tradiciones auténticas, con la cadena de transmisión de Amr ibn Shuayb, de su padre y de su abuelo, respectivamente.
Yabir ibn Abdallah al-Ansari también dejó un voluminoso libro que contenía los dichos que escuchó del Mensajero.[14] Al-Sahifa al-Sahiha es otra importante fuente de Hadiz de los primeros tiempos. Hammam ibn Munabbih, su compilador, seguía a Abu Huraira adonde fuese y escribió los dichos proféticos transmitidos por él. Esta compilación, recientemente publicada por Muhammad Hamidullah, ha sido datada mediante el método del carbono 14 en una antigüedad de trece siglos. Casi todas sus tradiciones pueden ser encontradas en el Musnad de Ahmad ibn Hanbal o en los Sahihayn de Bujari y Muslim.
Tras estas primeras compilaciones sencillas, el Califa Omar ibn Abd al-Aziz, que gobernó en 719-722, decidió que todas las tradiciones orales y escritas auténticas deberían ser reunidas en libros. Ordenó a Abu Bakr ibn Muhammad ibn Amr ibn Hazm, gobernador de Medina, que supervisase esta misión. Muhammad ibn Shihab al-Zuhri, famoso por su profundo conocimiento y aguda inteligencia, llevó a cabo dicha misión adquiriendo el honor de ser el compilador oficial de tradiciones.[15]
Pero dicho honor no estaba restringido sólo a él: Abd al-Malik ibn Abd al-Aziz ibn Yuray (La Meca), Said ibn Abi Aruba (Irak), Awzai (Damasco), Zayd ibn Qudama y Sufyan al-Zawri (Kufa), Hammad ibn Salama (Basora) y Abdallah ibn al-Mubarak (Jorasán) también participaron.
Este período de compilación oficial y sistemática fue seguido por un período de clasificación por tradicionistas tan importantes como Abu Dawud al-Tayalisi, Musaddad ibn Musarhad, al-Humaydi y Ahmad ibn Hanbal, los cuales compusieron sus Musnads. Abd al-Razzaq ibn Hammam y otros redactaron sus Musannafs y Ibn Abi Zib y el Imán Malik produjeron sus Al-Muwattas. Yahya ibn Said al-Qattan y Yahya ibn Said al-Ansari también han de ser mencionados entre las preeminentes personalidades de este período.
Luego vino el período de tradicionistas tan importantes como Bujari, Muslim, Abu Dawud, Nasai, Tirmizi e Ibn Maya, que compusieron los conocidísimos seis libros auténticos de tradiciones. Estas celebridades, y otras personas ilustres como Yahya ibn Main, incluyeron en sus colecciones lo que creyeron eran las tradiciones más auténticas tras juzgarlas según los más estrictos criterios.
Por ejemplo, el Imán Bujari fue a la búsqueda de una tradición transmitida por un hombre famoso por su fiabilidad y piedad. Cuando vio al hombre sujetar su gorro ante su animal como si contuviese algo para comer en un intento de que le siguiese, le preguntó al hombre si el gorro contenía algún alimento para el animal. Cuando le dijo que no, Bujari no tomó ninguna tradición del hombre. Según él, si alguien podía engañar así a un animal, también podría engañar a la gente. Estos eran los exigentes criterios aplicados cuando se juzgaba la fiabilidad de los narradores.
Resumiendo, las tradiciones proféticas fueron escritas y también memorizadas durante el tiempo de los Compañeros. Cuando finalizó el primer siglo islámico, circulaban ampliamente en forma oral y escrita. El Califa Omar ibn Abd al-Aziz comisionó a eminentes eruditos para que produjesen la primera colección oficial en diferentes ciudades. Se distinguieron las tradiciones auténticas de las inventadas con el más riguroso cuidado y el más estricto criterio. Tras ser clasificadas, se llevaron a cabo las colecciones más sistemáticas y exactas por parte de los más prominentes tradicionistas de aquella época.
Más tarde se compusieron nuevos y auténticos libros de tradiciones. Asimismo, ilustres críticos de tradiciones tal y como Ibn Hayar al-Asqalani, Ibn Abd al-Barr, Zahabi, Ibn al-Yawzi y Zayn al-Din al-Iraqi revisaron todas las tradiciones y escribieron largos compendios sobre sus narradores.
