30 noviembre, 2007

Yihad

El sentido literal de yihad es ejercer nuestro mejor y más grande esfuerzo para conseguir algo. Esta palabra no es el equivalente de la palabra “guerra”, para la cual se usa “qital” en árabe. Yihad tiene una connotación mucho más amplia y abraza toda clase de esfuerzos para la causa de Allah. Un muyahid es el que está sinceramente dedicado a su causa; el que usa todos los recursos físicos, intelectuales y espirituales para servir a ésta; y el que se enfrenta a cualquier poder que está en su camino; y es el que muere por dicha causa cuando sea necesario. La yihad en el camino de Allah es nuestra lucha para ganar la complacencia de Allah, establecer la supremacía de Su religión y hacer prevalecer Su Palabra.
Un principio relacionado, que insiste en lo bueno y prohíbe lo malo –amr bi al-maruf wa nahy an al-munkar– procura transmitir el mensaje del Islam y establecer una comunidad islámica modelo. El Corán presenta a la comunidad islámica como una comunidad modelo requerida para informar a la humanidad sobre el Islam y de como el Profeta lo vivió; Hemos hecho así de vosotros una comunidad moderada, para que seáis testigos de los hombres y para que el Enviado sea testigo de vosotros (2:143).
La yihad mayor y la yihad menor. Hay dos aspectos de la yihad. Una es luchar para vencer los deseos carnales y las inclinaciones malignas –la yihad mayor. El otro es alentar a los demás para que consigan el mismo objetivo –la yihad menor.
El ejército musulmán regresaba a Medina después de haber derrotado al enemigo, cuando el Mensajero de Allah les dijo: “Volvemos de la yihad menor a la mayor”. Cuando los Compañeros preguntaron qué era la yihad mayor, él dijo que era luchar contra el ego carnal.[1]
El objetivo de la yihad es que el creyente se purifique de los pecados y por lo tanto, alcance la verdadera humanidad. Los profetas fueron enviados por este motivo. Allah dice en el Corán:
Igualmente os hemos mandado un Enviado de entre vosotros para que os recite Nuestros versículos, para que os purifique, para que os enseñe la Escritura y la Sabiduría, para que os enseñe lo que no sabíais (2:151).
Los seres humanos en algún sentido son como los minerales en bruto con los cuales los Profetas trabajan y los purifican y refinan quitando el sello de sus corazones y oídos, levantando los velos de sus ojos. Iluminada por el mensaje de los Profetas, la gente puede entender el sentido de las leyes de la naturaleza, que son los signos de la Existencia y la Unidad de Allah y pueden penetrar en la sutil realidad que se oculta detrás de las cosas y los acontecimientos. Sólo a través de la orientación de los Profetas podemos lograr la elevada posición que Allah espera de nosotros. Además de la enseñanza de los signos, los Profetas también enseñaron a su gente el Libro y la Sabiduría. Como el Corán era la última Revelación al Último Profeta, Allah se refiere al Corán cuando dice el Libro y a la Sunna cuando habla de la Sabiduría. Por eso, debemos seguir el Corán y la Sunna del Profeta si deseamos ser dirigidos correctamente.
El Profeta también nos enseña lo que no sabemos de modo que la humanidad siga aprendiendo del Profeta hasta el Día de Juicio. De él aprendemos cómo purificarnos de los pecados. Siguiendo su camino, muchos grandes santos han logrado su distinción como tales. Entre ellos, Ali dice que su creencia en los pilares del Islam es tan firme que aun si el velo de lo desconocido fuera levantado, su certeza no aumentaría.[2] Se dice que Abd al-Qadir al-Yilani llegó a comprender los misterios del séptimo cielo. Estos y muchos otros, como Fudayl bin Iyaz, Ibrahim bin Azam y Bishr Al-Jafi bien podrían haber sido dotados con el don de la Profecía, si Allah no hubiera puesto ya un sello sobre ésta.
Las oscuras nubes de la ignorancia han sido retiradas de nuestro horizonte intelectual mediante la orientación del Profeta Muhammad. A consecuencia de la luz que él trajo de Allah habrán muchos más avances en la ciencia y la tecnología.
Yihad es el legado de los Profetas y la Profecía es la misión de elevar a los hombres al favor de Allah purificándolos. Yihad es el nombre dado a esta misión profética, que tiene el mismo sentido que atestiguar a la verdad. De la misma manera que los jueces escuchan a los testigos para dar veredicto en un caso, así, aquellos que han realizado la yihad han dado testimonio de la Existencia y la Unidad de Allah mientras luchaban en Su camino.
El Corán dice: Allah atestigua que no hay más dios que Él y junto a Él también lo hacen los ángeles y los hombres dotados de conocimiento, rigiendo-Su creación- con equidad. No hay más dios que Él, el Todopoderoso, el Sabio. (3:18). Aquellos que han realizado la yihad atestiguarán también la misma verdad en la corte celestial donde el juicio de los incrédulos tendrá su veredicto.
Aquellos que atestiguan la Existencia y la Unidad de Allah predican esta verdad en los más remotos lugares del mundo. Este fue el deber de los Profetas señalado en el Corán y que de igual manera debería ser nuestra obligación:
Mensajeros portadores de buenas noticias y de advertencias, para que así los hombres, después de su venida, no tuvieran ningún argumento frente Allah. Allah es Poderoso y Sabio. Sin embargo, Allah atestigua que lo que te ha revelado, ha sido revelado con Su conocimiento y los ángeles dan testimonio de ello. Y no hay un testigo mejor que Allah (4:165-66).
Allah ha enviado un Profeta a cada persona, de modo que cada uno pueda tener una idea de la Profecía. Como el término solía describir la actividad de la Profecía, la yihad está profundamente grabada en el corazón de cada creyente de modo que él o ella sienta una responsabilidad profunda de predicar la verdad a fin de guiar a otros al Camino Verdadero.
La yihad menor, normalmente entendida como lucha por la causa de Allah, no se refiere sólo a la lucha militar. El término es amplio, ya que incluye cada acción realizada para ganar el consentimiento de Allah. Hablar o permanecer callado, sonreír o mostrar enfado, unirse a una reunión o dejarla, cada acción realizada para mejorar la humanidad, ya sea por los individuos o las comunidades, está incluida en este sentido.
Mientras la yihad menor depende de la movilización de todos los medios materiales y está realizada en el mundo externo, la yihad mayor encarna la lucha de una persona frente a su alma carnal. Estas dos formas de la yihad no se pueden separar una de la otra.
El Mensajero de Allah nos ha enseñado cómo realizar ambas formas de la yihad. Ha establecido los principios para predicar la verdad que tendrán aplicación hasta el Día del Juicio Final. Cuando examinamos el modo en que él actuó, vemos que él fue muy sistemático. Y esto es realmente otra prueba de su Profecía y un ejemplo maravilloso para seguir el camino de Allah a través del comportamiento.
Los creyentes guardaron su creencia vigorosa y activa por medio de la yihad. Tal como un árbol mantiene sus hojas mientras maduran sus frutas, así los creyentes pueden conservar su vigor cuando realizan la yihad. Siempre que te encuentres con un pesimista desesperado, pronto te darás cuenta de que él o ella es el que ha abandonado la yihad. Esa gente ha sido privada del espíritu, y están hundidas en el pesimismo porque han dejado de predicar la verdad. Cualquiera que realice la yihad incesantemente no pierde su entusiasmo y siempre trata de ampliar sus horizontes. Cada buena acción resulta en una nueva, de modo que los creyentes nunca se hagan pobres de bondad: A los que luchan por Nosotros les guiaremos a Nuestro camino, es cierto que Allah está con los que hacen el bien (29:69).
Hay tantos caminos que conducen al Camino Recto como el número de alientos respirados en la creación. Cualquiera que luche por Su causa es guiado por Allah a uno de estos caminos y está a salvo de la perdición. El que es dirigido a Su Camino Recto por Allah vive una vida equilibrada. Ellos no sobrepasan los límites en sus necesidades humanas y actividades, como tampoco en su adoración y otras observancias religiosas. Tal equilibrio es el signo de la orientación verdadera.
Todos los sacrificios hechos en los enfrentamientos contra los incrédulos opresivos, sin importar cuán grande sean estos sacrificios, sólo constituyen la yihad menor de los esfuerzos para cumplir las obligaciones religiosas tan perfectamente como nos sea posible. La yihad mayor es mucho más difícil de llevar a cabo, ya que requiere que luchemos contra nuestros propios instintos destructivos e impulsos, como la arrogancia, el carácter vengativo, la envidia, el egoísmo, la vanidad y los deseos carnales.
Aunque la persona que abandona la yihad menor es propensa a un empeoramiento espiritual, se puede recuperar. Todo en el universo elogia y glorifica a Allah con cada aliento y es en consecuencia, un signo de la Existencia y la Unidad de Allah. Una persona puede ser orientada al Camino Recto por uno de estos signos. Por esta razón, se dice que hay tantos caminos que conducen al Camino Recto de Allah como los alientos de todas Sus criaturas. Una persona que se aleja de la yihad menor es vulnerable a las debilidades mundanas. El orgullo, el amor por la comodidad y las facilidades puede atrapar a aquella persona. Así el Profeta, regresando a Medina después de una victoria, nos advirtió a través de sus Compañeros diciendo: “Volvemos de la yihad menor a la mayor”. Los Compañeros fueron muy valientes en los campos de batalla y tan sinceros y humildes como los derviches que rezan ante Allah. Aquellos guerreros victoriosos solían pasar la mayor parte de sus noches orando a Allah. Una vez, cuando la noche caía durante la batalla, dos de ellos se turnaron la guardia. Uno de ellos descansaba mientras el otro rezaba. Siendo conscientes de la situación, los enemigos le lanzaron flechas y el que rezaba fue alcanzado y sangró profusamente, pero no abandonó el salat. Cuando terminó su rezo, despertó a su amigo y éste le preguntó con asombro por qué no lo había despertado antes. Entonces él contestó: “Recitaba el Surat al-Kahf, y no deseé que se interrumpiera el estado de placer profundo en el que me encontraba”.[3]
Los Compañeros entraban en trance –como un estado de éxtasis– cuando rezaban y podían recitar el Corán como si se estuviera revelando directamente a ellos. Por eso, no sentían el dolor de las flechas que penetraban en sus cuerpos. La yihad, en todos sus aspectos encuentra una expresión completa en ellos.
El Profeta combinó estos dos aspectos de yihad –la menor y la mayor-del modo más perfecto en su propia persona. Él mostró un enorme coraje en los campos de batalla. Ali, uno de las figuras más valientes del Islam, confiesa que los Compañeros se refugiaron detrás del Profeta en los momentos más críticos de los enfrentamientos. Para dar un ejemplo, cuando el ejército Musulmán sufrió un revés y comenzó a dispersarse en la primera fase de la Batalla de Hunayn, el Profeta impulsó a su caballo hacia las líneas enemigas y gritó a sus soldados que se retiraban: “¡Soy un Profeta y no miento! ¡Soy el nieto de Abd al-Muttalib, y no falto a la verdad!”[4]
Las etapas de la yihad y sus principios generales. La primera Revelación al Mensajero fue la orden: ¡Lee! Esta orden, que vino justo cuando no había nada disponible para leer, significaba que los creyentes deberían usar sus facultades intelectuales y espirituales para discernir los actos de Allah en el universo y Sus leyes relacionadas con su creación y su obra. A través de este discernimiento, los creyentes procuran purificarse a si mismos y sus mentes de todas las supersticiones basadas en la ignorancia y adquieren así el conocimiento verdadero mediante la observación y la contemplación.
Nosotros no estamos compuestos sólo de nuestras mentes. Allah nos ha dotado con muchas facultades y cada una de ellas necesita ser satisfecha. Mientras están alimentando nuestras mentes con los signos Divinos en el universo, procuramos limpiar nuestros corazones del pecado. Vivimos una vida equilibrada conscientes de la supervisión Divina y continuamente buscamos Su perdón. De esta manera, finalmente vencemos nuestro deseo por las cosas prohibidas y con la oración, pedimos a Allah que nos sea posible hacer buenas acciones.
Así ¡Lee! significa acción. Para el Mensajero, que ya era absolutamente puro en espíritu y carente de superstición, esto significó que era el tiempo para comenzar su misión como Mensajero de Allah. Él debía recitar la Revelación en público y enseñar a la gente Sus signos. Haciendo eso, purificaba sus mentes de las supersticiones adoptadas en la Edad de la Ignorancia, al mismo tiempo que purificaba sus corazones del pecado. Él los iluminaba tanto intelectual como espiritualmente, instruyéndolos en el Libro Revelado de Allah –el Corán– y Su Libro Creado –el universo–:
Igualmente os hemos enviado un Mensajero que viene de vosotros mismos y que os recita Nuestros signos, os purifica, os enseña el Libro y la Sabiduría y os enseña lo que no sabíais (2:151).
Después de recibir esta primera revelación, el Mensajero volvió a casa con gran agitación. Dormía abrigado en una capa, envuelto por los sufrimientos de su gente y por la pesada responsabilidad, cuando Allah le ordenó:
¡Tú, que estás envuelto en un manto! ¡Permanece rezando toda la noche a excepción de un poco! La mitad o algo menos, o algo más. Y recita el Corán pausadamente porque vamos a depositar en ti palabras de importancia (73:1-5).
El corto período entre la primera revelación y la divulgación del Islam, marcado por versos tales como los mencionados anteriormente, fue una etapa preliminar para el Mensajero. Tuvo que prepararse para transmitir el Corán pasando varias noches de larga vigilia y recitando el Corán –con mesura–.[5]
Además de la transmisión del mensaje yihad, como es mencionado anteriormente, implica para los creyentes continuas luchas contra el ego carnal con el fin de formar un carácter espiritual genuino, un desbordamiento de la fe y una inflamación de amor. Estas dos dimensiones de yihad continúan hasta que el creyente muera –esfera individual– y hasta el Día del Juicio Final-esfera colectiva–. Por lo tanto, poco después de que este verso fuera revelado, el Mensajero recibió la siguiente revelación:
¡Tú, el envuelto en un manto! ¡Levántate y advierte! A tu Señor, ¡ensálzale! Tu ropa, ¡purifícala! La abominación, ¡huye de ella! ¡No des esperando ganancia alguna! Con la decisión de tu Señor, ¡sé paciente! (74:1-7)
Estas revelaciones ordenaron al Profeta comenzar a predicar el Islam. Primero comenzó con los miembros de su familia y los parientes más cercanos y después de esto le fue revelado: Advierte a los miembros más allegados de tu tribu (26:214), entonces él divulgó esta llamada a toda su tribu. En su inmediata predicación en público, se encontró con burla, amenazas, tortura, boicot, además de que le propusieron sobornos para que desistiera en su empeño.
En La Meca, el Mensajero nunca recurrió a la venganza. El Islam no vino para causar problemas ni disensiones, sino, en palabras de Amir ibn Rabi, vino para sacar a la gente de la oscura incredulidad a la luz de la creencia, liberarlos de servir a algo que no es dios de modo que ellos puedan servir a Un Allah Verdadero, y elevarlos de las profundidades de la Tierra a las alturas de Cielo.[6]
Como el Islam literalmente significa “paz, salvación, y sumisión”, obviamente vino para establecer la paz. Esto primero se establece en nuestras esferas interiores, de modo que estemos en paz con Allah y con el entorno natural y luego a lo largo del todo el mundo y el universo. Paz y orden son fundamentales en el Islam, que procura extenderse en una atmósfera pacífica personal y colectiva. Este se abstiene de recurrir a la fuerza tanto como les sea posible, nunca aprueba la injusticia y prohíbe el derramamiento de sangre:
Quien matara a una persona que no hubiera matado a nadie ni corrompido en la tierra, es como si hubiera asesinado a toda la Humanidad. Y quien salvara una vida, fuera como si hubiera salvado las vidas de toda la Humanidad (5:32).
Viniendo para erradicar la injusticia y la corrupción y “unificar” la Tierra con el Cielo en paz y armonía, el Islam llama a la gente con sabiduría y exhortación justa. Este no recurre a la fuerza hasta que los defensores de un corrompido orden, los cuales tienen sus raíces en la injusticia, la opresión, el interés propio, la explotación y usurpación de derechos del otro, procuren evitar su predicación mediante modos pacíficos y suprimirla. Sólo se permitiría la fuerza en los casos siguientes:
• Si los incrédulos, los politeístas o los que causan problemas y corrupción activamente se oponen a la predicación del Islam e impiden a otros escuchar su mensaje, el Islam tiene derecho a presentarse. Ya que es una religión Divina que procura asegurar el bienestar y la felicidad de los humanos en ambos mundos. Si no se permite esto, teóricamente, se dan tres alternativas a sus oponentes: aceptar el Islam, permitir su predicación mediante modos pacíficos o admitir su regla. En el caso de que ellos rechacen estas alternativas, se permite usar la fuerza.
Sin embargo, hay un punto importante que cabe mencionar. Para poder aplicar la fuerza, debe haber un estado islámico que fue permitido sólo después de que el Profeta emigró a Medina y estableció un estado independiente, ya que los musulmanes habían sido perjudicados. Los versículos revelados que dan este permiso explican la visión islámica sobre la guerra justa:
-Luchar- les está permitido a quienes son atacados, porque han sido tratados injustamente. Allah ciertamente es capaz de hacerles victoriosos. A quienes han sido expulsados injustamente de sus hogares, sólo por haber dicho: “Nuestro Señor es Allah”. Si Allah no se hubiera servido de unos hombres para combatir a otros, habrían sido destruidos ermitas, sinagogas, oratorios y mezquitas, donde se menciona en abundancia el nombre de Allah. Es cierto que Allah ayudará a quien Le ayude. Verdaderamente Allah es Fuerte y Poderoso. Esos que si les damos poder en la tierra establecen el salat, entregan el zakat y ordenan lo reconocido y prohíben lo reprobable. Y a Allah pertenece el resultado de los acontecimientos (22:39-41).
Se entiende claramente de estos versos y de la historia que el Islam recurre a la fuerza sólo para defenderse y establecer la libertad de creencia. Bajo las normas musulmanas, los cristianos, los judíos, los seguidores de la doctrina de Zoroastro, los hindúes y los seguidores de otras religiones son libres de practicar su religión. Incluso muchos historiadores y escritores occidentales han estado de acuerdo en afirmar que los cristianos y los judíos experimentaron el período más próspero y feliz de su historia gobernados por estados musulmanes.
• El Islam, que es la religión verdadera revelada por Allah, nunca aprueba la injusticia. Como está declarado en el versículo siguiente: Hemos escrito en los Salmos, después de la Torá, que la tierra la heredarán Mis siervos justos (21:105), los siervos honrados de Allah deben someter la Tierra a Su regla, que depende de la justicia absoluta y la adoración al Allah Único. Les obligan también a esforzarse hasta que se termine la persecución, así como cualquier adoración y obediencia a las falsas deidades y los tiranos injustos. Así los musulmanes deben luchar por el débil y el oprimido:
Y cómo es que no combatís en el camino de Allah, mientras esos hombres, mujeres y niños oprimidos, dicen: ¡Señor Nuestro! Sácanos de esta ciudad (La Meca) cuyas gentes son injustas y danos, procedente de Ti, un protector y un auxiliador (4:75).
Algunas normas. Cuando los creyentes no pueden transgredir los límites de Allah, deben observar Sus reglas relacionadas con la lucha. Unas son deducidas directamente del Corán y de la Sunna, y son las siguientes:
• Un creyente es aquel de quien Allah ha comprado su vida y riqueza a cambio del Paraíso (9:111). Ellos se dedican solamente a Su causa y buscan sólo Su resignación. Por lo tanto quienes luchan por otras causas (p.ej. fama, riqueza, las consideraciones raciales o ideológicas) son excluidos de la complacencia de Allah.
• Combatid por Allah contra quienes combatan contra vosotros, pero no os excedáis. Allah no ama a los que se exceden (2:190) Los creyentes no deben luchar contra los grupos neutrales y deben rechazar a su vez métodos poco escrupulosos o matanzas indiscriminadas y pillajes que caracterizan todas las guerras emprendidas por los no musulmanes. Los excesos aludidos consisten en luchar contra mujeres y niños, viejos y heridos, mutilar los cadáveres enemigos, destruir los campos y los ganados y otros actos de injusticia y brutalidad. La fuerza debe ser usada sólo cuando es inevitable y estrictamente necesario.
• Cuando los enfrentamientos no pueden ser evitados, el Corán dice a los creyentes que no lo eviten. Más bien, ellos deben prepararse, tanto moral como espiritualmente y tomar medidas de precaución que son las siguientes:
- Luchar por este grado espiritual cuando veinte musulmanes vencen a doscientos enemigos:
¡Profeta! Anima a los creyentes para que luchen. Si hay veinte de vosotros constantes podrán vencer a doscientos; y cien, vencerán a mil de los que no creen; porque ellos son gente que no comprende (8:65).

