Algunos Orientalistas y sus seguidores musulmanes intentan proyectar dudas sobre la autenticidad de la Sunna con el pretexto de que algunos Compañeros narraron demasiadas tradiciones y de que hay un gran número de tradiciones.
Primero, las tradiciones no se limitan a las palabras del Mensajero, sino que abarcan toda su vida: todos sus actos, lo que le gustaba, lo que no le gustaba y sus aprobaciones o confirmaciones tácitas de lo que sus Compañeros dijeron o hicieron. Vivió durante veintitrés años entre ellos como Mensajero de Allah. Les enseñó el Islam hasta el más mínimo detalle. Dirigió la oración cinco veces al día, cuyos detalles están registrados en su integridad, puesto que él les dijo: “Rezad tal y como me veáis hacerlo”. Ayunó y les explicó todos sus detalles, al igual que hizo con la entrega de limosna y la peregrinación. Los puntos esenciales de la creencia y los pilares del Islam (oración, ayuno, limosna y peregrinación) son objeto de innumerables libros.
Al ser un sistema divino universal que incluye todo lo relacionado con la vida humana, el Islam posee leyes y normas para la vida individual y colectiva, espiritual y material, social y económica, política y militar, y demás aspectos de la vida cotidiana. Ha establecido principios relativos a todo esto. Constantemente advirtió a sus Compañeros contra la desviación y les animó a ser siervos de Allah más profundos, sensibles y prudentes.
También les informó sobre las naciones del pasado y predijo acontecimientos futuros. Abu Zayd Amr ibn Ajtab transmitió que, a veces, el Profeta ascendía al púlpito después de la oración del alba y se dirigía a la congregación hasta el mediodía. Seguía hablando después de la oración del mediodía y de la tarde, contando lo que había ocurrido desde el principio del mundo hasta ese día, y qué iba a ocurrir desde entonces hasta el Día del Juicio Final. Dichos discursos contenían información sobre las agitaciones del otro mundo, la tumba, la Resurrección, la Gran Congregación, el peso de las obras de la gente, el Juicio Final, el Puente, el Infierno y el Paraíso.[1]
El Mensajero mandó ejércitos, vio y juzgó casos como juez, envió y recibió enviados y delegaciones. Firmó tratados de paz, declaró guerras y envió expediciones militares. Estableció reglas de higiene y principios de buena conducta y alta moralidad. Sus milagros se cuentan por cientos. Estableció un ejemplo a ser seguido por los musulmanes, por lo que debido a la vital importancia del Hadiz en el Islam y también por el amor que le profesaban sus Compañeros, su vida fue registrada desde el principio hasta el fin.
Honró el universo con su mensaje, su servidumbre a Allah y su elevada e incomparable personalidad. Como honorables testigos de su vida, los Compañeros registraron todo lo relacionado con él. Cuando se dispersaron por las tierras conquistadas por el Islam, los nuevos conversos les pidieron que relatasen las tradiciones del Mensajero. Estuvieron tan entregados a él que se mantuvieron extraordinariamente fieles a los recuerdos que de él guardaron.
Una vez, durante su califato, Omar visitó la casa de Abbas, el tío del Profeta, en su camino hacia la oración colectiva del viernes. Unas gotas de sangre cayeron en su manto desde el canalón. Se enfadó tanto que tiró del canalón hasta el suelo, diciéndose a sí mismo: “¿Quién osa degollar un animal en esta azotea manchando con su sangre mi manto mientras voy a la mezquita?”. Llegó a la mezquita, y después de la oración, advirtió a la congregación diciendo: “Estáis haciendo cosas incorrectas. Pasé cerca de una pared mientras venía hacia aquí y cayó algo de sangre sobre mi manto desde el canalón, por lo que he tirado del canalón hasta el suelo”.
Abbas se enfadó y se puso de pie: ¡Omar! ¿Qué has hecho? He visto personalmente al Mensajero poner él mismo ese canalón”. Ahora, le tocó a Omar enfadarse. Le dijo a Abbas lleno de inquietud: “¡Por Allah! Voy a poner mi cabeza al pie de ese muro y tú vas a poner tus pies encima mientras vuelves a poner el canalón. Y hasta que no lo hagas, no voy a levantar mi cabeza del suelo”. Esa era su devoción y su fidelidad para con el Mensajero.[2]
El Mensajero inculcó en el corazón de sus seguidores un fervor por el conocimiento tal que la civilización musulmana –bajo cuya sombra bendita vivió en paz durante siglos una considerable parte de la humanidad – se erigió sobre los pilares de la creencia, el conocimiento, la piedad y la hermandad. En las tierras donde fluyó el agua pura del Islam, florecieron innumerables flores en cada campo de la ciencia, y el aroma que esparcían llenó de júbilo el mundo.