Como resultado de dicha actividad académica, la Sunna nos ha llegado por los canales más fidedignos. Nadie puede poner en duda la autenticidad de esta segunda fuente del Islam, que se aproxima al Corán en pureza, autenticidad y fiabilidad.
La gran mayoría de los árabes eran iletrados. Cuando la Revelación comenzó, surgió un deseo de aprender a leer y a escribir el cual era alentado por el Profeta. Hay que recordar que dejaba en libertad a los prisioneros que sabían leer y escribir capturados en Badr sólo después de que cada uno de ellos hubiese enseñado a diez musulmanes a leer y a escribir.[1] Además, la revelación comenzaba con la siguiente orden:
¡Lee en el nombre de tu Señor que ha creado! Ha creado al hombre de un coágulo suspendido (en la pared del útero). ¡Lee, que tu Señor es el más Generoso! El que enseñó (a escribir) por medio del cálamo. Enseñó al hombre lo que no sabía (96:1-5).
A pesar de la importancia otorgada al conocimiento y al aprendizaje, durante los inicios de su Mensaje, el Profeta no permitió a sus Compañeros que escribiesen lo que él decía. Por ejemplo, dijo: “No escribáis lo que digo. Si habéis escrito algo dicho por mí que no sea parte del Corán, destruidlo”.[2] No quería que los Compañeros confundiesen los versículos coránicos con sus propias palabras. El Corán todavía estaba siendo revelado y registrado en hojas o trozos de cuero o madera. Tomaría su forma final de libro en fechas más tardías.
Ésta era una precaución comprensible, ya que quería asegurarse de que las sucesivas generaciones no confundirían sus palabras con las de Allah. Ésta consta claramente en una tradición narrada por Abu Huraira: “El Mensajero se nos acercó mientras algunos amigos escribían lo que le habían escuchado decir. Preguntó qué estaban escribiendo y le respondieron: ‘Lo que te hemos escuchado decir’. El Mensajero les amonestó diciendo: ‘¿Sabéis que las naciones que os precedieron se desviaron por haber escrito lo que no figuraba en el Libro de Allah?’”.[3]
Otra razón para esta prohibición es que la mayoría de las revelaciones coránicas llegaron en ocasiones específicas. Por lo tanto, algunos de sus versículos son concisos y claros, mientras que otros son ambiguos. Los versículos alegóricos aparecen junto a los explícitos e incontrovertibles. Al estar la comunidad islámica todavía en evolución, unos mandamientos reemplazaban a otros.
El Mensajero tenía que dirigirse, en varias ocasiones, a gente de muy variados temperamentos y niveles de entendimiento, a la vez que a “nuevos” y “viejos” musulmanes. Por ejemplo, cuando un nuevo musulmán preguntaba cuál era la mejor acción, respondía que era creer y hacer las cinco oraciones prescritas. Sin embargo, durante la época en la que la yihad tenía prioridad, decía que era la yihad en el camino de Allah. Además, siendo así que el Islam es para todos los tiempos y gentes, el Profeta recurría frecuentemente a alegorías, símiles, parábolas y metáforas.
Esto y otros factores tal vez fueron los que le llevaron a prohibir a ciertas personas que registrasen sus palabras. Si todos hubiesen llevado una cuenta propia sin poder distinguir entre lo real y lo metafórico, lo concreto y lo abstracto, lo abolido y lo aprobado, lo general y lo particular y ocasional, el resultado hubiese sido un caos y una tergiversación. Por esa razón, a veces Omar advertía a la gente que no narrase las tradiciones proféticas sin la debida atención.
Sin embargo, muchas tradiciones afirman que el Mensajero permitió a sus Compañeros que escribiesen sus palabras. Llegó un momento en que los compañeros alcanzaron madurez intelectual y espiritual para distinguir entre el Corán y el hadiz. Por consiguiente, pudieron conceder la atención e importancia adecuada a cada uno de ellos, y entender las circunstancias relativas a cada tradición. Es entonces cuando el Mensajero les animó a que pusiesen por escrito las tradiciones.