Cuando los que iban a encontrar a su Señor dijeron: “Cuantas veces una tropa pequeña ha vencido al enemigo poderoso con el permiso de Allah. Allah está con los pacientes” (2:249).
Para alcanzar este rango, los musulmanes deben tener una creencia firme y confiar en Allah y evitar todos los pecados tanto como les sea posible. La creencia y la piedad o la honradez son dos armas irrompibles, dos fuentes de inagotable poder: ¡No os desaniméis ni estéis tristes, ya que seréis vosotros quienes ganen! Si es que sois creyentes verdaderos (3:139), y La sucesión es para la gente recta (7:128).
- Además de la fuerza moral, los creyentes deben equiparse con las últimas tecnologías. La fuerza es vital para la obtención del resultado deseado, por lo que los creyentes no pueden ignorarla. Más bien, ellos deben avanzar en ciencia y tecnología más que los incrédulos de modo que éstos no puedan usar su superioridad para su propio beneficio egoísta. Como el Islam establece “la razón es poder”, los creyentes deben ser capaces de impedir a los incrédulos y los opresores mostrar que “el poder es razón”:
¡Preparad contra ellos toda la fuerza, toda la caballería que podáis para amedrentar al enemigo de Allah y vuestro y a otros además de ellos, que no conocéis pero que Allah conoce! Cualquier cosa que dediquéis por la causa de Allah os será devuelta, sin que seáis tratados injustamente (8:60).
Un estado islámico debería ser bastante poderoso para disuadir los ataques de incrédulos y opresores, así como sus proyectos de sujetar a la gente más débil. Debería ser capaz de asegurar la paz y la justicia, e impedir a cualquier otro poder causar el más mínimo problema o promover la corrupción. Esto será posible cuando los musulmanes se equipen con una creencia fuerte y con honradez además de con el conocimiento científico y la tecnología más avanzada. Deben combinar la ciencia y la tecnología con la fe y una moral correcta, para luego usar esta fuerza por el bien de la humanidad.
La creencia en Allah requiere servir a la gente. Una creencia mayor significa una preocupación mayor por el bienestar de los creados. Cuando los musulmanes alcanzan este nivel, Allah no permitirá que los incrédulos derroten a los creyentes (4:141). De otro modo sucederá lo que predijo el Profeta: “(Las fuerzas de los incrédulos) se unirán para hacer un ataque coordinado sobre vosotros. Arrebatarán el bocado de sus bocas y harán pillaje de vuestra mesa”.[7]
- Cuando el enfrentamiento es necesario, los musulmanes tienen la obligación de participar, porque:
¡Vosotros que creéis! ¿Qué os pasa que cuando se os dice: Salid a luchar en el camino de Allah, os aferráis a la tierra? ¿Acaso os complace más la vida de este mundo que la del Más Allá? El disfrute de la vida terrenal es poca cosa en comparación con la del Más Allá. Si no salís a luchar, Él os castigará con un doloroso castigo y os reemplazará por otros, sin que Le perjudiquéis en nada. Allah tiene poder sobre todas las cosas (9-38-39).
Es verdad que Allah ama a los que combaten en Su camino en columnas, como si fueran un sólido edificio (61:4).
¡Vosotros que creéis! ¿Queréis que os muestre el modo de salvaros de un castigo doloroso? Creed en Allah y en Su Mensajero y luchad por la causa de Allah con vuestras vidas y bienes. Eso es lo mejor para vosotros, si queréis saberlo. Él os perdonará vuestras faltas y os hará entrar en jardines por cuyo suelo corren los ríos y en las estancias de los jardines del “Edén”. Y ese es el gran triunfo. Y otras cosas que amáis: Una ayuda de Allah y una próxima victoria. Anunciad las buenas nuevas a los creyentes (61:10-13).
- Una comunidad está estructurada y funciona como un ser vivo, ya que eso exige una “cabeza” que tenga “intelecto”. Por lo tanto, la obediencia a la cabeza es vital para la prosperidad comunal. Cuando el Mensajero se alzó en Arabia, la gente se parecía a las cuentas dispersadas de un rosario roto y no era consciente de la necesidad de la obediencia y las ventajas de la vida colectiva. El Mensajero inculcó en ellos el sentimiento de obediencia a Allah, Su Mensajero y sus superiores, y usó el Islam como una cuerda irrompible para unirlos:
¡Vosotros que creéis! Obedeced a Allah, obedeced al Mensajero y a aquéllos de vosotros que tengan autoridad. Y si disputáis sobre algo, remitidlo a Allah y al Mensajero, si creéis en Allah y en el Último Día. Esto es preferible y tiene mejor resultado (4:59).¡Vosotros que creéis! Cuando tengáis algún encuentro con una tropa, sed firmes y recordad mucho a Allah para que así podáis tener éxito. Y obedeced a Allah y a Su Mensajero y no peleéis entre vosotros, porque si lo hicierais, os acobardaríais y perderíais vuestro ímpetu. Y tened paciencia, pues ciertamente Allah está con los pacientes (8:45-46).
La conciencia de obediencia de los Compañeros hizo posibles muchas cosas que previamente se veían imposibles. Por ejemplo, cuando el Profeta designó al hijo de 18 años de su esclavo negro emancipado como comandante de un ejército que contenía a muchos individuos respetados, entre ellos Abu Bakr, Omar y Osman, ningún Compañero se opuso.[8] En otro ejemplo, durante una expedición militar el comandante ordenó a sus soldados lanzarse al fuego. A pesar de que eso no fuera una orden islámica, unos trataron de obedecerlo. Sin embargo, los otros les impidieron suicidarse y los persuadieron a que preguntaran al Mensajero si ellos tenían que obedecer tales órdenes no islámicas[9]. Aunque es ilícito obedecer las órdenes pecadoras, la obediencia a la ley es sumamente importante para la vida colectiva de una comunidad, especialmente si se quiere ganar una guerra.
- Los creyentes deben ser firmes y no abandonar el campo de batalla:
¡Vosotros que creéis! Cuando encontréis a los que no creen en formación de batalla, no les deis la espalda. Y quien les dé la espalda ese día, a no ser que sea para cambiar de puesto de combate o para unirse a otra tropa, volverá con el enojo de Allah y su refugio será el Infierno. ¡Que mal retorno! (8:15-16)
Abandonar el campo de batalla es uno de los siete pecados más grandes, porque causa un desorden en las filas y desmoraliza a los demás. Su creencia en Allah y en el Más Allá no pueden ser firmes, porque sus acciones demuestran que ellos prefieren esta vida a la otra.
En la batalla de Yarmuk (636), lucharon veinte mil valientes musulmanes y derrotaron a doscientos mil bizantinos.[10] Qabbas ibn Ashyam, uno de los héroes, se dio cuenta de que había perdido una pierna (al mediodía) después de desmontarse de su caballo horas más tarde. Después su nieto se presentó al Califa Omar ibn Abd al-Aziz diciendo: “¡Oh Califa, yo soy el nieto de aquel que perdió su pierna al mediodía y se dio cuenta de ello hacia la noche!”
Durante la batalla de Muta (629), el ejército musulmán se componía de tres mil soldados; mientras que las fuerzas bizantinas tenían unos cien mil soldados. Los musulmanes lucharon heroicamente y los dos ejércitos se batieron en retirada al mismo tiempo. Aún así, los musulmanes se consideraron huidos del campo de batalla y les daba vergüenza ver al Profeta. Sin embargo, él les dio la bienvenida y los consoló: “Vosotros no huisteis; os retirasteis para uniros a mi. Después de armaros de valor vais a luchar de nuevo contra ellos”.[11] Y sucedió exactamente lo que él había dicho, porque justo antes de su muerte el ejército musulmán invadió el sur de Siria; y dos años más tarde, los musulmanes les dieron un golpe mortal a los bizantinos en Yarmuk.

