El Profeta Muhammad tenía las cualidades de liderazgo necesarias para tener éxito en todos los aspectos de la vida. Pero lo que era más importante es que fue capaz de guiar a su comunidad hacia el éxito en todos los campos. Él es la fuente de donde luego fluyeron todos los desarrollos relativos al mando, al arte de gobernar, a la religión, al desarrollo espiritual, etc. en el mundo musulmán.
Por lo general, los líderes han de poseer las siguientes facultades:
• Realismo. Los mensajes y las exigencias no deben contradecir la realidad. Deben comprender las condiciones preponderantes tal y como son y ser conscientes de cualquier ventaja y desventaja.
• Creencia absoluta en su mensaje. Su convicción nunca debe titubear y nunca ha de renunciar a su misión.
• Valor personal. Incluso si son dejados solos, deben de tener suficiente valor para perseverar. Cuando algunos de sus perseguidores llegaron a la entrada de la cueva en la que estaban escondidos, Abu Bakr temió que algo le pasara al Mensajero. Sin embargo, el Profeta sólo dijo: No te aflijas porque en verdad Allah está con nosotros (9:40).
• Gran fuerza de voluntad y resolución. Nunca debe experimentar ni un solo momento de desaliento.
• Conciencia de su responsabilidad personal. Todo ha de ser encaminado al cumplimiento de dicha responsabilidad. Nunca deberá ser seducido por los encantos mundanos ni los atractivos de la vida.
• Clarividentes y centrados en torno a su meta. Los líderes deben ser capaces de discernir un plan para futuros desarrollos. Deben saber cómo evaluar el pasado, el presente y el futuro para alcanzar una nueva síntesis. Los que cambian frecuentemente de opinión sólo extienden el caos en su comunidad.
• Conocimiento personal de cada seguidor. Los líderes deben ser conscientes de las disposiciones de cada seguidor, su carácter, habilidades, defectos, ambiciones y puntos débiles. Si carecen de dicho conocimiento, ¿cómo podrían hacer que fuese la gente apropiada la que ocupase los puestos vacantes?
• Fuerte carácter y virtudes encomiables. Los líderes han de ser resueltos, pero flexibles al llevar a cabo sus decisiones, sabiendo cuándo ser inflexibles e implacables y cuándo clementes y compasivos. Han de saber cuándo ser serios y dignos, cuándo modestos y ser siempre rectos, veraces fidedignos y justos.
• No han de tener ambiciones mundanas y llevar a cabo abusos de autoridad. Los líderes han de vivir como los miembros más pobres de su comunidad. Nunca deben discriminar entre sus súbditos; más bien deben de esforzarse en amarles, preferirles sobre ellos mismos, y actuar de tal manera que la gente les ame sinceramente. Deben ser fieles a su comunidad y asegurarse a cambio la lealtad la devoción de su comunidad.
El Mensajero poseía todas esas cualidades y muchas más también. Por citar tan sólo pocos ejemplos, a él nunca se le ocurrió abandonar su misión al enfrentarse ante una gran hostilidad y ante tentadores sobornos. En lugar de ello les decía: “Di: ‘No hay más dios que Allah y prospera en ambos mundos”.[1] Cuando sus Compañeros se quejaron de las duras condiciones y las persecuciones que sufrían en La Meca, respondió:
Os mostráis impacientes. Llegará un día en el que una mujer viajará desde Hira –una ciudad al sur de Irak- a La Meca sola o en su camello (con seguridad) y circunvalará la Kaba como acto de adoración, y los tesoros del Emperador Sasánida serán capturados por mi comunidad.[2]
Una vez los líderes de La Meca vinieron a él y le dijeron: “Si te reúnes con nosotros un día en el que, especialmente los pobres, no estén presentes, tal vez hablemos contigo sobre aceptar tu religión”. Despreciaban a los musulmanes pobres como Bilal, Ammar y Habbab, y deseaban un trato especial. El Mensajero rechazó dichas propuestas sin pensarlo dos veces. Los versos revelados se dirigen a él así:
Y no eches de tu lado a los que invocan a su Señor mañana y tarde anhelando Su faz (6:52). Y sé constante en la compañía de aquellos que invocan a su Señor mañana y tarde anhelando Su faz (18:28).