Abu Huraira relata lo siguiente: “Abdallah ibn Amr ibn al-As es el único compañero que tiene tantas tradiciones como yo tengo. Yo no las escribí, pero él sí”.[4] Abdallah informó que escribió todo lo que oyó decir al Mensajero. Algunos le dijeron: “Escribes todo lo que sale de la boca del Mensajero. Es un ser humano; y unas veces está enfadado y otras contento”. Abdallah refirió el asunto al Mensajero, el cual señaló a su boca y dijo: “Escribe, pues juro por Aquel en Cuya mano está mi vida que sólo la verdad sale de ésta”.[5]
Enfadado o contento, el Mensajero nunca habló por sí mismo; por capricho o antojo. Todo lo que decía era una Revelación –explícita o implícitamente– revelada (53:3-4). Como todas sus palabras y hechos tenían algo que ver con el Islam, se tenían que registrar. Los Compañeros llevaron a cabo esta sagrada labor ya sea memorizando o dejando constancia escrita de la que oyeron o vieron. Como resultado de ello, su vida es la biografía más completa jamás reproducida. Cada aspecto, incluso los más ínfimos detalles, han sido transmitidos a través de las generaciones. Por eso tenemos que sentirnos endeudados con los Compañeros y las dos o tres generaciones que les sucedieron, y en especial con los grandes Tradicionistas, los cuales registraron y transmitieron sus palabras y acciones.
Una vez, alguien se quejó al Mensajero diciendo: “Mensajero de Allah, escuchamos muchas cosas de ti; pero la mayoría se nos olvida porque no podemos memorizarlas”. El Mensajero respondió: “Pedidle ayuda a vuestra mano derecha”.[6] En otras palabras, escribid lo que escuchéis. Cuando Rafi ibn Jadiy preguntó al Mensajero si podían escribir lo que le escuchaban decir, se le dijo que sí podía.[7] Tal y como consta en los Sunan de al-Darimi, el Mensajero aconsejó lo siguiente: “Dejad constancia del conocimiento por escrito”.[8] Durante la conquista de La Meca, el Mensajero dio un sermón. Un yemení llamado Abu Shah, se puso de pie y dijo: “Mensajero, escribe estas palabras para mí”. El Mensajero ordenó que así fuese hecho”.[9]
Ali tenía una hoja, que adjuntó a su espada, en la que estaban escritas las narraciones concernientes al precio de la sangre por daños, la santificación de Medina y otros asuntos.[10] Ibn Abbas dejó atrás un camello cargado con libros la mayoría de los cuales versaban sobre lo que había oído del Mensajero y de los demás Compañeros.[11] El Mensajero envió una carta a Amr ibn Hazm la cual trataba de precio de la sangre, por asesinato y daños y la Ley del Talión[12]. Esta carta fue transmitida a Abu Bakr ibn Muhammad, su bisnieto.
Igualmente, un pergamino enviado por el Mensajero a Abu Rafi fue transmitido a Abu Bakr ibn Abd al-Rahman ibn Hariz, uno de los Tabi’un.[13] Un destacado estudioso de dicha generación, Muyahid ibn Yabr, vio la colección de Abdallah ibn Amr Al-Sahifat al-Sadiqa. Ibn al-Azir, historiador de renombre, dice que contenía alrededor de mil tradiciones; la mitad de las cuales constan en los libros de tradiciones auténticas, con la cadena de transmisión de Amr ibn Shuayb, de su padre y de su abuelo, respectivamente.
Yabir ibn Abdallah al-Ansari también dejó un voluminoso libro que contenía los dichos que escuchó del Mensajero.[14] Al-Sahifa al-Sahiha es otra importante fuente de Hadiz de los primeros tiempos. Hammam ibn Munabbih, su compilador, seguía a Abu Huraira adonde fuese y escribió los dichos proféticos transmitidos por él. Esta compilación, recientemente publicada por Muhammad Hamidullah, ha sido datada mediante el método del carbono 14 en una antigüedad de trece siglos. Casi todas sus tradiciones pueden ser encontradas en el Musnad de Ahmad ibn Hanbal o en los Sahihayn de Bujari y Muslim.
Tras estas primeras compilaciones sencillas, el Califa Omar ibn Abd al-Aziz, que gobernó en 719-722, decidió que todas las tradiciones orales y escritas auténticas deberían ser reunidas en libros. Ordenó a Abu Bakr ibn Muhammad ibn Amr ibn Hazm, gobernador de Medina, que supervisase esta misión. Muhammad ibn Shihab al-Zuhri, famoso por su profundo conocimiento y aguda inteligencia, llevó a cabo dicha misión adquiriendo el honor de ser el compilador oficial de tradiciones.[15]
Pero dicho honor no estaba restringido sólo a él: Abd al-Malik ibn Abd al-Aziz ibn Yuray (La Meca), Said ibn Abi Aruba (Irak), Awzai (Damasco), Zayd ibn Qudama y Sufyan al-Zawri (Kufa), Hammad ibn Salama (Basora) y Abdallah ibn al-Mubarak (Jorasán) también participaron.