[1] Ajluni, Kashf al-Jafa, 1:424.
[2] Imán Rabbani, Ahmad Faruq al-Sarhandi, Maktubat, 1:57.
[3] Ibn Hanbal, Musnad, 3:344; 359.
[4] Bujari, “Yihad” 52, 61, 67.
[5] Como es conocido, las vigilias de noche son tiempos cuando la impresión y la recitación son más penetrantes.
[6] El enviado musulmán que visitó al comandante persa durante la guerra de Qaisiya. Esto ocurrió en 637 (d.C.) durante el califato de Omar.
[7] Abu Dawud, “Malahim” 5; Ibn Hanbal, 5:278.
[8] Muslim, “Fadail al-Sahaba,” 63; Ibn Kazir, Al-Bidaya, 6:336.
[9] Muslim, “Imara” 39; Ibn Maja, “Yihad” 40.
[10] Esta batalla tuvo lugar durante el califato de Abu Bakr.
[11] Abu Dawud, “Yihad” 96; Tirmizi, “Yihad” 36; Ibn Hanbal, 2:70,86.

Las tempranas expediciones militares

con la llegada del Profeta a Medina, la lucha entre el Islam y la incredulidad entró en una nueva fase. En La Meca el Profeta se dedicó casi en exclusiva a exponer los principios básicos del Islam y a la educación moral y espiritual de sus Compañeros. Sin embargo, después de la Hégira (622), nuevos musulmanes que pertenecían a diferentes tribus y regiones empezaron a reunirse en Medina. Aunque los musulmanes sólo poseían un pequeño pedazo de tierra, los Coraichíes se aliaron con el mayor número de tribus posibles para exterminarlos.
En estas circunstancias, el éxito de la pequeña comunidad musulmana sin mencionar su supervivencia futura dependía de varios factores. Eran los siguientes según su orden importancia:
• Difundir el Islam de manera eficiente y efectiva para convertir a los otros.
• Demostrar la falsedad de los no creyentes de un modo tan convincente que nadie pueda dudar de la verdad del Islam.
• Enfrentarse con paciencia y fortaleza al exilio, la hostilidad y la oposición penetrante, las dificultades económicas, el hambre, la inseguridad y los peligros.
• Recuperar sus bienes usurpados por los habitantes de La Meca después de la Hégira.
• Resistir, con coraje y armas, cualquier ataque lanzado para frustrar su movimiento. Y al resistir, ignorar a la superioridad numérica o material del enemigo.
Además de las amenazas de La Meca y sus aliadas, la joven comunidad tenía que enfrentarse a tres tribus judías de Medina que controlaban su vida económica. Aunque ellos esperaban a un Profeta, se opusieron al Mensajero porque él no era judío. Una de las primeras cosas que hizo el Mensajero en Medina fue firmar un pacto con los judíos.[1] A pesar de ello, los judíos siguieron guardándole rencor al Mensajero y conspiraron contra él y el Islam. Por ejemplo, el famoso poeta judío Kab ibn Ashraf escribió poemas satirizando al Mensajero e instigando a sus enemigos.
En Medina, empezó a surgir otro problema: la hipocresía. Los hipócritas se pueden dividir en cuatro amplios grupos como los siguientes:
• Aquellos que no creen en el Islam pero entran en la comunidad musulmana para causar problemas entre ellos.
• Aquellos que comprendieron la realidad política de ese momento histórico se convirtieron porque vieron mucha ventaja en ello. Sin embargo, mantuvieron el contacto con las fuerzas anti islámicas con la esperanza de beneficiarse de los contactos con ambas partes y así no ser dañados.
• Aquellos que todavía no habían cambiado su mentalidad pero parecían haber sido convertidos porque los que estaban a su alrededor lo hacían.
• Aquellos que aceptaron el Islam como la verdadera religión pero encontraron difícil abandonar su modo de vida heredado, sus supersticiones y costumbres, además de practicar la auto disciplina exigida por el Islam.
Las expediciones militares. En estas circunstancias severas, el Mensajero decidió enviar expediciones militares al corazón del desierto. Tenía varios objetivos en mente, algunos de ellos eran los siguientes:
• Los no creyentes intentaron apagar la luz de Allah con lo que sale de sus bocas, pero Allah siempre hace culminar Su luz por mucho que les pese a los incrédulos (61:8). El Mensajero quería demostrar que los incrédulos no podrían exterminar el Islam, y demostrar que el Islam no podría ser ignorado.
• La Meca disfrutaba de una posición central en Arabia. Como el más formidable poder de la península, el resto de las tribus sentían algún tipo de apetencia por ella. Enviando expediciones militares a las zonas vecinas, el Mensajero quiso demostrar el Poder del Islam y romper el dominio de los Coraichíes. A lo largo de la historia, el concepto de “el poder es razón” siempre ha sido una norma, porque “la razón es poder” está considerado un concepto muy débil para gobernar. En Arabia, el Coraich tenía poder y riqueza y por eso las tribus vecinas le obedecían. El Islam vino para hacer prevalecer la justicia y por eso el Mensajero tuvo que romper la adhesión con La Meca.
• Su misión no estaba limitada a un período fijo o a una nación, porque él fue enviado como misericordia para todos. Así que estaba encargado de transmitir el Islam lo máximo posible. Para conseguirlo tenía que saber qué estaba pasando en la península. Estas expediciones les sirvieron de vanguardias que le suministraban la información necesaria para pavimentar la manera de predicar el Islam.
• Una de las formas más efectivas de aplastar a tus enemigos es llevarles a realizar acciones prematuras, no premeditadas porque esto te permite llevar la iniciativa. El Mensajero seguramente estaba informado de los contactos de los Coraichíes con Abdallah ibn Ubayy ibn Salul, el líder de los hipócritas de Medina. Y también estaba atento a sus posibles ataques sobre Medina. Después de la entrada de una fuerza militar de los Coraichíes en Medina y su vuelta a La Meca con su botín, el Mensajero envió expediciones militares para alentar al Coraich a actuar sin pensar. Entonces podría frustrar sus complots.
• El Coraich vivía del comercio con los mercados internacionales en Siria y Yemen, y por eso tenía que proteger sus rutas comerciales. Pero como ahora los musulmanes estaban en Medina, estas rutas podrían estar amenazadas. Mientras fortalecía su posición, el Profeta también mandaba expediciones militares para paralizar las esperanzas del Coraich y los planes de derrotarlo.
• Los preceptos del Islam tratan garantizar la seguridad de la vida y la propiedad, la castidad y la creencia, además de la salud mental, espiritual y física. De acuerdo a estos preceptos están prohibidos el asesinato y el robo, el asalto y el saqueo, la usurpación y el interés (o usura), juegos de azar, alcohol, ilícitas relaciones sexuales, anarquía y propagación de ateísmo.
La palabra árabe iman que se usa para creencia significa ofrecer seguridad. Así, un mumin (creyente) nunca engaña, no miente, no rompe su promesa ni defrauda la confianza. Los creyentes no se ganan la vida mediante el robo, la usurpación o las transacciones basadas en el interés. Además, intentan no hacerle daño a nadie, porque ellos creen que matar a una persona es como matar a toda la humanidad.
Cuando el Mensajero fue elevado a Profeta, en Arabia no había seguridad ciudadana, ni de la propiedad, ni de la castidad, ni siquiera de la salud y de la creencia. Uno de sus deberes era establecer una seguridad absoluta en todos los aspectos de la vida. Una vez le dijo a Adiy ibn Jatam: “Llegará un día en el que una mujer viajará montada en una litera, desde Hira hasta La Meca y no temerá nada más excepto que a Allah y a los lobos”.[2] Enviando expediciones militares, el Mensajero pretendía establecer seguridad allí donde se la necesitaba y demostrar a todo el mundo que sólo el Islam podría ofrecerles seguridad.
Las expediciones. La primera expedición, dirigida por Hamza, después de la Hégira fue enviada hacia Sif al-Bahr. Llegó justo cuando una caravana comercial de los Coraichíes estaba regresando de Damasco. El Coraich había usurpado todos los bienes de los Emigrantes e hicieron comercio con ellos en Damasco. El Mensajero hizo uso de esta situación para demostrar el poder musulmán y amenazar directamente al bienestar de la economía de los Coraichíes. No hubo ningún conflicto en este primer enfrentamiento pero las tribus del desierto que presenciaron este incidente se predispusieron a reconocer otra fuente de poder en la península.
A esta expedición la siguió otra dirigida por Ubayda ibn Hariz. Con el mismo motivo en mente, Ubayda fue hasta Rabigh, un valle situado en el camino hacia La Meca. Los sesenta soldados de caballería musulmanes se encontraron con una fuerza Coraichí de doscientos hombres armados. Hubo un intercambio de flechas y al final las fuerzas de La Meca se retiraron hacia su ciudad.[3]
Las expediciones militares, algunas dirigidas por el mismo Profeta, eran continuas unas a otras. En las dos expediciones dirigidas por él, el Mensajero fue a Abwa y Buwat con la intención de amenazar las caravanas comerciales de los Coraichíes e intimidarlos.[4] En Abwa, hizo un tratado con la tribu Banu Damra: ninguno de los dos bandos podrían atacarse el uno al otro, y Banu Damra no podría ayudar a los enemigos de los musulmanes.
Poco antes de la Batalla de Badr (624), el Mensajero envió una expedición formada por diez personas, dirigida por Abdallah ibn Yash, a Najla, ubicada cerca de La Meca en el camino hacia Taif. El Mensajero les dijo que siguieran los movimientos de los Coraichíes y reunieran información sobre sus planes. Mientras ellos estaban en Najla, una caravana de comercio de los Coraichíes que venía de Taif se detuvo allí. Sucedió algo de forma inesperada y los musulmanes mataron a un hombre de La Meca y capturaron al resto (salvo uno) y sus pertenencias. Estos fueron llevados a Medina.
Esto ocurrió hacia el final de Rayab y el principio de Shaban. Por eso, no se sabía con certeza si se había violado la santidad del Rayab, uno de los cuatro meses sagrados. Los Coraichíes, los judíos con los cuales se aliaron en secreto y los Hipócritas, aprovecharon muy bien esta posible trasgresión en su campaña de propaganda anti-musulmana. Dijeron que los musulmanes derramaron sangre en un mes sagrado cuando hacerlo estaba prohibido.
Como el suceso había tenido lugar sin su permiso, el Mensajero les explicó a los participantes de este que él no les había ordenado luchar. Los otros musulmanes también los reprocharon. Sin embargo, una Revelación les consoló teniendo en cuenta su pura intención con la esperanza de ganar la misericordia de Allah:
Te preguntan si se puede combatir durante los meses inviolables. Di: Hacerlo es grave, pero es aún más grave para Allah, que se aparte a la gente de Su camino, que no se crea en Él, (que se impida el acceso a) la Mezquita Inviolable y que se expulse a los que están en ella. La oposición a la creencia es más grave que matar. Si pueden, no dejarán de haceros la guerra hasta conseguir que reneguéis de vuestra Práctica de Adoración. Pero quien de vosotros reniegue de su Práctica de Adoración y muera siendo incrédulo... Esos habrán hecho inútiles sus acciones en esta vida y en la otra, y serán los compañeros del Fuego en el que serán inmortales. Los que creen, emigran y luchan en el camino de Allah, esperan la misericordia de Allah. Allah es Perdonador y Compasivo[5] (2:217-18).
Estos versículos contestaron las objeciones de las fuerzas anti-musulmanas. En resumen, combatir durante los meses sagrados es un acto perverso. Sin embargo, aquellos que habían sometido a los musulmanes a un continuo e indescriptible mal durante trece años sólo por el mero hecho de que ellos creían en un único Allah no tenían derecho o justificación alguna para reprochar de esta manera a los musulmanes. No sólo alejaron a los musulmanes de sus casas sino también ubicaron la Mezquita Sagrada más allá de su alcance, un castigo nunca visto en los dos mil años la historia conocida de la Kaba. Con tales antecedentes, ¿quiénes fueron aquellos que levantaron fuertes protestas por un pequeño incidente, concretamente uno que tuvo lugar sin la autorización del Profeta?