Por lo general, los líderes han de poseer las siguientes facultades:
• Realismo. Los mensajes y las exigencias no deben contradecir la realidad. Deben comprender las condiciones preponderantes tal y como son y ser conscientes de cualquier ventaja y desventaja.
• Creencia absoluta en su mensaje. Su convicción nunca debe titubear y nunca ha de renunciar a su misión.
• Valor personal. Incluso si son dejados solos, deben de tener suficiente valor para perseverar. Cuando algunos de sus perseguidores llegaron a la entrada de la cueva en la que estaban escondidos, Abu Bakr temió que algo le pasara al Mensajero. Sin embargo, el Profeta sólo dijo: No te aflijas porque en verdad Allah está con nosotros (9:40).
• Gran fuerza de voluntad y resolución. Nunca debe experimentar ni un solo momento de desaliento.
• Conciencia de su responsabilidad personal. Todo ha de ser encaminado al cumplimiento de dicha responsabilidad. Nunca deberá ser seducido por los encantos mundanos ni los atractivos de la vida.
• Clarividentes y centrados en torno a su meta. Los líderes deben ser capaces de discernir un plan para futuros desarrollos. Deben saber cómo evaluar el pasado, el presente y el futuro para alcanzar una nueva síntesis. Los que cambian frecuentemente de opinión sólo extienden el caos en su comunidad.
• Conocimiento personal de cada seguidor. Los líderes deben ser conscientes de las disposiciones de cada seguidor, su carácter, habilidades, defectos, ambiciones y puntos débiles. Si carecen de dicho conocimiento, ¿cómo podrían hacer que fuese la gente apropiada la que ocupase los puestos vacantes?
• Fuerte carácter y virtudes encomiables. Los líderes han de ser resueltos, pero flexibles al llevar a cabo sus decisiones, sabiendo cuándo ser inflexibles e implacables y cuándo clementes y compasivos. Han de saber cuándo ser serios y dignos, cuándo modestos y ser siempre rectos, veraces fidedignos y justos.
• No han de tener ambiciones mundanas y llevar a cabo abusos de autoridad. Los líderes han de vivir como los miembros más pobres de su comunidad. Nunca deben discriminar entre sus súbditos; más bien deben de esforzarse en amarles, preferirles sobre ellos mismos, y actuar de tal manera que la gente les ame sinceramente. Deben ser fieles a su comunidad y asegurarse a cambio la lealtad la devoción de su comunidad.
El Mensajero poseía todas esas cualidades y muchas más también. Por citar tan sólo pocos ejemplos, a él nunca se le ocurrió abandonar su misión al enfrentarse ante una gran hostilidad y ante tentadores sobornos. En lugar de ello les decía: “Di: ‘No hay más dios que Allah y prospera en ambos mundos”.[1] Cuando sus Compañeros se quejaron de las duras condiciones y las persecuciones que sufrían en La Meca, respondió:
Os mostráis impacientes. Llegará un día en el que una mujer viajará desde Hira –una ciudad al sur de Irak- a La Meca sola o en su camello (con seguridad) y circunvalará la Kaba como acto de adoración, y los tesoros del Emperador Sasánida serán capturados por mi comunidad.[2]
Una vez los líderes de La Meca vinieron a él y le dijeron: “Si te reúnes con nosotros un día en el que, especialmente los pobres, no estén presentes, tal vez hablemos contigo sobre aceptar tu religión”. Despreciaban a los musulmanes pobres como Bilal, Ammar y Habbab, y deseaban un trato especial. El Mensajero rechazó dichas propuestas sin pensarlo dos veces. Los versos revelados se dirigen a él así:
Y no eches de tu lado a los que invocan a su Señor mañana y tarde anhelando Su faz (6:52). Y sé constante en la compañía de aquellos que invocan a su Señor mañana y tarde anhelando Su faz (18:28).
[1] Bujari, “Tafsir” 1; Muslim, “Iman” 355.
[2] Bujari, “Manaqib” 25.
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