Algunas de estas flores, como Ibn Hayar al-Asqalani, leyó en dos o tres sesiones la colección de tradiciones auténticas recopilada por el Imán Muslim. El Imán Nawawi se dedicó tan intensamente a la enseñanza y a la composición de obras que nunca se casó. No quiso dedicarle ningún tiempo a nada que no fuese el conocimiento. El Imán Sarajsi, gran jurista hanafí, fue encarcelado en una mazmorra por un Rey. Durante ese tiempo, dictó de memoria a sus alumnos su monumental compendio en treinta volúmenes, Al Mabsut. Cuando sus estudiantes le dijeron al Imán Sarajsi que el Imán Shafí – fundador de la escuela legal Shafí y considerado como el segundo renovador del Islam –había memorizado trescientos fascículos de tradiciones, él respondió: “Tiene el zakat (o sea: tan sólo una cuarenta parte) de las tradiciones que conozco”.[3]
Las obras de Ibn Hayar al-Asqalani, Ibn Yarir al-Tabari, Fajr al-Din al-Razi, el Imán Suyuti y otros, comprenden tantos volúmenes que cuando se dividen entre los días de sus vidas, podemos comprobar que escribieron alrededor de veinte páginas diarias. No podemos estudiar o ni siquiera leer a lo largo de nuestras vidas lo que cada uno de ellos escribió durante su vida.
Anas ibn Sirin, hijo de Muhammad ibn Sirin, uno de los mayores eruditos de los Tabi’un, dijo: “Cuando llegué a Kufa, cuatro mil personas asistían a las clases de Hadiz en las mezquitas; cuatrocientos eran expertos en jurisprudencia”.[4] Para entender qué significa experto en jurisprudencia islámica, considérese lo siguiente: Ahmad ibn Hanbal, cuyo Musnad contiene cuarenta mil tradiciones seleccionadas entre un millón de tradiciones en circulación, no era considerado un experto en jurisprudencia por Ibn Yarir al-Tabari. Tampoco se le dio el mismo estatus que el de Abu Hanifa, el Imán Abu Yusuf, el Imán Shafí, el Imán Malik y demás. El hecho de que algunos no considerasen a semejante egregia personalidad como experto jurista, muestra la envergadura intelectual y académica que un jurista debía alcanzar para ser considerado un experto.
El ambiente general era extremadamente propicio para el desarrollo de las ciencias religiosas y seculares, especialmente la ciencia de las tradiciones. Cada musulmán se esforzaba en adquirir conocimiento del Islam y en reconocer plenamente a su Profeta. La gente poseía una gran aptitud para la literatura y las lenguas, ya que la poesía estaba muy difundida durante el período pre-islámico.
El Corán vino, ante todo, como milagro lingüístico absoluto e incomparable. Ningún experto literario o poético niega su elocuencia. Casi todos renunciaron a la poesía tras su conversión para dedicarse al Corán y al Hadiz. Entre ellos, la poetisa Hansa, se dedicó tan profundamente al Islam, que cuando su hijo fue martirizado en Qadisiyya, le rogó a Allah así: ¡Allah! Me diste cuatro hijos a los que he sacrificado todos en el camino de tu Amado (Profeta). Alabado seas miles de veces”.[5]
La vida era bastante simple en el desierto. Esto posibilitaba a la gente a que se dedicasen a las ciencias islámicas. Además, poseían muy buena memoria. Por ejemplo, una vez el Mensajero le preguntó a Zayd ibn Zabit que aprendiese hebreo; y en un par de semanas ya podía leer y escribir cartas en dicha lengua.[6] Ibn Shihab al-Zuhri, Qatada ibn Diama, Shabi, Ibrahim ibn Yazid al-Nayai, el Imán Shafí y otros dijeron en público que nunca se olvidaron de una palabra tras haberla memorizado. Podían hacerlo tras haber leído o escuchado algo una sola vez.