Este período de compilación oficial y sistemática fue seguido por un período de clasificación por tradicionistas tan importantes como Abu Dawud al-Tayalisi, Musaddad ibn Musarhad, al-Humaydi y Ahmad ibn Hanbal, los cuales compusieron sus Musnads. Abd al-Razzaq ibn Hammam y otros redactaron sus Musannafs y Ibn Abi Zib y el Imán Malik produjeron sus Al-Muwattas. Yahya ibn Said al-Qattan y Yahya ibn Said al-Ansari también han de ser mencionados entre las preeminentes personalidades de este período.
Luego vino el período de tradicionistas tan importantes como Bujari, Muslim, Abu Dawud, Nasai, Tirmizi e Ibn Maya, que compusieron los conocidísimos seis libros auténticos de tradiciones. Estas celebridades, y otras personas ilustres como Yahya ibn Main, incluyeron en sus colecciones lo que creyeron eran las tradiciones más auténticas tras juzgarlas según los más estrictos criterios.
Por ejemplo, el Imán Bujari fue a la búsqueda de una tradición transmitida por un hombre famoso por su fiabilidad y piedad. Cuando vio al hombre sujetar su gorro ante su animal como si contuviese algo para comer en un intento de que le siguiese, le preguntó al hombre si el gorro contenía algún alimento para el animal. Cuando le dijo que no, Bujari no tomó ninguna tradición del hombre. Según él, si alguien podía engañar así a un animal, también podría engañar a la gente. Estos eran los exigentes criterios aplicados cuando se juzgaba la fiabilidad de los narradores.
Resumiendo, las tradiciones proféticas fueron escritas y también memorizadas durante el tiempo de los Compañeros. Cuando finalizó el primer siglo islámico, circulaban ampliamente en forma oral y escrita. El Califa Omar ibn Abd al-Aziz comisionó a eminentes eruditos para que produjesen la primera colección oficial en diferentes ciudades. Se distinguieron las tradiciones auténticas de las inventadas con el más riguroso cuidado y el más estricto criterio. Tras ser clasificadas, se llevaron a cabo las colecciones más sistemáticas y exactas por parte de los más prominentes tradicionistas de aquella época.
Más tarde se compusieron nuevos y auténticos libros de tradiciones. Asimismo, ilustres críticos de tradiciones tal y como Ibn Hayar al-Asqalani, Ibn Abd al-Barr, Zahabi, Ibn al-Yawzi y Zayn al-Din al-Iraqi revisaron todas las tradiciones y escribieron largos compendios sobre sus narradores.
Como resultado de dicha actividad académica, la Sunna nos ha llegado por los canales más fidedignos. Nadie puede poner en duda la autenticidad de esta segunda fuente del Islam, que se aproxima al Corán en pureza, autenticidad y fiabilidad.
[1] Ibn Sad, Tabaqat, 2:22
[2] Muslim, “Zuhd” 72; Darimi, “Muqaddima” 42.
[3] Jatib al-Baghdadi, Taqyid al-‘Ilm, 34.
[4] Bujari, “‘Ilm” 39.
[5] Abu Dawud, “‘Ilm,” 3; Ibn Hanbal, 2:162; Darimi, “Muqaddima” 43.
[6] Tirmizi, “‘Ilm” 12.
[7] Hindi, Kanz al-‘Ummal, 10:232.
[8] Darimi, “Muqaddima,” 43.
[9] Abu Dawud, “‘Ilm” 3; Tirmizi, “‘Ilm” 12.
[10] Bujari, “‘Ilm” 39; Ibn Hanbal, 1:100.
[11] M. Ayyay al-Jatib, Al-Sunna qabl al-Tadwin, 352.
[12] Darimi, “Diyat” 12.
[13] Jatib al-Baghdadi, “Al-Kifaya” 330.
[14] Ibn Sad, 7:2; Jatib al-Baghdadi, “Al-Kifaya” 354.
[15] Bujari, “‘Ilm” 34.
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