[1] Los historiadores modernos como Muhammad Hamidullah tienden a considerarlo como la primera constitución en la historia del Islam.
[2] Bujari, “Manaqib,” 25.
[3] Ibn Hisham, Sira, 2:241; Ibn Sad, Tabaqat, 2:7.
[4] Ibn Hisham, 2:241,248.[5] Ibn Hisham, 2:252.

Su elección de gente competente

El Mensajero encargó a musulmanes prometedores y competentes los trabajos en los cuales eran los más capacitados. No sintió la necesidad de cambiar ningún nombramiento, ya que la persona nombrada probaba por su propia rectitud y competencia ser la elección apropiada.
El período mecano del Islam fue grabado en la memoria de la comunidad musulmana como un período de persecución y tortura insoportable. El abuso no sólo le era impuesto a los musulmanes pobres y desprotegidos (como Ammar, Bilal y Shuhayb), sino también a miembros poderosos musulmanes pertenecientes a la élite coraichí (como Abu Bakr y Omar).[1] A fin de proteger a sus seguidores, el Profeta permitió a los pobres y desamparados que emigrasen a Abisinia. Pero mantuvo a los poderosos (como Ali, Zubayr, Abu Bakr, Omar y Sad ibn Abi Waqqas) en La Meca, ya que el Islam necesitaba su apoyo para expandirse e implantarse en esta ciudad sagrada. Esos musulmanes poderosos siguieron ocupando los puestos administrativos más altos del estado musulmán.
Abu Zarr era un beduino pobre, franco y recto que nunca reprimió su fe y sentimientos. Cuando escuchó que Muhammad se declaró Profeta, fue a La Meca y se convirtió. El Mensajero solía predicar el Islam de modo secreto en los momentos iniciales de su Profecía. Abu Zarr era muy piadoso y austero. No obstante, como la administración pública precisa de requisitos especiales, el Profeta no aceptó su solicitud para un puesto administrativo, y dijo: “No puedes dirigir los asuntos de la gente. No pidas dichos trabajos, ya que no se los asignamos a quienes los piden”.[2]
El Mensajero rechazó a Abu Zarr, pero consideró a Abu Bakr, Omar y Osman como posibles califas. Tomando las manos de Abu Bakr y de Omar, dijo: “Tengo cuatro visires, dos en los cielos y dos en la Tierra. Los de los cielos son Gabriel y Miguel; y para este mundo son Abu Bakr y Omar”.[3] Respecto al califato de Osman, dijo: “Será una prueba para él”.[4]

[1] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 3:40-1, 102-3; Ibn Hisham, Sira, 1:234.
[2] Muslim, “‘Imara,” 16-17.
[3] Muttaqi al-Hindi, Kanz al-‘Ummal, 11:563, 13:15.
[4] Bujari, “Fadail al-Ashab,” 5:7; Muslim, “Fadail al-Sahaba,” 29.

Conocía a su gente

El Mensajero conocía a su gente más de lo que ellos se conocían a sí mismos. Igual que Abu Dahrr, Amr ibn Abaza era un beduino. Llegó a La Meca y, al conocer al Mensajero, le preguntó de forma descortés: “¿Qué eres tú?”. El Mensajero respondió dulcemente: “Un Profeta de Allah”. Dicha dulzura le hizo a Amr arrodillarse y declarar: “Te seguiré de ahora en adelante, Mensajero”. El Mensajero no quiso que Amr permaneciese en La Meca, ya que no podría soportar los tormentos que se infligían a los creyentes. Por lo que le dijo: “Regresa a tu tribu y predica el Islam entre ellos. Cuando oigas que me he hecho con la victoria, regresa y únete a nosotros”.
Años más tarde, Amr fue a la mezquita de Medina y preguntó: “¿Me reconoces, Mensajero?”. El Mensajero, que tenía una memoria extraordinariamente poderosa (que era otra de las dimensiones de la Profecía), le respondió inmediatamente: “¿No eres tú el que vino a mí en La Meca? Te mandé de regreso a tu tribu y te dije que te unieses a nosotros cuando oyeses que yo había vencido”.[1]
He mencionado con anterioridad el caso de Yulaybib.[2] Tras esta lección moral, Yulaybib se convirtió en un joven casto y honesto. Tras solicitarlo el Mensajero, una noble familia le dio su hija en matrimonio a Yulaybib. Poco después, Yulaybib participó en una batalla y tras matar a siete soldados enemigos murió martirizado. Cuando su cadáver fue llevado al Mensajero, éste puso su cabeza en las rodillas de Yulaybib y dijo: “¡Oh Allah! Él es de mí y yo soy de él”.[3] Había descubierto la virtud esencial de Yulaybib y había predicho su futuro servicio al Islam.
La conquista de Jaibar permitió al Mensajero demostrar su habilidad única para reconocer los potenciales, habilidades y defectos de cada musulmán. Cuando el asedio se prolongó, declaró: “Mañana, entregaré el estandarte a alguien que ama a Allah y a Su Mensajero y que es amado por ellos”.[4] Esto era un gran honor, y todos los Compañeros lo deseaban con sinceridad. Se lo dio a Ali a pesar de su juventud, debido a sus grandes dotes militares y de liderazgo. Éste, tomando el estandarte, conquistó el formidable bastión de Jaibar.
A quien el Mensajero le encomendaba una labor, la realizaba con éxito. Por ejemplo, describió a Jalid ibn Walid como “una espada de Allah”.[5] Jalid nunca fue derrotado. Al lado de grandes soldados e invencibles generales como Qa‘qaA, Hamza y Sad, el Mensajero nombró a Usama ibn Zaid general de un gran ejército en el que figuraban musulmanes tan destacados como Abu Bakr, Omar, Osman, Talha y Sad ibn Abi Waqqas. Usama tenía aproximadamente 17 años y era el hijo de Zaid, el esclavo negro emancipado del Mensajero. Su padre dirigió el ejército musulmán en Muta contra los bizantinos muriendo como un mártir.
El Mensajero tenía 25 años cuando se casó con Jadiya bint Juwailid, una viuda 15 años mayor que él. No se volvió a casar con otra mujer hasta la muerte de ésta en el décimo año de su Profecía. Todos los matrimonios que contrajo después de que cumpliera 53 años estuvieron directamente relacionados con su misión. Una razón importante para esto es que cada esposa tenía un carácter y temperamento diferentes, por lo que así podían transmitir a otras mujeres musulmanas las reglas del Islam que incumbían a las mismas. Cada una de ellas era guía y maestra para las demás. Incluso personalidades de posteriores generaciones tan importantes como Masruq, Tawus ibn Kaysan y Ata ibn Rabah se beneficiaron considerablemente de las mismas. La ciencia del hadiz está especialmente en deuda con Aisha, la cual transmitió más de cinco mil tradiciones del Mensajero y fue una gran jurista.
Posteriores eventos probaron lo sabias y acertadas que fueron las elecciones del Mensajero, no sólo en materia de matrimonio.

[1] Muslim, “Musafirin” 294; Ibn Hanbal, Musnad, 4:112.
[2] Su historia, que aparece en el volumen 1, es como sigue: Un día, Yulaybib le pidió al Mensajero permiso para fornicar, ya que no podía contenerse. Los que estaban presentes reaccionaron de distinta manera. Unos se mofaron de él, otros le tiraron de la ropa y otros incluso se dispusieron a pegarle. Pero el compasivo Profeta hizo que se acercase y empezó a hablar con él: “¿Le dejarías a alguien que le hiciese eso a tu madre?”. A lo que el joven respondió: “Que mi madre y mi padre sean tu rescate, Mensajero, eso no lo acepto”. El Profeta dijo: “Naturalmente, nadie acepta que su madre participe en un acto tan vergonzoso”. Continuó preguntándole a Yulaybib la misma pregunta, sustituyendo hija, esposa, hermana y tía por madre. Cada vez, Yulaybib respondía que no aceptaba dicho acto. Al final de la conversación, Yulaybib había perdido las ganas de fornicar. El Mensajero concluyó su “operación espiritual” poniendo su mano en el pecho de Yulaybib y rogando así: “Señor, perdónale, purifica su corazón y preserva su castidad”.
[3] Muslim, “Fadail al-Sahaba,” 131.
[4] Bujari, “Fadail al-Ashab,” 9; Muslim, “Fadail al-Sahaba,” 34.
[5] Bujari, “Fadail al-Ashab,” 25.