Cuando el Imán Bujari llegó a Bagdad, diez destacadas personalidades de las ciencias islámicas examinaron su conocimiento de hadiz y su memoria. Cada uno recitó diez tradiciones, cambiando el orden de los narradores en una cadena de transmisión o bien intercambiando las cadenas. Por ejemplo, la famosa tradición: “Las acciones se juzgan según las intenciones...” tiene la siguiente cadena (en orden descendiente): Yahya ibn Said al-Ansari, de Muhammad ibn Ibrahim al-Taymi, de Alqama ibn Waqqas al-Laysi, de Omar ibn al-Jattab. Cuando acabaron, el Imán Bujari corrigió las cadenas una a una de memoria y repitió cada tradición con su auténtica cadena de transmisión. Los eruditos admitieron entonces su saber y conocimiento en materia de hadiz.[7] Ibn Juzayma incluso fue más lejos diciendo: “Ni el cielo ni la tierra han visto jamás a nadie con tanto conocimiento como tú en este campo”.[8]
El Imán Bujari nunca vendió su conocimiento a cambio de beneficios mundanos. Cuando el gobernador de Bujara le invitó a su palacio para que educase a sus hijos, el gran Imán se negó diciendo: “El conocimiento no puede ser reducido siendo llevado a un gobernante. Si el gobernante desea conocimiento, debe de venir personalmente a obtenerlo”. El gobernador respondió solicitando que se asignase un día de la semana a sus hijos. Bujari se volvió a negar diciendo: “Estoy muy ocupado enseñando a la Umma de Muhammad. Por lo tanto no puedo perder mi tiempo enseñando a tus hijos”. El gobernador le exilió, y esta gran personalidad de la ciencia del hadiz pasó sus últimos días en el exilio.[9]
Primero, las tradiciones no se limitan a las palabras del Mensajero, sino que abarcan toda su vida: todos sus actos, lo que le gustaba, lo que no le gustaba y sus aprobaciones o confirmaciones tácitas de lo que sus Compañeros dijeron o hicieron. Vivió durante veintitrés años entre ellos como Mensajero de Allah. Les enseñó el Islam hasta el más mínimo detalle. Dirigió la oración cinco veces al día, cuyos detalles están registrados en su integridad, puesto que él les dijo: “Rezad tal y como me veáis hacerlo”. Ayunó y les explicó todos sus detalles, al igual que hizo con la entrega de limosna y la peregrinación. Los puntos esenciales de la creencia y los pilares del Islam (oración, ayuno, limosna y peregrinación) son objeto de innumerables libros.
Al ser un sistema divino universal que incluye todo lo relacionado con la vida humana, el Islam posee leyes y normas para la vida individual y colectiva, espiritual y material, social y económica, política y militar, y demás aspectos de la vida cotidiana. Ha establecido principios relativos a todo esto. Constantemente advirtió a sus Compañeros contra la desviación y les animó a ser siervos de Allah más profundos, sensibles y prudentes.
También les informó sobre las naciones del pasado y predijo acontecimientos futuros. Abu Zayd Amr ibn Ajtab transmitió que, a veces, el Profeta ascendía al púlpito después de la oración del alba y se dirigía a la congregación hasta el mediodía. Seguía hablando después de la oración del mediodía y de la tarde, contando lo que había ocurrido desde el principio del mundo hasta ese día, y qué iba a ocurrir desde entonces hasta el Día del Juicio Final. Dichos discursos contenían información sobre las agitaciones del otro mundo, la tumba, la Resurrección, la Gran Congregación, el peso de las obras de la gente, el Juicio Final, el Puente, el Infierno y el Paraíso.[1]
El Mensajero mandó ejércitos, vio y juzgó casos como juez, envió y recibió enviados y delegaciones. Firmó tratados de paz, declaró guerras y envió expediciones militares. Estableció reglas de higiene y principios de buena conducta y alta moralidad. Sus milagros se cuentan por cientos. Estableció un ejemplo a ser seguido por los musulmanes, por lo que debido a la vital importancia del Hadiz en el Islam y también por el amor que le profesaban sus Compañeros, su vida fue registrada desde el principio hasta el fin.
