La Hégira a Medina marca un momento decisivo para el Profeta Muhammad y para el Islam. Creencia, Hégira y lucha sagrada son tres pilares de una verdad única y sagrada; tres surtidores de una fuente de donde mana el agua de la vida para los soldados de la verdad. Tras beber, transmiten el mensaje sin desfallecer. Y cuando la oposición no se puede superar, empiezan en una nueva tierra sin importarles sus hogares, propiedades o familias. La Hégira del Profeta fue tan importante y santificada que los virtuosos que le rodeaban fueron alabados por Allah siendo conocidos como los Emigrantes (Muhayirun). Los que les dieron tan calurosa bienvenida a Medina se les conoce como los Ayudantes (Ansar). El calendario musulmán comienza con este evento.
A pesar de su trascendencia, la Hégira es una ardua tarea. Cuando los musulmanes se establecieron en Medina tras años de persecuciones, carecían de todo. Unos eran extremadamente pobres y otros, que se habían ganado la vida comerciando, carecían de capital. Los musulmanes de Medina eran sobre todo agricultores, y la vida comercial de la ciudad estaba controlada por los judíos.
Otro serio problema era que justo antes de la llegada del Mensajero, los medineses habían decidido hacer a Abdallah ibn Ubayy ibn Salul su jefe. Estos planes se abandonaron, lo cual hizo de él un duro enemigo e importante adversario del Mensajero. Los politeístas mecanos aún deseaban vencer al Profeta, por lo que trabajaron con él para lograr su propósito. Les dijo: “No os preocupéis si difunde el Islam aquí. El principal peligro es que se pueda aliar con los cristianos y judíos contra el paganismo. Esa es la verdadera amenaza”.
Tras establecerse en Medina, el Mensajero ayudó a su gente a construir una mezquita. La importancia de la mezquita para la vida colectiva de la comunidad musulmana es incuestionable. Se encontraban ahí cinco veces al día ante Allah, su Señor, Creador y Sustentador, aumentado su fe y sumisión a Él, al Profeta y al Islam, y reforzando su solidaridad. Especialmente durante los primeros siglos del Islam, las mezquitas funcionaron como lugares de adoración y centros de aprendizaje. La Mezquita del Profeta en Medina era también un centro de gobierno, en tiempos del Profeta y de sus sucesores políticos inmediatos.
Inmediatamente tras haberse establecido en Medina, el Mensajero estableció lazos de hermandad entre los musulmanes, especialmente entre los Emigrantes y los Ayudantes. Sus lazos de amistad se estrecharon. Por ejemplo, Sad ibn Rabi llevó a su “hermano” Emigrante Abd al-Rahman ibn Awf a su casa y le dijo: “Hermano, has dejado todo en La Meca. Esta casa, con todo lo que contiene nos pertenece. No tienes aquí una esposa; yo tengo dos. Divorciaré a la que tu quieras para que te cases con ella”. Abd al Rahman le respondió con lágrimas en los ojos: “¡Hermano, que Allah te bendiga con tu esposa! Por favor, enséñame el mercado de la ciudad para que pueda hacer algunos negocios”.[1]
Esta hermandad era tan profunda, sincera y fuerte que los Ayudantes llegaban a compartir todo con los Emigrantes. Esto duró durante un tiempo. Cuando los Emigrantes se acostumbraron al nuevo entorno, le pidieron al Mensajero:
Oh, Mensajero de Allah. Hemos emigrado a esta tierra sólo por la causa de Allah. Pero nuestros hermanos Ayudantes son tan buenos con nosotros que tememos consumir en esta vida la recompensa de nuestros buenos actos que esperamos obtener en el Más Allá. Y también nos sentimos muy endeudados con ellos. Por favor, pídeles que nos dejen ganarnos la vida nosotros mismos.
El Mensajero mandó llamar a los Ayudantes y les contó la situación. Los Ayudantes se opusieron unánimemente, pues se les antojaba insoportable el hecho de tenerse que separar de sus hermanos. Para mitigar el sentimiento de endeudamiento de los Emigrantes, los Ayudantes acordaron que los Emigrantes trabajarían en sus campos y jardines a cambio de un salario hasta que se pudiesen construir sus propias casas.[2]
Como segundo paso resolviendo problemas inmediatos, el Mensajero firmó un pacto con la comunidad judía de Medina. Este documento, que algunos eruditos describen como la primera constitución de Medina, confederó a los musulmanes y a los judíos como dos comunidades separadas e independientes.[3] Al tomar el Mensajero la iniciativa en este pacto y actuar como último mediador en todo tipo de disputas, Medina se puso bajo control musulmán.