Su sabiduría

Los líderes se ganan el amor y la confianza de su gente y son seguidos por ellos en proporción a la habilidad que tengan para resolver sus problemas. Estos problemas pueden ser personales o públicos, relacionados con la vida privada de los individuos y con los asuntos sociales, económicos y políticos de la comunidad.
Algunos líderes recurren a la fuerza y el terror, o a sanciones y castigos (exilio, prisión, pérdida de derechos del ciudadano), a la tortura o al espionaje de los asuntos privados a fin de solucionar sus problemas. Sin embargo, dichas soluciones sólo tienen beneficios a corto plazo. Es más, crean un círculo vicioso en el cual cuanto más lucha la gente para solucionar sus problemas mediante dichos métodos, más se enredan en los mismos.
El Mensajero resolvía todos los problemas de un modo tan hábil y fácil que nadie le desafiaba. A pesar de que su gente era pendenciera por naturaleza, ignorante, salvaje y rebelde, les transmitió un mensaje tan trascendental que Si le hubiéramos hecho descender este Corán a una montaña, la habrías visto humillada y partida en dos, por temor a Allah (59:21). Les transformó en una armoniosa comunidad de paz, felicidad, conocimiento y buena conducta. Reflexiona de cerca sobre las utopías imaginadas en Occidente, tal y como La República (Platón), Utopía (Thomas Moore) y Civitas Solis (T. Campanella), y verás que, en esencia, soñaban con la Medina de los tiempos del Profeta Muhammad. La humanidad nunca ha presenciado algo que pudiese igualarse a dicha sociedad.
En el primer volumen, describimos cómo él evitó una inminente guerra de clanes entre los Coraich mientras se reparaba la Kaba,[1] y cómo evitó un posible desastre tras la batalla de Hunayn[2]. Además, resolvió hábilmente un conflicto inminente entre los Ayudantes y los Emigrantes mientras regresaba de luchar contra la tribu Banu Mustaliq. Cuando casi se desencadena un conflicto interno al detenerse el ejército cerca de un pozo, el Mensajero dio la orden inmediata de marchar.

[1] Cada clan reclamaba el honor de reinsertar la sagrada Piedra Negra en su lugar. Habiéndole solicitado la tribu que resolviese ese problema, el futuro Profeta del Islam extendió su manto en una pieza de tela sobre la tierra y, poniendo la Piedra Negra sobre el mismo, invitó a los jefes de los cuatro clanes principales encargados de reparar la Kaba a que cada uno tomase un extremo de dicha tela. Cuando elevaron la Piedra Negra al punto donde debía ser insertada, la tomó y la introdujo firmemente en su ubicación.
[2] Bujari, “Manaqib al-Ansar” 3; Ibn Kazir, 3:279.

La fusión de dos comunidades diferentes

La Hégira a Medina marca un momento decisivo para el Profeta Muhammad y para el Islam. Creencia, Hégira y lucha sagrada son tres pilares de una verdad única y sagrada; tres surtidores de una fuente de donde mana el agua de la vida para los soldados de la verdad. Tras beber, transmiten el mensaje sin desfallecer. Y cuando la oposición no se puede superar, empiezan en una nueva tierra sin importarles sus hogares, propiedades o familias. La Hégira del Profeta fue tan importante y santificada que los virtuosos que le rodeaban fueron alabados por Allah siendo conocidos como los Emigrantes (Muhayirun). Los que les dieron tan calurosa bienvenida a Medina se les conoce como los Ayudantes (Ansar). El calendario musulmán comienza con este evento.
A pesar de su trascendencia, la Hégira es una ardua tarea. Cuando los musulmanes se establecieron en Medina tras años de persecuciones, carecían de todo. Unos eran extremadamente pobres y otros, que se habían ganado la vida comerciando, carecían de capital. Los musulmanes de Medina eran sobre todo agricultores, y la vida comercial de la ciudad estaba controlada por los judíos.
Otro serio problema era que justo antes de la llegada del Mensajero, los medineses habían decidido hacer a Abdallah ibn Ubayy ibn Salul su jefe. Estos planes se abandonaron, lo cual hizo de él un duro enemigo e importante adversario del Mensajero. Los politeístas mecanos aún deseaban vencer al Profeta, por lo que trabajaron con él para lograr su propósito. Les dijo: “No os preocupéis si difunde el Islam aquí. El principal peligro es que se pueda aliar con los cristianos y judíos contra el paganismo. Esa es la verdadera amenaza”.
Tras establecerse en Medina, el Mensajero ayudó a su gente a construir una mezquita. La importancia de la mezquita para la vida colectiva de la comunidad musulmana es incuestionable. Se encontraban ahí cinco veces al día ante Allah, su Señor, Creador y Sustentador, aumentado su fe y sumisión a Él, al Profeta y al Islam, y reforzando su solidaridad. Especialmente durante los primeros siglos del Islam, las mezquitas funcionaron como lugares de adoración y centros de aprendizaje. La Mezquita del Profeta en Medina era también un centro de gobierno, en tiempos del Profeta y de sus sucesores políticos inmediatos.
Inmediatamente tras haberse establecido en Medina, el Mensajero estableció lazos de hermandad entre los musulmanes, especialmente entre los Emigrantes y los Ayudantes. Sus lazos de amistad se estrecharon. Por ejemplo, Sad ibn Rabi llevó a su “hermano” Emigrante Abd al-Rahman ibn Awf a su casa y le dijo: “Hermano, has dejado todo en La Meca. Esta casa, con todo lo que contiene nos pertenece. No tienes aquí una esposa; yo tengo dos. Divorciaré a la que tu quieras para que te cases con ella”. Abd al Rahman le respondió con lágrimas en los ojos: “¡Hermano, que Allah te bendiga con tu esposa! Por favor, enséñame el mercado de la ciudad para que pueda hacer algunos negocios”.[1]
Esta hermandad era tan profunda, sincera y fuerte que los Ayudantes llegaban a compartir todo con los Emigrantes. Esto duró durante un tiempo. Cuando los Emigrantes se acostumbraron al nuevo entorno, le pidieron al Mensajero:
Oh, Mensajero de Allah. Hemos emigrado a esta tierra sólo por la causa de Allah. Pero nuestros hermanos Ayudantes son tan buenos con nosotros que tememos consumir en esta vida la recompensa de nuestros buenos actos que esperamos obtener en el Más Allá. Y también nos sentimos muy endeudados con ellos. Por favor, pídeles que nos dejen ganarnos la vida nosotros mismos.
El Mensajero mandó llamar a los Ayudantes y les contó la situación. Los Ayudantes se opusieron unánimemente, pues se les antojaba insoportable el hecho de tenerse que separar de sus hermanos. Para mitigar el sentimiento de endeudamiento de los Emigrantes, los Ayudantes acordaron que los Emigrantes trabajarían en sus campos y jardines a cambio de un salario hasta que se pudiesen construir sus propias casas.[2]
Como segundo paso resolviendo problemas inmediatos, el Mensajero firmó un pacto con la comunidad judía de Medina. Este documento, que algunos eruditos describen como la primera constitución de Medina, confederó a los musulmanes y a los judíos como dos comunidades separadas e independientes.[3] Al tomar el Mensajero la iniciativa en este pacto y actuar como último mediador en todo tipo de disputas, Medina se puso bajo control musulmán.
Para garantizar la seguridad de los musulmanes en esta ciudad-estado, el gobierno ordenó que se estableciese un nuevo mercado. Hasta entonces, la vida económica de Medina había estado controlada por la comunidad judía. Tras ello, la dominación económica judía empezó a declinar, ya que dejaron de monopolizar el comercio de Medina.
Mientras la comunidad musulmana se establecía y crecía en fuerza, se vio forzada a responder a ataques internos y externos. Tras su victoria en Badr, los musulmanes lucharon contra los mecanos al pie del Monte Uhud. Su fácil victoria durante la primera parte de la batalla fue seguida, desafortunadamente, por un revés cuando los arqueros hicieron caso omiso de las instrucciones del Profeta. Setenta musulmanes murieron mártires y el Mensajero fue herido.
El ejército musulmán se refugió en la montaña y se preparó para defenderse. Al carecer de coraje suficiente para un nuevo ataque, las fuerzas mecanas se marcharon. No obstante, a mitad de camino, cambiaron de parecer y decidieron marchar contra Medina. Informado de ello, el Mensajero movilizó sus tropas. Una de sus órdenes fue suficiente, a pesar de hallarse los combatientes enfermos o heridos. Cada una de sus llamadas era un aliento de vida para sus almas, un aliento que podía devolver la vida a huesos viejos y descompuestos. Busiri dice:
Si su grandeza y rangoa base de milagros se pudiese demostrar,los huesos descompuestos resucitaríancon su nombre meramente mencionar.
El exhausto ejército salió a contraatacar al enemigo. Casi todos estaban heridos; pero nadie quiso rezagarse. Al describir la situación un Compañero dijo: “Algunos Compañeros no podían andar. Dijeron: ‘Queremos estar presentes en el frente donde nos ha ordenado el Mensajero que vayamos. Aunque no podamos luchar, nos pondremos ahí con lanzas en nuestras manos’. Fueron llevados a espaldas de otros”. Al ver al ejército musulmán marchar hacia ellos, Sufyan ordenó a sus tropas que regresasen a La Meca.
En alabanza a esos héroes del Islam, el Corán dice:
Aquéllos a los que dijo la gente: “Los hombres se han reunido contra vosotros, tenedles miedo”. Pero esto no hizo sino darles más fe y dijeron: “¡Allah es suficiente para nosotros, qué excelente Guardián!” (3:173)[4]

[1] Bujari, “Manaqib al-Ansar” 3; Ibn Kazir, 3:279.
[2] Bujari, “Hiba” 35; Muslim, “Yihad” 70.
[3] Ibn Hisham, 2:147.
[4] Bujari, “Maghazi” 25; Ibn Sad, 2:42-49; Ibn Hisham, 3:99-111, 128.

Consulta

La sabiduría del Mensajero quedó demostrada cuando consultó a sus Compañeros. Esta práctica es tan importante en el Islam que nunca tomó decisión alguna sin llevarla a cabo, sobre todo en asuntos públicos. A veces, incluso pidió consejo respecto a sus asuntos personales. Podemos citar algunos ejemplos:
• Aisha acompañó al Profeta a la campaña de los Banu Mustaliq. En una parada, perdió su collar y salió a buscarlo. Al regresar se encontró con que el ejército había marchado sin ella, ya que los camelleros creyeron que ella estaba en su litera. Safwan, encargado de recoger los objetos perdidos o lo que se cayese de la caravana, la encontró y la llevó de vuelta al ejército. Durante el escándalo que siguió a ello, su fidelidad fue puesta en tela de juicio, fundamentalmente por los Hipócritas.
El Mensajero sabía que ella era inocente. Sin embargo, ya que los Hipócritas usaron este incidente para difamarla, consultó a algunos de sus Compañeros tales como Omar y Ali. Omar dijo que Aisha era, sin duda alguna, casta y pura, y que estaba siendo calumniada. Cuando le preguntó cómo sabía eso, respondió:
Mensajero, una vez estabas rezando. Te detuviste y nos explicaste que el Arcángel Gabriel había venido para informarte de que tenías algo de impureza en tus zapatillas. Si algo de impureza hubiese habido en Aisha, Allah te habría informado de ello sin duda alguna.[1]
El Mensajero, el cual dijo una vez: “Quien tome consejo, no se arrepentirá al final”,[2] siempre consultaba a los que le pudiesen proporcionar buenos consejos en un determinado asunto.
• Consultó a sus Compañeros antes de Badr, el mayor encuentro militar tras la Hégira, sobre si los musulmanes deberían luchar contra el ejército mecano que avanzaba. Las fuerzas musulmanas eran de trescientos cinco o trescientos trece hombres, mientras que los mecanos eran mil hombres. Un portavoz de los Emigrantes y otro de los Ayudantes, se pusieron en pie y anunciaron su disposición a seguirle hacia donde les dirigiese.[3] Durante sus vidas, todos los Compañeros le prometieron continuamente que le seguirían en cada paso que diese y que ejecutarían todas sus órdenes. A pesar de ello, el Mensajero consultaba con ellos sobre cualquier asunto que concerniese a la comunidad, para que dicha práctica se convirtiese en una segunda naturaleza.
• Durante Badr, el ejército musulmán se situó en un punto determinado del campo de batalla. Hubab ibn Munzir, que no era un destacado Compañero, se puso de pie y dijo:
Mensajero, si Allah no te ha ordenado que tomes esta posición, situémonos alrededor de los pozos y ceguemos todos excepto uno para negarle el agua al enemigo. Establece tu campamento al lado de ese pozo abierto (de donde tomaremos el agua) y te rodearemos.
El Mensajero adoptó dicha opinión.[4]
• En 627, los Coraichíes se aliaron con ciertas tribus del desierto y con la tribu judía Banu Nadir, que habían emigrado de Medina Jaibar. Prevenido de sus planes, el Profeta pidió ideas sobre cómo vencer la ofensiva enemiga. Salman al-Farisi sugirió que se excavase una trinchera defensiva alrededor de Medina, estratagema desconocida para los árabes. El Mensajero ordenó que se llevase a cabo. Esta guerra se conoció a partir de entonces como la Batalla de la Trinchera (o Zanja).[5]
• Los musulmanes encontraban desagradable el tratado de Judaybiya, por lo que fueron reacios a obedecer la orden del Profeta de sacrificar a sus animales sin hacer la peregrinación. (Una de las condiciones de dicho tratado era que no podían entrar ese año en La Meca). El Mensajero consultó con su esposa Umm Salama. Ella le respondió: “Mensajero, no repitas tu orden no vaya a ser que te desobedezcan y perezcan por ello. Sacrifica a tu propio animal y quítate tu ropa de peregrino (ihram). Cuando entiendan que la orden es decisiva, te obedecerán sin vacilación”. El Mensajero obró según ella sugirió.[6]

[1] Halabi, Insan al-‘Uyun, 2:613.
[2] Hayzami, Majma‘ al-Zawa’id, 2:280.
[3] Ibn Sad, Tabaqat, 3:162; Muslim, “Yihad” 83 ; Ibn Hisham, 2:266-6
[4] Ibn Hisham, 2:272.
[5] Ibíd., 3:235; Ibn Sad, 2:66.
[6] Bujari, “Shurut” 15.