Honró el universo con su mensaje, su servidumbre a Allah y su elevada e incomparable personalidad. Como honorables testigos de su vida, los Compañeros registraron todo lo relacionado con él. Cuando se dispersaron por las tierras conquistadas por el Islam, los nuevos conversos les pidieron que relatasen las tradiciones del Mensajero. Estuvieron tan entregados a él que se mantuvieron extraordinariamente fieles a los recuerdos que de él guardaron.
Una vez, durante su califato, Omar visitó la casa de Abbas, el tío del Profeta, en su camino hacia la oración colectiva del viernes. Unas gotas de sangre cayeron en su manto desde el canalón. Se enfadó tanto que tiró del canalón hasta el suelo, diciéndose a sí mismo: “¿Quién osa degollar un animal en esta azotea manchando con su sangre mi manto mientras voy a la mezquita?”. Llegó a la mezquita, y después de la oración, advirtió a la congregación diciendo: “Estáis haciendo cosas incorrectas. Pasé cerca de una pared mientras venía hacia aquí y cayó algo de sangre sobre mi manto desde el canalón, por lo que he tirado del canalón hasta el suelo”.
Abbas se enfadó y se puso de pie: ¡Omar! ¿Qué has hecho? He visto personalmente al Mensajero poner él mismo ese canalón”. Ahora, le tocó a Omar enfadarse. Le dijo a Abbas lleno de inquietud: “¡Por Allah! Voy a poner mi cabeza al pie de ese muro y tú vas a poner tus pies encima mientras vuelves a poner el canalón. Y hasta que no lo hagas, no voy a levantar mi cabeza del suelo”. Esa era su devoción y su fidelidad para con el Mensajero.[2]
El Mensajero inculcó en el corazón de sus seguidores un fervor por el conocimiento tal que la civilización musulmana –bajo cuya sombra bendita vivió en paz durante siglos una considerable parte de la humanidad – se erigió sobre los pilares de la creencia, el conocimiento, la piedad y la hermandad. En las tierras donde fluyó el agua pura del Islam, florecieron innumerables flores en cada campo de la ciencia, y el aroma que esparcían llenó de júbilo el mundo.
Algunas de estas flores, como Ibn Hayar al-Asqalani, leyó en dos o tres sesiones la colección de tradiciones auténticas recopilada por el Imán Muslim. El Imán Nawawi se dedicó tan intensamente a la enseñanza y a la composición de obras que nunca se casó. No quiso dedicarle ningún tiempo a nada que no fuese el conocimiento. El Imán Sarajsi, gran jurista hanafí, fue encarcelado en una mazmorra por un Rey. Durante ese tiempo, dictó de memoria a sus alumnos su monumental compendio en treinta volúmenes, Al Mabsut. Cuando sus estudiantes le dijeron al Imán Sarajsi que el Imán Shafí – fundador de la escuela legal Shafí y considerado como el segundo renovador del Islam –había memorizado trescientos fascículos de tradiciones, él respondió: “Tiene el zakat (o sea: tan sólo una cuarenta parte) de las tradiciones que conozco”.[3]
Las obras de Ibn Hayar al-Asqalani, Ibn Yarir al-Tabari, Fajr al-Din al-Razi, el Imán Suyuti y otros, comprenden tantos volúmenes que cuando se dividen entre los días de sus vidas, podemos comprobar que escribieron alrededor de veinte páginas diarias. No podemos estudiar o ni siquiera leer a lo largo de nuestras vidas lo que cada uno de ellos escribió durante su vida.
Anas ibn Sirin, hijo de Muhammad ibn Sirin, uno de los mayores eruditos de los Tabi’un, dijo: “Cuando llegué a Kufa, cuatro mil personas asistían a las clases de Hadiz en las mezquitas; cuatrocientos eran expertos en jurisprudencia”.[4] Para entender qué significa experto en jurisprudencia islámica, considérese lo siguiente: Ahmad ibn Hanbal, cuyo Musnad contiene cuarenta mil tradiciones seleccionadas entre un millón de tradiciones en circulación, no era considerado un experto en jurisprudencia por Ibn Yarir al-Tabari. Tampoco se le dio el mismo estatus que el de Abu Hanifa, el Imán Abu Yusuf, el Imán Shafí, el Imán Malik y demás. El hecho de que algunos no considerasen a semejante egregia personalidad como experto jurista, muestra la envergadura intelectual y académica que un jurista debía alcanzar para ser considerado un experto.