Para garantizar la seguridad de los musulmanes en esta ciudad-estado, el gobierno ordenó que se estableciese un nuevo mercado. Hasta entonces, la vida económica de Medina había estado controlada por la comunidad judía. Tras ello, la dominación económica judía empezó a declinar, ya que dejaron de monopolizar el comercio de Medina.
Mientras la comunidad musulmana se establecía y crecía en fuerza, se vio forzada a responder a ataques internos y externos. Tras su victoria en Badr, los musulmanes lucharon contra los mecanos al pie del Monte Uhud. Su fácil victoria durante la primera parte de la batalla fue seguida, desafortunadamente, por un revés cuando los arqueros hicieron caso omiso de las instrucciones del Profeta. Setenta musulmanes murieron mártires y el Mensajero fue herido.
El ejército musulmán se refugió en la montaña y se preparó para defenderse. Al carecer de coraje suficiente para un nuevo ataque, las fuerzas mecanas se marcharon. No obstante, a mitad de camino, cambiaron de parecer y decidieron marchar contra Medina. Informado de ello, el Mensajero movilizó sus tropas. Una de sus órdenes fue suficiente, a pesar de hallarse los combatientes enfermos o heridos. Cada una de sus llamadas era un aliento de vida para sus almas, un aliento que podía devolver la vida a huesos viejos y descompuestos. Busiri dice:
Si su grandeza y rangoa base de milagros se pudiese demostrar,los huesos descompuestos resucitaríancon su nombre meramente mencionar.
El exhausto ejército salió a contraatacar al enemigo. Casi todos estaban heridos; pero nadie quiso rezagarse. Al describir la situación un Compañero dijo: “Algunos Compañeros no podían andar. Dijeron: ‘Queremos estar presentes en el frente donde nos ha ordenado el Mensajero que vayamos. Aunque no podamos luchar, nos pondremos ahí con lanzas en nuestras manos’. Fueron llevados a espaldas de otros”. Al ver al ejército musulmán marchar hacia ellos, Sufyan ordenó a sus tropas que regresasen a La Meca.
En alabanza a esos héroes del Islam, el Corán dice:
Aquéllos a los que dijo la gente: “Los hombres se han reunido contra vosotros, tenedles miedo”. Pero esto no hizo sino darles más fe y dijeron: “¡Allah es suficiente para nosotros, qué excelente Guardián!” (3:173)[4]
A pesar de su trascendencia, la Hégira es una ardua tarea. Cuando los musulmanes se establecieron en Medina tras años de persecuciones, carecían de todo. Unos eran extremadamente pobres y otros, que se habían ganado la vida comerciando, carecían de capital. Los musulmanes de Medina eran sobre todo agricultores, y la vida comercial de la ciudad estaba controlada por los judíos.
Otro serio problema era que justo antes de la llegada del Mensajero, los medineses habían decidido hacer a Abdallah ibn Ubayy ibn Salul su jefe. Estos planes se abandonaron, lo cual hizo de él un duro enemigo e importante adversario del Mensajero. Los politeístas mecanos aún deseaban vencer al Profeta, por lo que trabajaron con él para lograr su propósito. Les dijo: “No os preocupéis si difunde el Islam aquí. El principal peligro es que se pueda aliar con los cristianos y judíos contra el paganismo. Esa es la verdadera amenaza”.
Tras establecerse en Medina, el Mensajero ayudó a su gente a construir una mezquita. La importancia de la mezquita para la vida colectiva de la comunidad musulmana es incuestionable. Se encontraban ahí cinco veces al día ante Allah, su Señor, Creador y Sustentador, aumentado su fe y sumisión a Él, al Profeta y al Islam, y reforzando su solidaridad. Especialmente durante los primeros siglos del Islam, las mezquitas funcionaron como lugares de adoración y centros de aprendizaje. La Mezquita del Profeta en Medina era también un centro de gobierno, en tiempos del Profeta y de sus sucesores políticos inmediatos.
