El Mensajero conocía a su gente más de lo que ellos se conocían a sí mismos. Igual que Abu Dahrr, Amr ibn Abaza era un beduino. Llegó a La Meca y, al conocer al Mensajero, le preguntó de forma descortés: “¿Qué eres tú?”. El Mensajero respondió dulcemente: “Un Profeta de Allah”. Dicha dulzura le hizo a Amr arrodillarse y declarar: “Te seguiré de ahora en adelante, Mensajero”. El Mensajero no quiso que Amr permaneciese en La Meca, ya que no podría soportar los tormentos que se infligían a los creyentes. Por lo que le dijo: “Regresa a tu tribu y predica el Islam entre ellos. Cuando oigas que me he hecho con la victoria, regresa y únete a nosotros”.
Años más tarde, Amr fue a la mezquita de Medina y preguntó: “¿Me reconoces, Mensajero?”. El Mensajero, que tenía una memoria extraordinariamente poderosa (que era otra de las dimensiones de la Profecía), le respondió inmediatamente: “¿No eres tú el que vino a mí en La Meca? Te mandé de regreso a tu tribu y te dije que te unieses a nosotros cuando oyeses que yo había vencido”.[1]
He mencionado con anterioridad el caso de Yulaybib.[2] Tras esta lección moral, Yulaybib se convirtió en un joven casto y honesto. Tras solicitarlo el Mensajero, una noble familia le dio su hija en matrimonio a Yulaybib. Poco después, Yulaybib participó en una batalla y tras matar a siete soldados enemigos murió martirizado. Cuando su cadáver fue llevado al Mensajero, éste puso su cabeza en las rodillas de Yulaybib y dijo: “¡Oh Allah! Él es de mí y yo soy de él”.[3] Había descubierto la virtud esencial de Yulaybib y había predicho su futuro servicio al Islam.
La conquista de Jaibar permitió al Mensajero demostrar su habilidad única para reconocer los potenciales, habilidades y defectos de cada musulmán. Cuando el asedio se prolongó, declaró: “Mañana, entregaré el estandarte a alguien que ama a Allah y a Su Mensajero y que es amado por ellos”.[4] Esto era un gran honor, y todos los Compañeros lo deseaban con sinceridad. Se lo dio a Ali a pesar de su juventud, debido a sus grandes dotes militares y de liderazgo. Éste, tomando el estandarte, conquistó el formidable bastión de Jaibar.
A quien el Mensajero le encomendaba una labor, la realizaba con éxito. Por ejemplo, describió a Jalid ibn Walid como “una espada de Allah”.[5] Jalid nunca fue derrotado. Al lado de grandes soldados e invencibles generales como Qa‘qaA, Hamza y Sad, el Mensajero nombró a Usama ibn Zaid general de un gran ejército en el que figuraban musulmanes tan destacados como Abu Bakr, Omar, Osman, Talha y Sad ibn Abi Waqqas. Usama tenía aproximadamente 17 años y era el hijo de Zaid, el esclavo negro emancipado del Mensajero. Su padre dirigió el ejército musulmán en Muta contra los bizantinos muriendo como un mártir.
El Mensajero tenía 25 años cuando se casó con Jadiya bint Juwailid, una viuda 15 años mayor que él. No se volvió a casar con otra mujer hasta la muerte de ésta en el décimo año de su Profecía. Todos los matrimonios que contrajo después de que cumpliera 53 años estuvieron directamente relacionados con su misión. Una razón importante para esto es que cada esposa tenía un carácter y temperamento diferentes, por lo que así podían transmitir a otras mujeres musulmanas las reglas del Islam que incumbían a las mismas. Cada una de ellas era guía y maestra para las demás. Incluso personalidades de posteriores generaciones tan importantes como Masruq, Tawus ibn Kaysan y Ata ibn Rabah se beneficiaron considerablemente de las mismas. La ciencia del hadiz está especialmente en deuda con Aisha, la cual transmitió más de cinco mil tradiciones del Mensajero y fue una gran jurista.
Posteriores eventos probaron lo sabias y acertadas que fueron las elecciones del Mensajero, no sólo en materia de matrimonio.
