26 noviembre, 2007

Otros motivos

Los compañeros vivían en un entorno que nunca perdía su frescura. Cual embrión en crecimiento en un útero, la comunidad musulmana creció y floreció en todos los aspectos de la vida. Constantemente era alimentada por la revelación. Dichos factores, junto a la Sunna y la devoción de los Compañeros por el Profeta, les hizo registrar o memorizar cualquier cosa que el Mensajero dijese o hiciese.
Por ejemplo, cuando Osman ibn Madun murió, el Mensajero derramó tantas lágrimas como las que derramó sobre el cadáver de Hamza. Le besó en la frente y asistió a su funeral. Al presenciar eso, una mujer dijo: “Qué feliz eres, Osman. Te has convertido en un pájaro que vuela en el Paraíso”. El Mensajero se volvió hacia ella y le preguntó: “¿Cómo puedes saberlo, si yo, que soy un Profeta, no lo sé? A no ser que Allah informe de ello, nadie puede saber si alguien es suficientemente puro como para merecer el Paraíso o si va a ir al Infierno”. La mujer se avergonzó profundamente y dijo que nunca más haría semejante afirmación otra vez.[1] ¿Es concebible que ella y los Compañeros presentes en el funeral hubiesen olvidado dicho evento y otros más que presenciaron durante la vida del Profeta?
Otro ejemplo: Quzman luchó heroicamente en Uhud donde luego murió. Los Compañeros le consideraban un mártir. Sin embargo, el Profeta les dijo que Quzman había ido al Infierno ya que se había suicidado a causa de sus heridas, además de que había dicho antes de morir: “He luchado por solidaridad tribal, no por el Islam”. El Mensajero finalizó diciendo: “Allah refuerza esta religión incluso a través de pecadores”.[2] Al igual que éstos, este acontecimiento y su comentario final nunca podrían haber sido olvidados por los Compañeros, ni podrían haber omitido su mención siempre que hablasen de Uhud o del martirio.
Un incidente similar tuvo lugar durante la conquista de Jaibar. Omar informó de lo siguiente:
El día en que Jaibar fue conquistado, algunos Compañeros enumeraron a los mártires. Cuando mencionaron a uno de muchos como mártir, el Mensajero dijo: “Le he visto en el Infierno, ya que robó una toga del botín de guerra antes de que éste fuese distribuido”. Entonces me dijo que me pusiese en pie y dijese: “Sólo los creyentes (los que son los verdaderos representantes o la personificación de la fe y la honradez absoluta) podrán entrar al Paraíso”.[3]
Cada palabra y acto del Mensajero refinaba el entendimiento de los Compañeros y su puesta en práctica del Islam. Esto les motivaba a que absorbiesen cada palabra y acto del Mensajero. Cuando se establecieron en las nuevas tierras conquistadas, trasmitieron su conocimiento a los nuevos musulmanes, asegurando así que la Sunna sería transmitida de una generación a la siguiente.
Se comportaban tan bien ante el Mensajero que permanecían en silencio en su presencia y dejaban que los beduinos y los demás fuesen los que le formulasen las preguntas. Un día, un beduino llamado Dimán ibn Zalaba vino y preguntó groseramente: “¿Quién de vosotros es Muhammad?”. Le dijeron que era el hombre de tez blanca sentado de espaldas a la pared.
El beduino se volvió hacia él y le preguntó en voz alta: “¡Hijo de Abd al-Muttalib, Te voy a hacer algunas preguntas! Tal vez te molesten, por lo tanto no te enfades conmigo”. El Profeta le dijo que preguntase lo que quisiera. Dijo: “Dime, por el amor de Allah, tu Señor y el Señor de los que se hallan ante ti, ¿te ha mandado Él a esta gente como Profeta?”. Cuando el Profeta dijo que eso era verdad, Dimán preguntó: “Dime, por el amor de Allah, ¿es Allah el que te ha ordenado que reces cinco veces al día?”. Cuando el Profeta dijo que eso era verdad, Dimán siguió preguntándole del mismo modo sobre el ayuno y la limosna. Al recibir en todo momento la misma respuesta, Dimán anunció lo siguiente: “Soy Dimán ibn Zalaba, de la tribu de los Sad bin Bakr. He sido enviado a ti por ellos. Declaro que creo en el Mensaje que hayas traído de Allah”.[4]