El ambiente general era extremadamente propicio para el desarrollo de las ciencias religiosas y seculares, especialmente la ciencia de las tradiciones. Cada musulmán se esforzaba en adquirir conocimiento del Islam y en reconocer plenamente a su Profeta. La gente poseía una gran aptitud para la literatura y las lenguas, ya que la poesía estaba muy difundida durante el período pre-islámico.
El Corán vino, ante todo, como milagro lingüístico absoluto e incomparable. Ningún experto literario o poético niega su elocuencia. Casi todos renunciaron a la poesía tras su conversión para dedicarse al Corán y al Hadiz. Entre ellos, la poetisa Hansa, se dedicó tan profundamente al Islam, que cuando su hijo fue martirizado en Qadisiyya, le rogó a Allah así: ¡Allah! Me diste cuatro hijos a los que he sacrificado todos en el camino de tu Amado (Profeta). Alabado seas miles de veces”.[5]
La vida era bastante simple en el desierto. Esto posibilitaba a la gente a que se dedicasen a las ciencias islámicas. Además, poseían muy buena memoria. Por ejemplo, una vez el Mensajero le preguntó a Zayd ibn Zabit que aprendiese hebreo; y en un par de semanas ya podía leer y escribir cartas en dicha lengua.[6] Ibn Shihab al-Zuhri, Qatada ibn Diama, Shabi, Ibrahim ibn Yazid al-Nayai, el Imán Shafí y otros dijeron en público que nunca se olvidaron de una palabra tras haberla memorizado. Podían hacerlo tras haber leído o escuchado algo una sola vez.
Cuando el Imán Bujari llegó a Bagdad, diez destacadas personalidades de las ciencias islámicas examinaron su conocimiento de hadiz y su memoria. Cada uno recitó diez tradiciones, cambiando el orden de los narradores en una cadena de transmisión o bien intercambiando las cadenas. Por ejemplo, la famosa tradición: “Las acciones se juzgan según las intenciones...” tiene la siguiente cadena (en orden descendiente): Yahya ibn Said al-Ansari, de Muhammad ibn Ibrahim al-Taymi, de Alqama ibn Waqqas al-Laysi, de Omar ibn al-Jattab. Cuando acabaron, el Imán Bujari corrigió las cadenas una a una de memoria y repitió cada tradición con su auténtica cadena de transmisión. Los eruditos admitieron entonces su saber y conocimiento en materia de hadiz.[7] Ibn Juzayma incluso fue más lejos diciendo: “Ni el cielo ni la tierra han visto jamás a nadie con tanto conocimiento como tú en este campo”.[8]
El Imán Bujari nunca vendió su conocimiento a cambio de beneficios mundanos. Cuando el gobernador de Bujara le invitó a su palacio para que educase a sus hijos, el gran Imán se negó diciendo: “El conocimiento no puede ser reducido siendo llevado a un gobernante. Si el gobernante desea conocimiento, debe de venir personalmente a obtenerlo”. El gobernador respondió solicitando que se asignase un día de la semana a sus hijos. Bujari se volvió a negar diciendo: “Estoy muy ocupado enseñando a la Umma de Muhammad. Por lo tanto no puedo perder mi tiempo enseñando a tus hijos”. El gobernador le exilió, y esta gran personalidad de la ciencia del hadiz pasó sus últimos días en el exilio.[9]
[1] Muslim, “Fitan” 25.
[2] Ibn Hanbal, 1:210.
[3] Sarajsi, Muqaddima li-Usul al-Sarajsi, 5.
[4] M. Ayyay al-Jatib, Al-Sunna qabl al-Tadwin, 150-51.
[5] Ibn Azir, Usd al-Ghaba, 7:90. Esta bendita mujer encontró ocho errores lingüísticos o poéticos en una estrofa de Hassan ibn Zabit, un famoso Compañero y poeta. Tras la revelación, dejó la poesía y se dedicó al Corán y al Hadiz.
[6] Ibn Hanbal, 5:186.
[7] Ibn Hayar, Hadiy al-Sari‘, 487.
[8] Zahabi, Tazkirat al-Huffaz, 2:556.
[9] Ibn Hayar, Tahzib al-Tahzib, 9:52.
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