Años más tarde, Amr fue a la mezquita de Medina y preguntó: “¿Me reconoces, Mensajero?”. El Mensajero, que tenía una memoria extraordinariamente poderosa (que era otra de las dimensiones de la Profecía), le respondió inmediatamente: “¿No eres tú el que vino a mí en La Meca? Te mandé de regreso a tu tribu y te dije que te unieses a nosotros cuando oyeses que yo había vencido”.[1]
He mencionado con anterioridad el caso de Yulaybib.[2] Tras esta lección moral, Yulaybib se convirtió en un joven casto y honesto. Tras solicitarlo el Mensajero, una noble familia le dio su hija en matrimonio a Yulaybib. Poco después, Yulaybib participó en una batalla y tras matar a siete soldados enemigos murió martirizado. Cuando su cadáver fue llevado al Mensajero, éste puso su cabeza en las rodillas de Yulaybib y dijo: “¡Oh Allah! Él es de mí y yo soy de él”.[3] Había descubierto la virtud esencial de Yulaybib y había predicho su futuro servicio al Islam.
La conquista de Jaibar permitió al Mensajero demostrar su habilidad única para reconocer los potenciales, habilidades y defectos de cada musulmán. Cuando el asedio se prolongó, declaró: “Mañana, entregaré el estandarte a alguien que ama a Allah y a Su Mensajero y que es amado por ellos”.[4] Esto era un gran honor, y todos los Compañeros lo deseaban con sinceridad. Se lo dio a Ali a pesar de su juventud, debido a sus grandes dotes militares y de liderazgo. Éste, tomando el estandarte, conquistó el formidable bastión de Jaibar.
A quien el Mensajero le encomendaba una labor, la realizaba con éxito. Por ejemplo, describió a Jalid ibn Walid como “una espada de Allah”.[5] Jalid nunca fue derrotado. Al lado de grandes soldados e invencibles generales como Qa‘qaA, Hamza y Sad, el Mensajero nombró a Usama ibn Zaid general de un gran ejército en el que figuraban musulmanes tan destacados como Abu Bakr, Omar, Osman, Talha y Sad ibn Abi Waqqas. Usama tenía aproximadamente 17 años y era el hijo de Zaid, el esclavo negro emancipado del Mensajero. Su padre dirigió el ejército musulmán en Muta contra los bizantinos muriendo como un mártir.
El Mensajero tenía 25 años cuando se casó con Jadiya bint Juwailid, una viuda 15 años mayor que él. No se volvió a casar con otra mujer hasta la muerte de ésta en el décimo año de su Profecía. Todos los matrimonios que contrajo después de que cumpliera 53 años estuvieron directamente relacionados con su misión. Una razón importante para esto es que cada esposa tenía un carácter y temperamento diferentes, por lo que así podían transmitir a otras mujeres musulmanas las reglas del Islam que incumbían a las mismas. Cada una de ellas era guía y maestra para las demás. Incluso personalidades de posteriores generaciones tan importantes como Masruq, Tawus ibn Kaysan y Ata ibn Rabah se beneficiaron considerablemente de las mismas. La ciencia del hadiz está especialmente en deuda con Aisha, la cual transmitió más de cinco mil tradiciones del Mensajero y fue una gran jurista.
Posteriores eventos probaron lo sabias y acertadas que fueron las elecciones del Mensajero, no sólo en materia de matrimonio.
[1] Muslim, “Musafirin” 294; Ibn Hanbal, Musnad, 4:112.
[2] Su historia, que aparece en el volumen 1, es como sigue: Un día, Yulaybib le pidió al Mensajero permiso para fornicar, ya que no podía contenerse. Los que estaban presentes reaccionaron de distinta manera. Unos se mofaron de él, otros le tiraron de la ropa y otros incluso se dispusieron a pegarle. Pero el compasivo Profeta hizo que se acercase y empezó a hablar con él: “¿Le dejarías a alguien que le hiciese eso a tu madre?”. A lo que el joven respondió: “Que mi madre y mi padre sean tu rescate, Mensajero, eso no lo acepto”. El Profeta dijo: “Naturalmente, nadie acepta que su madre participe en un acto tan vergonzoso”. Continuó preguntándole a Yulaybib la misma pregunta, sustituyendo hija, esposa, hermana y tía por madre. Cada vez, Yulaybib respondía que no aceptaba dicho acto. Al final de la conversación, Yulaybib había perdido las ganas de fornicar. El Mensajero concluyó su “operación espiritual” poniendo su mano en el pecho de Yulaybib y rogando así: “Señor, perdónale, purifica su corazón y preserva su castidad”.
[3] Muslim, “Fadail al-Sahaba,” 131.
[4] Bujari, “Fadail al-Ashab,” 9; Muslim, “Fadail al-Sahaba,” 34.
[5] Bujari, “Fadail al-Ashab,” 25.
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