Igual que muchos otros, este acontecimiento no pudo caer en el olvido; sino que fue transmitido a las generaciones sucesivas hasta ser registrado en los libros de tradición.
Ubayy ibn Kab era uno de los más destacados recitadores del Corán. Un día el Mensajero le mandó llamar y le dijo: Allah me ha ordenado que te recite la Sura al-Bayyina”. Ubayy se conmovió tanto que preguntó: “¿Allah ha mencionado mi nombre?”. La respuesta del Mensajero hizo que se le saltasen las lágrimas.[5] Esto fue un honor tan grande para la familia de Ubayy que su nieto se presentaba a sí mismo como “el nieto del hombre al que Allah ordenó a Su Mensajero que le recitase la Sura al-Bayyina”.
Este fue el medio en el que vivían los Compañeros. Cada día se les presentaba uno nuevo “fruto del Paraíso” y un nuevo “regalo” de Allah, y cada día traía nuevas situaciones. Los anteriormente inconscientes de la fe, la Divina Escritura y la Profecía, esos árabes del desierto dotados de gran memoria y talento para la poesía, fueron instruidos por el mensajero para educar a las futuras generaciones de musulmanes. Allah los eligió como Compañeros de Su Mensajero y quiso que transmitiesen Su Mensaje a través del mundo.
Tras la muerte del Profeta, conquistaron en nombre del Islam todas las tierras desde España hasta China, desde el Cáucaso a la India, a una velocidad sin precedentes. Llevando el Corán y la Sunna a todos los lugares a los que iban, muchos de los conquistados entraron en sus hogares y abrazaron el Islam. Los musulmanes instruyeron a estos nuevos musulmanes en el Corán y la Sunna, preparando el terreno para todos los destacados estudiosos y científicos musulmanes que iban a aparecer.
Los Compañeros consideraban la memorización y la transmisión de Corán y la Sunna un acto de adoración, ya que oyeron al Mensajero: “Quien venga a mi mezquita debe de venir a aprender el bien o a enseñarlo. Dicha gente detenta el mismo rango que los que luchan en el camino de Allah”.[6]
Anas informó de que se encontraban frecuentemente para hablar de lo que habían escuchado decir al Mensajero.[7] Las mujeres también fueron instruidas por el Mensajero, el cual estableció un día específico para ellas. Sus esposas transmitieron activamente a otras mujeres lo que habían aprendido del Mensajero. Su influencia era enorme, ya que a través de ellas el Profeta estableció relaciones familiares con la gente de Jaibar (a través de Safiyya), los Banu Amir ibn Sa’sa’a (a través de Maymuna), los Banu Majzum (a través de Umm Salama), los Omeyas (a través de Umm Habiba) y los Banu Mustaliq (a través de Yuwayriya). Las mujeres de dichas tribus acudían a sus representantes entre los miembros de la Casa del Profeta para preguntarles sobre cuestiones religiosas.
En el último año de su Mensaje, el Mensajero fue a La Meca para lo que se acabó conociendo como el Peregrinaje de la Despedida. En su Sermón de Despedida en Arafat ante más de cien mil personas, resumió su misión y dijo a su audiencia: “Los que están aquí deberán transmitir mis palabras a los que no están”.[8] Cierto tiempo después, el último versículo que fue revelado ordenaba a la comunidad musulmana que practicase y apoyase el Islam: Temed el día en que regreséis a Allah. Entonces cada uno recibirá lo que se haya ganado y nadie será objeto de injusticia (2:281).


[1] Ibn Azir, “Usd al-Ghaba” 3:600.
[2] Muslim, “Iman” 178; Bujari, “Iman” 178.
[3] Muslim, “Iman” 182.
[4] Muslim, “Fadail al-Sahaba” 161.
[5] Bujari, “Tafsir” 98:1-3; Muslim, “Fadail al-Sahaba” 122.
[6] Ibn Maya, “Muqaddima,” 17.
[7] Muhammad Ayyay al-Jatib, “Al-Sunna Qabl al-Tadwin,” 160.
[8] Bujari, “‘Ilm,” 9; Ibn Hanbal, 5:41.

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