Inmediatamente tras haberse establecido en Medina, el Mensajero estableció lazos de hermandad entre los musulmanes, especialmente entre los Emigrantes y los Ayudantes. Sus lazos de amistad se estrecharon. Por ejemplo, Sad ibn Rabi llevó a su “hermano” Emigrante Abd al-Rahman ibn Awf a su casa y le dijo: “Hermano, has dejado todo en La Meca. Esta casa, con todo lo que contiene nos pertenece. No tienes aquí una esposa; yo tengo dos. Divorciaré a la que tu quieras para que te cases con ella”. Abd al Rahman le respondió con lágrimas en los ojos: “¡Hermano, que Allah te bendiga con tu esposa! Por favor, enséñame el mercado de la ciudad para que pueda hacer algunos negocios”.[1]
Esta hermandad era tan profunda, sincera y fuerte que los Ayudantes llegaban a compartir todo con los Emigrantes. Esto duró durante un tiempo. Cuando los Emigrantes se acostumbraron al nuevo entorno, le pidieron al Mensajero:
Oh, Mensajero de Allah. Hemos emigrado a esta tierra sólo por la causa de Allah. Pero nuestros hermanos Ayudantes son tan buenos con nosotros que tememos consumir en esta vida la recompensa de nuestros buenos actos que esperamos obtener en el Más Allá. Y también nos sentimos muy endeudados con ellos. Por favor, pídeles que nos dejen ganarnos la vida nosotros mismos.
El Mensajero mandó llamar a los Ayudantes y les contó la situación. Los Ayudantes se opusieron unánimemente, pues se les antojaba insoportable el hecho de tenerse que separar de sus hermanos. Para mitigar el sentimiento de endeudamiento de los Emigrantes, los Ayudantes acordaron que los Emigrantes trabajarían en sus campos y jardines a cambio de un salario hasta que se pudiesen construir sus propias casas.[2]
Como segundo paso resolviendo problemas inmediatos, el Mensajero firmó un pacto con la comunidad judía de Medina. Este documento, que algunos eruditos describen como la primera constitución de Medina, confederó a los musulmanes y a los judíos como dos comunidades separadas e independientes.[3] Al tomar el Mensajero la iniciativa en este pacto y actuar como último mediador en todo tipo de disputas, Medina se puso bajo control musulmán.
Para garantizar la seguridad de los musulmanes en esta ciudad-estado, el gobierno ordenó que se estableciese un nuevo mercado. Hasta entonces, la vida económica de Medina había estado controlada por la comunidad judía. Tras ello, la dominación económica judía empezó a declinar, ya que dejaron de monopolizar el comercio de Medina.
Mientras la comunidad musulmana se establecía y crecía en fuerza, se vio forzada a responder a ataques internos y externos. Tras su victoria en Badr, los musulmanes lucharon contra los mecanos al pie del Monte Uhud. Su fácil victoria durante la primera parte de la batalla fue seguida, desafortunadamente, por un revés cuando los arqueros hicieron caso omiso de las instrucciones del Profeta. Setenta musulmanes murieron mártires y el Mensajero fue herido.
El ejército musulmán se refugió en la montaña y se preparó para defenderse. Al carecer de coraje suficiente para un nuevo ataque, las fuerzas mecanas se marcharon. No obstante, a mitad de camino, cambiaron de parecer y decidieron marchar contra Medina. Informado de ello, el Mensajero movilizó sus tropas. Una de sus órdenes fue suficiente, a pesar de hallarse los combatientes enfermos o heridos. Cada una de sus llamadas era un aliento de vida para sus almas, un aliento que podía devolver la vida a huesos viejos y descompuestos. Busiri dice:
Si su grandeza y rangoa base de milagros se pudiese demostrar,los huesos descompuestos resucitaríancon su nombre meramente mencionar.
El exhausto ejército salió a contraatacar al enemigo. Casi todos estaban heridos; pero nadie quiso rezagarse. Al describir la situación un Compañero dijo: “Algunos Compañeros no podían andar. Dijeron: ‘Queremos estar presentes en el frente donde nos ha ordenado el Mensajero que vayamos. Aunque no podamos luchar, nos pondremos ahí con lanzas en nuestras manos’. Fueron llevados a espaldas de otros”. Al ver al ejército musulmán marchar hacia ellos, Sufyan ordenó a sus tropas que regresasen a La Meca.
En alabanza a esos héroes del Islam, el Corán dice:
Aquéllos a los que dijo la gente: “Los hombres se han reunido contra vosotros, tenedles miedo”. Pero esto no hizo sino darles más fe y dijeron: “¡Allah es suficiente para nosotros, qué excelente Guardián!” (3:173)[4]
[1] Bujari, “Manaqib al-Ansar” 3; Ibn Kazir, 3:279.
[2] Bujari, “Hiba” 35; Muslim, “Yihad” 70.
[3] Ibn Hisham, 2:147.
[4] Bujari, “Maghazi” 25; Ibn Sad, 2:42-49; Ibn Hisham, 3:99-111, 128.
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