29 noviembre, 2007

Una victoria manifiesta: El Tratado de Judaybiya

El Mensajero era un hombre de acción. Nunca dudó acerca de poner sus planes en acción, ya que ello podría confundir a sus seguidores y desmoralizarles. El Mensajero siempre actuó con deliberación y consultó a otros. Pero una vez que decidía o planeaba algo, lo ejecutaba inmediatamente sin que le entrasen dudas ni encontrar razones para lamentar su decisión. Antes de actuar, tomaba las precauciones necesarias, consideraba las probabilidades y consultaba a los expertos disponibles. La irrevocabilidad de sus decisiones era una importante razón de sus victorias y de por qué sus Compañeros le seguían completamente.
Un acontecimiento que merece explicación es el Tratado de Judaybiya. El Mensajero dijo a sus Compañeros que había soñado que dentro de poco iban a entrar en la Mezquita Sagrada de La Meca seguros, con sus cabezas rapadas o con el pelo corto. Sus Compañeros, especialmente los Emigrantes, estaban deleitados. Durante ese año, el Profeta se dirigió hacia La Meca con mil quinientos hombres desarmados vestidos de peregrino.
Informados de este acontecimiento, los Coraichíes se armaron y armaron a las tribus vecinas para mantener a los musulmanes fuera de La Meca. Enviaron unos doscientos soldados, dirigidos por Jalid ibn Walid e Ikrima ibn Abu Yahl hasta Qura’ al-Ghamim. Al ver a los musulmanes acercarse, regresaron a La Meca para difundir la noticia. Cuando los musulmanes alcanzaron Judaybiya, a unos veinte kilómetros de La Meca, el Mensajero les dijo que hiciesen un alto. Sabiendo que escaseaba el agua, lanzó una flecha dentro del único pozo de Judaybiya. El agua empezó a manar y llenó el pozo. Todos bebieron un poco, hicieron wudu (ablución ritual) y llenaron sus odres.[1]
Siendo así que los mecanos no dejaban a los musulmanes entrar en La Meca, el Mensajero envió a Budayl ibn Warqa, un hombre de la tribu de Juda’a (aliados de los musulmanes) para que anunciase que los musulmanes habían venido para peregrinar y que estaban desarmados. Los coraichíes respondieron enviando a Urwa ibn Masud al-Zaqafi. Mientras hablaba con el Mensajero, Urwa trató de mesarle de la barba a modo de broma. Mughira ibn Shuba golpeó su mano y le dijo que se la cortaría si Urwa volvía a hacer eso, ya que su mano era impura.
Mughira era el primo de Urwa y había aceptado el Islam dos meses antes. De hecho, tan sólo unos meses antes Urwa había pagado el precio de la sangre de un crimen que Mughira había cometido. ¡Cómo había cambiado el Islam a Mughira! El compromiso de los Compañeros con su causa y su devoción al Profeta impresionó a Urwa, el cual regresó a los coraichíes diciendo: “He visitado a Cosroes, a César y a Negus. Ninguno de sus súbditos son tan devotos a sus gobernantes como lo son los Compañeros de Muhammad con éste. Os aconsejo que no luchéis contra él”.[2]
Los coraichíes hicieron caso omiso de este consejo y no dieron una cálida bienvenida a Jarash ibn Umayya, que el Mensajero envió a por Urwa. Jarash fue seguido por Osman ibn al-Affan, el cual tenía poderosos familiares entre los coraichíes. Aunque Osman vino a negociar, los mecanos lo capturaron. Al no llegar a la hora prevista, corrieron rumores de que le habían matado. En ese momento, el Profeta, sentado bajo un árbol, hizo jurar a sus Compañeros que se mantendrían unidos y de que lucharían hasta la muerte. Él hizo de representante del ausente Osman respecto a su juramento.[3] Tan sólo Yadd ibn Qays, escondido tras un camello, no prestó juramento.
La revelación que descendió en aquel momento decía lo siguiente:
Realmente Allah quedó complacido con los creyentes cuando te juraron fidelidad bajo el árbol y supo lo que había en sus corazones e hizo descender sobre ellos el sosiego y los recompensó con una victoria cercana (48:18).
En aquel momento de tensión, una nube de polvo apareció en la distancia. Resultó ser una delegación dirigida por Suhayl ibn Amr. Cuando el Mensajero supo de ello, tomó su nombre que significa facilidad en árabe como buen augurio y dijo a sus Compañeros: “La situación se ha aliviado”. Finalmente, los coraichíes accedieron a hacer una tregua y se firmó el Tratado de Judaybiya.
Bajo dicho tratado, el Profeta y sus seguidores podrían hacer la peregrinación al año siguiente, no este año, para lo cual los mecanos desalojarían la ciudad por tres días. El tratado también estipulaba una tregua de 10 años; que la gente y las tribus podrían unirse o aliarse con quienes quisieran; y que los individuos o subordinados coraichíes que desertasen a Medina, serían devueltos. Esta última condición no era recíproca y, por lo tanto, había oposición a la misma en el campamento musulmán. Escandalizó a gente como Omar, el cual le preguntó al Profeta al respecto. Sin embargo, fue de poca importancia. Los musulmanes devueltos a La Meca no solían renunciar al Islam. Muy al contrario, serían elementos de cambio en La Meca.
Justo antes de que el tratado fuese firmado, Abu Yandal, el hijo de Suhayl, llegó encadenado y pidió unirse a los musulmanes. El Mensajero tuvo que devolverlo a su padre llorando. Sin embargo, le susurró: “Allah te salvará dentro de poco a ti y a tus semejantes”.[4]
Poco después de que el tratado fuese firmado, Utba ibn Asid (también conocido como Abu Basir) desertó para irse a Medina. Los coraichíes enviaron a dos hombres para exigir su regreso. En su camino de vuelta hacia La Meca, Abu Basir escapó, matando a uno de los hombres e hiriendo a otro. El Mensajero, apelando a los términos del tratado, no le permitió quedarse en Medina. Por lo que se asentó en Iyss, un lugar situado en el camino de La Meca a Siria. Los musulmanes detenidos en La Meca empezaron a unirse a Abu Basir. A medida que el asentamiento crecía, los mecanos percibieron que ello iba a constituir una amenaza potencial a su ruta comercial. Esto les forzó a que pidiesen al Mensajero que anulase la cláusula pertinente y que admitiese a los mecanos en Medina.[5]
El Corán llamó al Tratado de Judaybiya “victoria manifiesta”: Te hemos dado una victoria manifiesta (48:1). Se comprobó que era cierto por varias razones, entre ellas:
• Al firmar este tratado tras varios años de conflicto, los coraichíes admitieron que los musulmanes eran sus iguales. De hecho, abandonaron la lucha, pero no lo admitieron entre ellos. Al ver a los mecanos hacer tratos con el Profeta como su igual y como gobernante, una oleada de conversos fluyó hacia Medina desde toda Arabia.
• Muchos coraichíes se beneficiaron de la paz resultante al reflexionar finalmente sobre lo que estaba pasando. Coraichíes destacados como Jalid ibn Walid, Amr ibn al-As y Osman ibn Talha, famosos por sus habilidades militares y políticas, aceptaron el Islam. Osman era la persona encargada de la custodia de llaves de la Kaba. Tras la conquista de La Meca, el Mensajero le honró encargándole el mismo cometido.
• Los coraichíes consideraban la Kaba como propiedad exclusiva de ellos, por lo que solicitaban de sus visitantes que les pagasen un tributo. Al no someter el peregrinaje de los musulmanes a dicho tributo, los coraichíes acabaron, sin darse cuenta, con dicho monopolio. Las tribus beduinas comprendieron que los coraichíes no tenían derecho alguno a alegar propiedad en exclusiva.
• En aquel entonces había hombres y mujeres musulmanes viviendo en La Meca. No todos en Medina sabían quiénes eran. Algunos servían al Mensajero como espías. Si se hubiese entablado una batalla en La Meca, el ejército musulmán victorioso habría matado a alguno de ellos. Esto hubiese provocado una gran angustia personal, a la vez que el martirio o la identificación de los espías del Profeta. El tratado previno dicho desastre.
El Corán señala ese hecho:
Y Él es Quien hizo que sus manos se alejaran de vosotros y las vuestras de ellos en la hondonada de La Meca, después de haberos dado la victoria sobre ellos. Allah ve lo que hacéis. Ellos son los que se negaron a creer y os apartaron de la Mezquita Inviolable y de las ofrendas, impidiendo que llegaran al lugar de sacrificio. Y de no haber sido porque había hombres y mujeres creyentes que no conocíais, habríais atacado y entonces, sin saberlo, habríais incurrido en delito a causa de ellos; para que Allah incluyera en Su misericordia a quien quiso (creyentes e incrédulos). Pero si hubieran estado aparte de ellos, habríamos castigado a los que de ellos se negaron a creer con un doloroso castigo (48:24-25).
• El Profeta realizó la peregrinación menor al siguiente año. La aseveración: “No hay más dios que Allah y Muhammad es Su Mensajero”, sonó por toda la Meca. Los coraichíes, acampados en la colina de Abu Qubays, oyeron ese presagio de próxima victoria del Islam. Esta fue, de hecho, la confirmación de Allah de la visión que dio a Su Mensajero:
Así fue como Allah le confirmó la visión a Su Mensajero con la verdad: Entraréis en la Mezquita Inviolable si Allah quiere, a salvo, con la cabeza afeitada o los cabellos recortados y no tendréis nada que temer. Él supo lo que vosotros no sabíais y dispuso, además de esto, una conquista cercana (48:27).
• El acuerdo le permitía al Mensajero tratar con otros. En las expediciones posteriores al tratado, los musulmanes conquistaron las formidables fortalezas de Jaibar, proponiéndoles que se convirtiesen o que aceptasen el gobierno musulmán pagando tributo a cambio de protección (yizya). Los vecinos, además de otras tribus árabes, estaban impresionados por la creciente fuerza del estado musulmán.
Los musulmanes cumplieron fielmente las cláusulas del tratado. Sin embargo, una tribu aliada de los mecanos no lo hizo así. Los Banu Bakr atacaron a los Banu Juda que se habían aliado al Profeta. Por lo tanto en diciembre de 629, el Mensajero marchó con un ejército de diez mil hombres contra La Meca, capturándola sin apenas resistencia el primer día del nuevo año. La Kaba fue purificada de ídolos y, en los dos días siguientes, los mecanos aceptaron el Islam. Esto ocurrió ya que:
Él es Quien envió a Su Mensajero con la guía y la religión verdadera para hacerla prevalecer sobre todas las demás; y Allah basta como Testigo. Muhammad es el mensajero de Allah, los que están con él son duros con los incrédulos y compasivos entre ellos, los ves inclinados y postrados buscando favor de Allah y aceptación, y en sus caras llevan la huella de la postración; así son descritos en la Torá. Y su descripción en el Evangelio es que son como una semilla que echa su brote, lo fortalece, cobra grosor y toma forma completa sobre su tallo maravillando a los sembradores, y con ellos indignar a los incrédulos. Allah ha prometido a los que de ellos crean y practiquen las acciones de bien un perdón y una enorme recompensa (48:28-29).

[1] Muslim, Hadiz No.1834; Bujari, 4:256
[2] Bujari, 3:180; Ibn Hanbal, 4:324; Tabari, 3:75.
[3] Ibn Hisham, 3:330.
[4] Ibn Hisham, 3:321-33; Ibn Kazir, 4:188-93.
[5] Ibn Hisham, 3:337-38.

Acabando con el racismo

El racismo es uno de los problemas más graves de nuestra época. Todo el mundo ha escuchado cómo los negros africanos fueron transportados a través del Océano Atlántico en barcos especialmente diseñados, siendo tratados como si fuesen ganado. Fueron esclavizados, forzados a cambiar sus nombres, religión y lenguas. Se les negó la posibilidad de esperar alguna vez la libertad verdadera, negándoseles todos los derechos humanos. La actitud de Occidente respecto a los no occidentales ha sido la misma hasta tiempos muy recientes. Como resultado, la condición social y política de los africanos, incluso en el caso de sus descendientes que viven en Occidente entre los americanos o europeos como ciudadanos teóricamente iguales, continúa siendo la de ciudadanos de segunda clase.
Cuando el Mensajero fue hecho Profeta, dicho racismo era corriente en La Meca en forma de tribalismo. Los coraichíes se consideraban a sí mismos (en particular) y los árabes (en general) superiores al resto de la gente. El Mensajero vino con el Mensaje Divino y proclamó: “Ningún árabe es superior a un no-árabe y ningún blanco es superior a un negro”.[1] La superioridad depende de la rectitud y la devoción únicamente a Allah (49:13). Y dijo: “Incluso si fuese un negro abisinio el que gobernase a los musulmanes, éste debería ser obedecido”.[2]
El Mensajero erradicó el racismo y la discriminación basada en el color con tanto éxito que, por ejemplo, Omar dijo una vez de Bilal, que era negro: “Bilal es nuestro amo y fue emancipado por nuestro amo Abu Bakr”.[3] Zayd ibn Hariza, un esclavo negro liberado por el Mensajero, era el hijo adoptivo de éste antes de que la Revelación prohibiese dicha adopción. El Profeta le casó con Zaynab bint Yash, una de las más nobles musulmanas árabes. Además de eso, nombró a Zayd comandante del ejército que el Profeta envió contra el imperio bizantino, aun figurando en el mismo Compañeros tan destacados como Abu Bakr, Omar, Yafar ibn Abu Talib (el primo del Mensajero) y Jalid ibn Walid (el general invencible de la época).[4]
Nombró al hijo de Zayd, Usama, para dirigir el ejército que formó justo antes de morir. Figurando en el mismo Compañeros tan destacados como Abu Bakr, Omar, Jalid, Abu Ubayda, Talha y Zubayr. Esto estableció en los corazones y mentes de los musulmanes que la superioridad no era por el color o la sangre, sino por la rectitud y la devoción a Allah.
Durante su califato, Omar pagó a Usama un salario más elevado que el de su propio hijo, Abdallah. Cuando su hijo preguntó el por qué, Omar respondió: “Lo hago porque sé que el Mensajero amaba a su padre más que a mí y porque amaba a Usama más que a ti”.[5]


[1] Ibn Hanbal, 5:441.

[2] Muslim, “‘Imara,” 37.

[3] Ibn Hayar, Al-Isaba, 1:165.

[4] Muslim, “Fadail al-Sahaba,” 63.

[5] Ibn Sad, Tabaqat, 4:70; Ibn Hayar, 1:564.

La última palabra

El Profeta Muhammad tenía las cualidades de liderazgo necesarias para tener éxito en todos los aspectos de la vida. Pero lo que era más importante es que fue capaz de guiar a su comunidad hacia el éxito en todos los campos. Él es la fuente de donde luego fluyeron todos los desarrollos relativos al mando, al arte de gobernar, a la religión, al desarrollo espiritual, etc. en el mundo musulmán.
Por lo general, los líderes han de poseer las siguientes facultades:
• Realismo. Los mensajes y las exigencias no deben contradecir la realidad. Deben comprender las condiciones preponderantes tal y como son y ser conscientes de cualquier ventaja y desventaja.
• Creencia absoluta en su mensaje. Su convicción nunca debe titubear y nunca ha de renunciar a su misión.
• Valor personal. Incluso si son dejados solos, deben de tener suficiente valor para perseverar. Cuando algunos de sus perseguidores llegaron a la entrada de la cueva en la que estaban escondidos, Abu Bakr temió que algo le pasara al Mensajero. Sin embargo, el Profeta sólo dijo: No te aflijas porque en verdad Allah está con nosotros (9:40).
• Gran fuerza de voluntad y resolución. Nunca debe experimentar ni un solo momento de desaliento.
• Conciencia de su responsabilidad personal. Todo ha de ser encaminado al cumplimiento de dicha responsabilidad. Nunca deberá ser seducido por los encantos mundanos ni los atractivos de la vida.
• Clarividentes y centrados en torno a su meta. Los líderes deben ser capaces de discernir un plan para futuros desarrollos. Deben saber cómo evaluar el pasado, el presente y el futuro para alcanzar una nueva síntesis. Los que cambian frecuentemente de opinión sólo extienden el caos en su comunidad.
• Conocimiento personal de cada seguidor. Los líderes deben ser conscientes de las disposiciones de cada seguidor, su carácter, habilidades, defectos, ambiciones y puntos débiles. Si carecen de dicho conocimiento, ¿cómo podrían hacer que fuese la gente apropiada la que ocupase los puestos vacantes?
• Fuerte carácter y virtudes encomiables. Los líderes han de ser resueltos, pero flexibles al llevar a cabo sus decisiones, sabiendo cuándo ser inflexibles e implacables y cuándo clementes y compasivos. Han de saber cuándo ser serios y dignos, cuándo modestos y ser siempre rectos, veraces fidedignos y justos.
• No han de tener ambiciones mundanas y llevar a cabo abusos de autoridad. Los líderes han de vivir como los miembros más pobres de su comunidad. Nunca deben discriminar entre sus súbditos; más bien deben de esforzarse en amarles, preferirles sobre ellos mismos, y actuar de tal manera que la gente les ame sinceramente. Deben ser fieles a su comunidad y asegurarse a cambio la lealtad la devoción de su comunidad.
El Mensajero poseía todas esas cualidades y muchas más también. Por citar tan sólo pocos ejemplos, a él nunca se le ocurrió abandonar su misión al enfrentarse ante una gran hostilidad y ante tentadores sobornos. En lugar de ello les decía: “Di: ‘No hay más dios que Allah y prospera en ambos mundos”.[1] Cuando sus Compañeros se quejaron de las duras condiciones y las persecuciones que sufrían en La Meca, respondió:
Os mostráis impacientes. Llegará un día en el que una mujer viajará desde Hira –una ciudad al sur de Irak- a La Meca sola o en su camello (con seguridad) y circunvalará la Kaba como acto de adoración, y los tesoros del Emperador Sasánida serán capturados por mi comunidad.[2]
Una vez los líderes de La Meca vinieron a él y le dijeron: “Si te reúnes con nosotros un día en el que, especialmente los pobres, no estén presentes, tal vez hablemos contigo sobre aceptar tu religión”. Despreciaban a los musulmanes pobres como Bilal, Ammar y Habbab, y deseaban un trato especial. El Mensajero rechazó dichas propuestas sin pensarlo dos veces. Los versos revelados se dirigen a él así:
Y no eches de tu lado a los que invocan a su Señor mañana y tarde anhelando Su faz (6:52). Y sé constante en la compañía de aquellos que invocan a su Señor mañana y tarde anhelando Su faz (18:28).

[1] Bujari, “Tafsir” 1; Muslim, “Iman” 355.
[2] Bujari, “Manaqib” 25.

27 noviembre, 2007

La Sunna y su Lugar en la Legislación Musulmana

La ciencia del hadiz trata sobre la vida del Profeta Muhammad, especialmente sus dichos y hechos y los hechos de otros que él ratificó. En esta sección, nos limitaremos a sus propias palabras y actos. Dichas palabras y sus significados son estrictamente suyos, por ello no están incluidos en el Corán, la Revelación Recitada, cuyas palabras y significados pertenecen exclusivamente a Allah. Sus hechos incluyen aquellos que debemos seguir por tener carácter de ley, y aquellos que tienen que ver con sus asuntos personales, los cuales constituyen una fuente de bendición y recompensa espiritual si son seguidos.
La ciencia del fiqh (ley islámica) no se ocupa de los asuntos personales del Profeta. Los fuqaha (juristas) consideran que si esos asuntos tienen que ver con actos voluntarios e intencionados, entonces han de ser considerados legalmente según corresponda. Sin embargo, si son asuntos que tienen que ver con las cosas que personalmente agradaban o no al Profeta, entonces no constituyen un fundamento legislativo y por lo tanto no conciernen a los juristas. Según los muhaddizun (los eruditos del Hadiz, Tradicionistas), todo lo relacionado con el Mensajero está incluido en el significado de Hadiz (tradición) y, por lo tanto, les concierne.
La Sunna es el registro de todos los hechos, dichos y confirmaciones del Mensajero, además de ser la segunda fuente de legislación islámica y vida (el Corán es la primera). Todos los eruditos de ciencias religiosas, y a veces los de ciencias naturales, la usan para establecer los principios de sus disciplinas y para resolver dificultades. El Corán y las tradiciones proféticas auténticas ordenan a los musulmanes que sigan la Sunna.
El Corán y la Sunna son inseparables. La Sunna clarifica las ambigüedades que contiene el Corán, explayándose sobre lo mencionado de modo sucinto en éste; especificando lo no condicionado; generalizando lo específico; y particularizando lo general.
Por ejemplo, cómo rezar, ayunar, dar limosna y hacer el peregrinaje está establecido y explicado en la Sunna. Igualmente, lo son los principios o leyes por las cuales no se puede heredar del Profeta, los asesinos no pueden heredar de sus víctimas, la carne de los burros domésticos y los animales salvajes no puede ser comida y el hombre no puede casarse con la prima de la esposa si ésta aún vive. Realmente, la Sunna es relevante respecto a todos los aspectos del Islam y los musulmanes han de vivir de acuerdo a la misma. Por ello, ha sido estudiada y trasmitida de generación en generación casi con el mismo esmero que con el Corán.
El Mensajero ordenó a sus Compañeros que obedeciesen categóricamente la Sunna. Habló claramente para que pudiesen comprender y memorizar sus palabras, y les instó a que trasmitiesen su palabra a las futuras generaciones. A veces, incluso les pidió que escribiesen sus palabras, ya que “Todo lo que digo es verdad”. Los Compañeros prestaban total atención a sus dichos y hechos y mostraban un gran deseo en amoldar sus vidas a la suya, incluso en los más pequeños detalles. Consideraban cada palabra y hecho suyo como un mandato divino al que se debían adherir y seguir del modo más fiel posible. Al considerar sus palabras como regalos divinos, las interiorizaron, las preservaron y las trasmitieron.
Siendo así que la veracidad es la piedra angular del carácter musulmán, los Compañeros no mentían. Del mismo modo por el que no tergiversaron ni alteraron el Corán, hicieron todo lo posible para preservar las tradiciones y confiárselas a las futuras generaciones, memorizándolas o escribiéndolas. Entre las colecciones del hadiz realizadas en la época de los Compañeros, hay tres muy famosas: Al-Sahifa al-Sadiqa por Abdallah ibn Amr ibn al-As, Al-Sahifa al-Sahiha por Hammam ibn Munabbih y Al-Majmu por Zayd ibn Ali ibn Husayn.
Los Compañeros eran extremadamente serios narrando las tradiciones. Por ejemplo, Aisha y Abdallah ibn Omar las narraban palabra por palabra, sin cambiar ni una sola letra. Ibn Masud y Abu al-Darda temblaban como si tuviesen fiebre cuando se les pedía que transmitiesen una tradición.
El Califa Omar ibn Abd al-Aziz (que gobernó durante 717-720 d.C.) ordenó que las tradiciones oralmente preservadas y divulgadas a título individual fuesen escritas. Ilustres personalidades tales como Said ibn al-Musayyib, Shabi, Alqama, Sufyan al-Zawri y Zuhri fueron los pioneros de esta sagrada tarea. Luego, fueron seguidos por los grandes especialistas que se concentraron totalmente en la transmisión exacta de las tradiciones y en el estudio de su significado, formulación y las prudentes críticas de sus narradores.
Gracias a estos Tradicionistas, tenemos una segunda fuente del Islam en su original pureza. Únicamente a través del estudio de la vida del Profeta y amoldando a ella nuestra vida podemos lograr el agrado de Allah y recorrer el camino que lleva al Paraíso. Los grandes santos recibieron su luz de este “sol” y guía, el Profeta Muhammad, enviándola a los que se hallaban en la oscuridad a fin de que pudiesen encontrar su camino.

La Sunna y su papel

Sunna significa literalmente “conducta y senda buena o mala que ha de ser seguida”. Este es el significado empleado en el siguiente hadiz:
Los que establezcan una buena senda en el Islam recibirán la recompensa de quienes la sigan, sin que sufran merma alguna en dicha recompensa. Y los que establezcan una mala senda en el Islam recibirán la carga del pecado de quienes la sigan, sin que sufran merma alguna en dicha carga.[1]
Esta palabra tiene connotaciones terminológicas diferentes según cada grupo de Tradicionistas, estudiosos de la metodología y juristas. Los Tradicionistas la contemplan como abarcando todo lo relacionado con los mandatos religiosos transmitidos por el Mensajero y categorizados, según la escuela legal Hanafi (seguidores de Abu Hanifa) como obligaciones, deberes y prácticas fomentadas por el Profeta concideradas recomendables y aconsejables.
Los estudiosos de la metodología la consideran como cada palabra, hecho y aprobación del mensajero según fue trasmitida por sus Compañeros. Los juristas la consideran como lo opuesto a las innovaciones realizadas en la religión y la consideran como sinónimo de hadiz. Lo usan para designar los hechos, dichos y consentimientos del Profeta, todo lo cual proporciona una base para la legislación y la categorización de las acciones humanas.
Hadiz deriva de la palabra haddaza (informar), y significa literalmente “una noticia o información”. Con el tiempo, ha adoptado el significado de todo dicho, hecho y consentimiento atribuidos al Mensajero. Ibn Hayar dice: “Según la Sharia, el hadiz es todo lo relacionado con el Mensajero”.
Otro significado literal de dicha palabra es “algo que acontece a lo largo del tiempo”. Por ello, algunos eruditos de fino discernimiento han dicho que hadiz es lo que no es Divino, eterno o que no tiene un comienzo en el tiempo. Esta es, pues, la fina línea que separa el Hadiz del Corán, ya que éste es Divino, eterno y carece de un comienzo en el tiempo. El Mensajero hacía una distinción entre sus palabras y el Corán: “Sólo hay dos cosas, nada más: la Palabra y la guía. La mejor palabra es la Palabra de Allah, y la mejor guía es la guía de Muhammad”.[2]


[1] Muslim, “Zakat” 69; Ibn Maya, “Muqaddima” 203.
[2] Ibn Maya, “Muqaddima” 7.

Las Categorías de la Sunna

La Sunna se divide en tres categorías: oral, práctica y basada en el consentimiento.
La Sunna Oral. Esta categoría consiste en las palabras del Mensajero, las cuales proporcionan la base para muchos preceptos religiosos. Por citar algunos ejemplos:
• “No hay legado para los herederos”.[1] En otras palabras, no hace falta que la gente deje en testamento nada de su propiedad a sus herederos, ya que éstos heredarán de modo natural el grueso del patrimonio. Los legados se pueden realizar a favor de los pobres o de alguna institución de servicio social.
• “No hagas daño a los demás ni respondas a éste con más daño”.[2] Es decir, no te comportes de modo negativo ni perjudicial respecto a los demás, ni tomes represalias contra ellos ni devuelvas mal por mal.
• “Se da una décima parte de los plantaciones que crecen en los cultivos irrigados por la lluvia o los ríos; pero se da una vigésima parte de las que crecen en plantaciones irrigadas por la gente”.[3] El Corán ordena la caridad, pero no proporciona detalles de cómo otorgarla correctamente. Todas esas regulaciones están establecidas en la Sunna.
• “Un mar es aquel cuyas aguas son limpias y cuyos animales muertos está permitido comer”.[4] El Profeta dio esa respuesta cuando alguien le preguntó si se podía hacer wudu con el agua del mar. Esto ha sido la base de otras resoluciones.
La Sunna Práctica. Normalmente, el Corán establece sólo reglas y principios generales. Por ejemplo, ordena la oración y la peregrinación, pero no dice con detalle cómo realizarlas. El Mensajero, enseñado por Allah a través de la inspiración o a través de Gabriel, proporciona esta información por medio de sus actos. Su vida fue un largo y excepcional ejemplo a ser seguido por todos los musulmanes. Por ejemplo, el Profeta dirigió las oraciones diarias ante sus Compañeros cinco veces al día y les ordenó que rezasen tal y como el rezaba.[5]
La Sunna basada en el consentimiento. A veces, el Mensajero corregía los errores de sus Compañeros ascendiendo al púlpito y preguntando: “¿Por qué alguien ha hecho esto?”.[6] Cuando veía algo agradable en ellos, daba su aprobación explícitamente o se mantenía en silencio. Por ejemplo:
• Dos Compañeros que viajaban por el desierto no pudieron encontrar suficiente agua para hacer wudu antes de la oración, y por lo tanto usaron arena (tayammum). Cuando luego encontraron agua antes de que el tiempo de la oración hubiese transcurrido, uno de ellos hizo wudu y repitió la oración, mientras que el otro, no. Cuando más tarde preguntaron al Mensajero al respecto, dijo al que no repitió la oración: “Has actuado según la Sunna”. Luego, se volvió al otro y le dijo: “Para ti hay doble recompensa”.[7]
• El Mensajero dio la orden de que se marchara contra los Banu Qurayza, justo después de la Batalla de la Trinchera. Dijo: “¡Apresuraos! Haremos la oración de la tarde ahí”. Algunos compañeros, entendieron que debían de apresurarse y hacer ahí la oración sin demora. Otros comprendieron tan sólo que debían apresurarse hacia el territorio de los Beni Qurayza, y que podían rezar antes de partir. El Mensajero aprobó ambas interpretaciones.[8]

[1] Ibn Maya, “Wasaya” 6; Tirmizi, “Wasaya” 5.
[2] Ibn Hanbal, Musnad, 1:313.
[3] Tirmizi, “Zakat,” 14; Bujari, “Zakat,”
[4] Abu Dawud, “Tahara” 41; Tirmizi, “Tahara” 52; Nasa’i, “Tahara” 47. Generalmente, el Corán prohíbe comer animales que no hayan sido degollados según las reglas islámicas. No obstante, la Sunna restringe esa regla general (mandamiento) permitiendo la consumición de animales que mueren en el agua.
[5] Bujari, “Azan” 18; Ibn Hanbal, 5:53.
[6] Bujari, “Salat” 70; Muslim, “Nikah” 5.
[7] Darimi, “Tahara” 65; Abu Dawud, “Tahara,” 126.
[8] Darimi, “Maghazi” 30; “Jawf,” 5.

26 noviembre, 2007

La Sunna en el Corán

La Sunna es la fuente principal de nuestra vida religiosa. Es promovida y fomentada por el Corán: Él es Quien ha mandado a los iletrados un Mensajero que es uno de ellos; y que les recita Sus signos, los purifica y les enseña el Libro y la Sabiduría (62:2). Según la mayoría de los comentaristas coránicos y los Tradicionistas, la Sabiduría significa la Sunna. El Corán, al ser una exposición milagrosa, no contiene nada superfluo y no sobrepasa los límites apropiados. Siendo así que Sabiduría figura después de Libro, debería de ser algo diferente. El Libro es el Corán y la Sabiduría es la Sunna que muestra como el Corán ha de ser aplicado en nuestras vidas cotidianas.
El Corán ordena obediencia absoluta a los Mensajeros, ya que han sido enviados para guiar a la gente hacia la verdad en cada aspecto de sus vidas. Nuestra lealtad es para Allah, que ha enviado a Su Mensajero y nos ha dicho que le obedezcamos, no para aquel hombre personalmente: Y no hemos enviado a ningún Mensajero sino para que fuera obedecido con el permiso de Allah (4:64), y: ¡Vosotros que creéis! Obedeced a Allah y a Su mensajero y no os desentendáis de él (8:20).
La obediencia a Allah significa obediencia incondicional a lo revelado en el Corán. La obediencia al Mensajero significa seguir su modo de vida lo más cerca posible observando lo ordenado y lo prohibido tanto por el Corán como por el mensajero. La Sunna es un exhaustivo relato de su vida. Él dijo a su comunidad: “¡Cuidado! Me ha sido dado el Libro junto a algo semejante”.[1]
Según se menciona en 8:20, los musulmanes no han de apartarse del Mensajero. Por lo tanto, desobedecer, despreciar o criticar la Sunna equivale a cometer herejía o incluso apostasía. Muchos otros versículos hacen hincapié en la necesidad de seguir la sunna, como el siguiente: ¡Vosotros que creéis! Obedeced a Allah, obedeced al Mensajero y a aquellos de vosotros que tengan autoridad (4:59). El versículo pone énfasis en la obediencia a Allah y al Mensajero. La repetición del imperativo obedeced indica que el Mensajero está autorizado a ordenar y prohibir, y que los musulmanes han de hacer lo que él diga. Además, a pesar de que se ordena la obediencia a los musulmanes que tengan autoridad, el Profeta tiene un derecho muchísimo mayor a ser obedecido.
Otro versículo dice: Obedeced a Allah y a Su Mensajero y no disputéis, porque entonces os acobardaríais y perderíais vuestro ímpetu. Y tened paciencia (8:46). La fuerza y la unidad de los musulmanes radica en la sumisión a Allah y a Su Mensajero. El Mensajero estableció la sunna viviendo el Corán, lo cual significa que es la única vía que su comunidad puede seguir. Sobre esta base, podemos decir que la Sunna es más exhaustiva que el Corán y más indispensable para llevar una vida recta en términos islámicos.
Los musulmanes sólo pueden obedecer a Allah y mostrar su amor por Él obedeciendo al Mensajero o siguiendo su Sunna: Di (Oh, Muhammad): “Si amáis a Allah, seguidme, que Allah os amará” (3:31); Realmente en el Mensajero tenéis un hermoso ejemplo para quien tenga esperanza en Allah y en el Día del Juicio Final y recuerde mucho a Allah (33:21); y muchos versículos más. Los que pretenden amar a Allah o creen que Allah les ama sin ceñirse a la Sunna están gravemente engañados y desviados.
Los musulmanes han de aferrase a la Sunna si desean mantenerse en el camino recto y evitar la desviación. Por ejemplo, un día, una mujer le dijo a Abdallah ibn Masud: “He escuchado que invocas la maldición de Allah sobre las mujeres que se tatúan el cuerpo, se quitan el vello facial, separan sus dientes para parecer más bellas y cambian la creación de Allah”.[2] Ibn Masud respondió: “Todo eso está en el Corán”. La mujer replicó: “Juro por Allah que he leído todo el Corán, pero no he encontrado nada relacionado con este asunto”. Ibn Masud le dijo: “Nuestro Profeta invocó la maldición sobre las mujeres que se ponen pelucas, que se añaden pelo postizo y que se tatúan el cuerpo. ¿Acaso no has leído: ‘Lo que os dé el Mensajero tomadlo, pero lo que os prohíba dejadlo’? (59:7)[3]
El Corán también declara lo siguiente:
Pero no, por tu Señor que no creerán hasta que no te acepten como árbitro en todo lo que sea motivo de litigio entre ellos (4:65).

[1] Abu Dawud, “Sunna” 5.

[2] Esto incluye la cirugía estética para cambiar la forma de la nariz y los labios, la inserción de implantes mamarios y cualquier alteración de los rasgos corporales a través de la cirugía estética a fin de parecer más bello. Dichas operaciones son sólo permitidas en el caso de deformidad severa, tal y como quemaduras y deformidades.
[3] Muslim, “Libas” 120.